Amritsar y el templo dorado

Llegamos a Delhi derrotados después de varias horas de vuelo. Nuestro avión desde Londres había salido con algunas horas de retraso y llegamos a la India completamente agotados.  Estabamos por fin en Delhi pero no iba ese  el lugar donde ibamos a poner pié en tierra india por primera vez. Un par de horas después de nuestra llegada al país, cogíamos un vuelo rumbo a Amritsar sin tan siquiera salir del aeropuerto internacional de Delhi. Amritsar era la primera parada en nuestro periplo por la India, atraidos en gran parte por el magnetismo y misticismo del Templo Dorado de la ciudad, descrito con grandes alabanzas y todo detalle en guías y foros de la India.
Habíamos comprado el vuelo no con demasiada antelación por tan solo unos 60 euros con la compañía JetAirways y he de reconocer que el avión partió a su hora y sin retraso (lástima que no podamos decir lo mismo de British Airways) y llegamos a Amritsar sin mayor contratiempo.
Amritsar es una ciudad situada en el estado de Punjab muy cerca de la frontera con Pakistán, a tan solo 30 kms. Con cerca de 3500000 habitantes es famosa, como ya digo,  por ser la ciudad donde se encuentra el famoso Templo Dorado, el lugar de peregrinaje más sagrado para los sijs.

¿Y quienes son los sijs?  La religión sij es una doctrina que surgió en el siglo XV como oposición al enfrentamiento entre las religiones musulmana e hinduista y tiene como fundador y profeta al Guru Nanak. Es la novena religión del mundo y es precisamente en el Punjab, estado donde se encuentra Amritsar,  donde  viven la mayor parte de sus fieles.

Con la religión musulmana tienen en común que creen en un único Dios, al contrario que el hinduísmo que es politeista. El sijismo adora a un sólo Dios creador.  Y con respecto al hinduismo siguen conservando la creencia en la reencarnación y en alcanzar el final de dicho ciclo de reencarnaciones a través de la Virtud. El Gurú Nanak se opuso  al sístema de castas hinduista impuesto en la India y concebía la religión como un elemento de unión entre las personas y no en un vehículo de enfrentamiento. Como consecuencia, el sijsmo considera que todos los seres vivos son iguales y dignos de respeto. Y ese respeto a todos los seres vivos se dejará traslucir claramente en nuestra visita al Templo Dorado y la religión y su forma de ver la vida se convierte en una clara marca distintiva de esta región con respecto a otros estados de la India.
Fisicamente los sijs son facilmente identificables, especialmente los varones, por sus llamativos turbantes ocultando sus largos cabellos recogidos por un peine y por sus pobladas barbas que pueden llevar al engaño al confundirlos con los musulmanes. Los sijs varones deben portar siempre un brazalete y una espada.
Mis primeras impresiones sobre la ciudad de Amritsar están claramente marcadas por el hecho de que era la primera vez que me enfrentaba a la India y son, por tanto, comunes a las de todo el país.
El aeropuerto de la ciudad no es más que un aerodromo practicamente vacío sin apenas establecimientos comerciales y que cuenta,eso si, con alguna que otra casa de cambio, que nos fue de bastante utilidad, ya que no teníamos rupias en la cartera.
Largas filas de taxis nos esperaban a la salida del aeropuerto y tras unos minutos de negociación con un taxista, el hombre nos condujo rumbo al guest house que teníamos reservado.
Hacía calor, mucho calor. A través de la ventana del coche, la imagen impactante que habíamos visto tantas veces en la televisión y en documentales se desplegaba ante nuestros ojos. Ya desde el principio, todo era nuevo e impactante. La visión y el olor de la India golpearon mis sentidos desde el primer instante en que tomamos tierra en el país: las calles repletas de gente, la pobreza, las carreteras mal asfaltadas, el polvo, la suciedad. La típica estampa de la India era real y estaba allí, ante mí, y la podía sentir y oler, incluso tocar, impregnándome ya desde entonces. Fue entonces que tomé conciencia sobre donde iba a pasar los próximos veinte días y he de reconocer que me sentí un poco abrumado. A través de los cristales, nos llamaron especialmente la atención enormes  grupos de ciclistas con llamativos turbantes que pedaleaban lentamente recorriendo la misma carretera que nosotros, enarbolando enormes banderas de colores. Dedujimos  que se trababa de una manifestación. Todos los establecimientos comerciales del estado estaban en huelga en protesta por ciertas medidas económicas que perjudicaban claramente a los comerciantes. El taxista nos contó, en su escaso inglés, que practicamente todos los restaurante y tiendas estarían cerradas ese día. Manifestaciones, protestas y huelgas son habituales en el país y nos encontramos la primera nada más llegar. No sería la última.
Nos alojabamos muy cerquita del Templo Dorado. Allí es fácil encontrar un lugar para dormir bastante barato y sin reserva previa, ya que todos los alrededores del templo están llenos de pensiones y casas de huéspedes para acoger a los miles de peregrinos que visitan anualmente el Templo Dorado,  pero, lo cierto, es que todos los establecimientos del entorno tienen pinta de ser de bastante poca calidad, en general, una tónica que se iba a repetir a menudo durante nuestro viaje a la India. La India no es un lugar donde puedas esperar grandes comodidades sobre todo si viajas con un presupuesto relativamente ajustado como el nuestro. Nosotros nos alojamos en el Hotel Darbar View. La dirección completa es Bazar Mal Sewa, Amritsar 143001, como ya digo muy cerquita del Templo Dorado. A los cuatro, en dos habitaciones dobles privadas con baño nos costó unos 35 euros en total. Unas 1400 rupias por los cuatro, precio por el que en India ya se puede encontrar un cuarto privado con baño, televisor, y relativamente aseado.  El «hotel» era un pequeño negocio familiar y estaba razonablemente limpio para los estandares locales, lo cual quiere decir exactamente eso, limpio para los estándares que uno puede encontrar en la India.
La atención, eso sí, fue excelelente y, desde luego, es una buena opción porque la ubicación es inmejorable.
Todo el centro de Amritsar que rodea el templo es un entramado de callejones mal acondicionados con gran parte de sus canalizaciones al descubierto y con hermosos edificios de origen colonial en un estado lamentable de conservación. Amritsar es una ciudad bastante sucia pero, en comparación con otras ciudades indias que visitamos posteriormente, sus calles no están llena de vacas, ya que éstas no son sagradas para los sijs, y esto realmente es un factor que claramente diferencia Amritsar del resto de ciudades del país, aunque, como ya digo, todo el conjunto de la ciudad se encuentra en un estado de conservación y saneamiento bastante deficitarios.
Nada más llegar, esa misma tarde y abrumados todavía por el jetlag nos dirigimos casi directamente al Templo Dorado. Sólo disponíamos de dos días en la ciudad y queríamos aprovechar al máximo nuestra experiencia allí.
El templo posee cuatro entradas una en cada lateral que simbolizan la apertura de los sijs a todas las religiones del mundo.  Y es que en el templo se permite la entrada de cualquier persona, independientemente de su sexo, color, raza, confesión o nacionalidad. El caracter abierto y acogedor de los sijs lleva a que cualquier persona sea bienvenida dentro del templo, siempre y cuando cumpla con unas cuantas normas básicas de conducta y comportamiento.  Puede ser una religión bastante abierta, pero aún así, estamos en la India y los sijs son bastante conservadores. Es, por tanto, totalmente recomendable atenerse a dichas normas y vestir con cierto decoro.  En las entradas se dispone de un recibidor donde uno debe descalzarse y dejar sus zapatos en unos estantes vigilados. Es estrictamente obligatorio entrar descalzo en el recinto sagrado. Ni calcetines ni zapatos tienen cabida en el interior del templo. Hay que tener en cuenta que revisan las mochilas en la entrada para cercionarse que, especialmente los extranjeros, han cumplido con esta norma.  Es obligatorio asímismo taparse la cabeza con un pañuelo y esta obligación es extensible tanto para hombres como para mujeres. En caso de falta de previsión, y no llevar ningún pañuelo encima, (como a nosotros nos pasó) siempre  hay muchisimos vendedores oportunistas en las inmediaciones dispuestos a regatear y  vender unos antiestéticos pañuelos narajas por unas 10 rupias.
Asímismo está estrictamente prohibido comer o beber alcohol en el interior (también drogarse)  y en caso de sentarse hay que  hacerlo siempre mirando hacia el templo en posición de loto y nunca jamás apuntar con los pies hacia el templo dorado o el libro sagrado.
Nos descalzamos pues, dejamos nuestros zapatos en el recibidor y tras cruzar un enorme lavadero de pies lleno de agua (por el que es obligatorio pasar), cruzamos el umbral de un enorme pórtico y pasamos al interior del templo. Era primera hora de la tarde y hacia mucho calor y poco a poco fuimos avanzando con los pies desnudos por el suelo de mármol. (He de decir que en el interior del templo el suelo está impoluto).
Recorrimos un pasillo de paredes blancas al final del cual se encontraba una enorme escalera, también de color blanco, tras las que se abría el verdadero corazón del templo, de una belleza abrumadora y que, personalmente, me dejó con la boca abierta. Literalmente, aluciné.
El  recinto, que se abría paso, se constituía de un enorme patio rectangular en cuyo interior se encuentra el propio templo dorado también rectángular rodeado por un enorme lago articial.
El templo en sí, que como ya digo  se encuentra en el centro del lago, es de un color dorado intenso y a él se puede acceder a través de una enorme pasarela también dorada que atraviesa el lago desde uno de sus laterales hasta el centro.
A las cuatro de la tarde, la luz del sol se reflejaba sobre el mármol de un color blanco limpio que la devolvía y la lanzaba sobre el templo dorado que en el centro centelleaba y brillaba como si de una enorme joya se tratara. La luminosidad era tal que me hizo entrecerrar los ojos en un primer momento. El conjunto es, en una palabra, impresionante.
El templo fue terminado en el año 1604 y fue diseñado con la idea de albergar en su interior el Adi Granth, el mayor libro sagrado de los sijs. Es un lugar de obligado peregrinaje para los sijs que deben visitar el templo al menos una vez en su vida.
En contraste con el caos urbanos que le rodea, los pitidos y el griterio circundante, el interior del templo es sorprendentemente calmado y tranquilo y estar allí se convirtió en una especie de oasis de tranquilidad y paz y un auténtico refugio para escapar del palpitar vibrante de las calles de Amritsar
La gente, los fieles y visitantes se contagían enseguida de este seductor ambiente y el buen karma circundante hace que el  peregrino no pueda evitar relajarse para terminar sorprendiendose a sí mismo al disfrutar sin más de la tarde y del lugar y compartiendo ese momento con sijs, hindues y personas provenientes de todos los lugares del país e incluso del mundo,que  interesados en una inocente charla, únicamente buscan conversar  y, quizás, con suerte, hacerse una fotografía contigo.
Poco a poco, entre conversación y conversación, entre foto y foto, la tarde fue pasando casi sin darnos cuenta y el sol se fue poniendo lentamente y tras un largo rato sentados observando los cambios de luz del recinto a las distintas horas de la tarde , nos decidimos a pasar al verdadero interior del templo, atravesando con el resto de fieles la pasarela dorada.
El interior no es ni de lejos tan impresionante como el exterior, pero el ambiente devoto alimentado por los enigmáticos cánticos de los religiosos encargados de la lectura del libro sagrado y la entrega con la que los miles de fieles congregados se entregan a dichos cánticos confieren al lugar una espiritualidad casi electrizante. Allí en mi primer día en la India y de golpe y sin esperarlo pude sentir en mi piel la famosa espiritualidad del país, sobrecogido por aquel entorno entre místico y fanático, que no llegaba a comprender por completo.
Una vez fuera y ya de vuelta a los alrededores del lago, coincidimos con un grupo de españoles con los que estuvimos charlando durante una hora. Fue un buen momento para cambiar impresiones y escuchar consejos y recomendaciones para el resto de nuestro viaje. Una de las  parejas tenía una gran experiencia viajando por el país. Este era, nada menos,  su viaje dieciseis por la India y el hombre, de unos 40 años, completamente mimetizado con el entorno, vestido como un local y purificándose como un sij más en el agua del lago sagrado se convirtió, desde aquel momento, por  sus indicaciones y consejos en nuestro verdadero gurú del viaje para el resto de días de trayecto. Poco a poco, un abundante grupo de locales se nos fué uniendo y fue así, en muy buena compañía, que terminamos la tarde y el sol se puso definitivamente. Desde donde estabamos observabamos a los diversos visitantes en el patio entregados al culto, rezando o purificándose en las aguas sagradas del lago, o bien, simplemente charlando como nosotros de forma relajada y dejándose empapar por el entorno. Fue entonces al empezar a apagarse la luz del día cuando fuimos sorprendidos por un silencio súbito en todo el recinto. Comenzaba la solemne ceremonia para guardar el libro sagrado, evento que se produce a diario al atardecer para guardecer el Adi Grath durante la noche que descansará a buen recaudo durante las horas de oscuridad, para volver a ser exhibido al día siguiente por la mañana con la correspondiente ceremonia de apertura al amanecer.
Es durante esos momentos clave en los que todo el mundo escucha en silencio los últimos cánticos sagrados de la jornada, interrumpiendo los baños purificadores de mucho de los fieles, cuando se alcanza uno de los momentos de mayor intensidad mística. La fé de muchos de los asistentes se hace más palpable que nunca y parece materializarse en el lugar.
Ya entonces y, sobre todo, tras la ceremonia de clausura de la jornada, el ritmo y el ambiente del Templo cambian paulatinamente y se tornan mucho más rápido y acelerados, pero también, adquieren un tinte más jubiloso y alegre, casi festivo, diría yo. Es el momento de las cenas.
Y es que los peregrinos y visitantes que acuden al templo pueden disfrutar en compañía del resto de fieles de una cena comunitaria, y después de ello, si así lo deseasen pueden quedarse a dormir y pasar la noche en el interior del templo.
Es por ello que en las cocinas y en el comedor, situados  en uno de los laterales del patio central, ya cuando el sol se va, se empiezan a preparar los cientos de platos de latón en los que sirve la cena a los fieles.
Muchísimos pobres se acercan al templo por la noche esperando poder cenar y se juntan allí con peregrinos, fieles, turistas y visitantes compartiendo, todos juntos, la última comida del día.
Se nos planteaba una oportunidad de oro, como viajeros occidentales, de disfrutar de una experiencia única y una ocasión estupenda para vivir un momento auténtico y compartirlo con locales. Pero era nuestro primer día en la India, el jetlag estaba haciendo mella en nosotros, y el cansancio y las experiencias acumuladas durante todo el día empezaban a pesar.
Era ya de noche cerrada cuando nos retiramos a dormir. Una luna llena enorme brillaba y se dejaba ver a través de las almenas del templo. Embriagados por el ambiente sobrecogedor del templo y entusiasmados por haber compartido un lugar increíble recorrimos los escasos metros que nos separaban de nuestra pensión.
El Templo Dorado es un lugar mágico y para mi se convirtió, nada más llegar a la India ,en uno de los momentos cumbre de mi viaje por todo el norte del país. Aún sin entender plenamente todo el simbolismo que me rodeaba ni llegar a captar completamente el verdadero sentido de todo lo que pasaba a mi alredeodor, creo que pude captar y sentir el potente magnetismo del lugar que ha convertido al Templo Dorado en uno de los auténticos hitos en todos mis viajes hasta la fecha. El Templo Dorado de Amritsar es, bajo mi punto de vista, una visita obligada para todos aquellos que visiten el norte de la India y uno de esos increibles lugares del planeta que esperan pacientemente a ser descubiertos.

 

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