Visitamos Atenas en tiempos convulsos, con Grecia atrapada por la inminente amenaza de un corralito y con un rescate económico a la vista (o no) que sonaba más a una condena con soga al cuello incluida que una ayuda propiamente dicha.
Por mucho que fuesen momentos difíciles para la ciudad y para el país, la verdad es que la vida en Atenas parecía discurrir con sorprendente tranquilidad y normalidad, al menos de cara a la galería.
“¿Qué vamos a hacer si no?, llevamos cinco años haciéndonos a la idea, ¡tenemos que seguir con nuestras vidas!”-nos comentaría resignada una mujer en una tienda unos días más tarde cuando hablamos con ella sobre el tema.
Atenas es de esas ciudades que te encanta o la odias. Ya os adelantó que a mi personalmente me encantó, pero he oído de todo: Que es una ciudad sucia y descuidada (lo cual es cierto, pero creo que ahí radica parte de su encanto, no he sido yo nunca muy fan de las ciudades bonitas y perfectas), que es una ciudad caótica llena de tráfico o incluso he escuchado varías veces comentar que no tiene nada que ver, sólo la Acrópolis (como si fuese poca cosa, no se, la Acrópolis sola ya justifica la visita, no hay muchas ciudades en Europa que puedan ofrecer al visitante un lugar tan increíble como la Acrópolis, mi querido Oviedo no, por ejemplo, y nadie dice que es feo).
Pero creo que por encima de todo esto, Atenas es una ciudad llena de vida, con un punto hedonista, alegre a pesar de las dificultades, decadente y con una personalidad arrolladora. Es Atenas una ciudad donde, bajo el peso inevitable de su gloriosa historia conviven tradición y modernidad, oriente y occidente y, sobre todo, es una ciudad con sabor, algo que muchos otros lugares de Europa ya han perdido, víctimas de la globalización y del turismo de masas, algo de lo que Atenas también tiene un poquito, para engañarnos.
Porque Atenas igualmente también es la ciudad de la tristeza de los bloques grises de cemento de las afueras, de la pobreza de los barrios periféricos, de los mendigos que duermen en la calle, de las manifestaciones y de las protestas que vemos en las noticias y que pudimos vivir en vivo y en directo en primera persona.
A veces es difícil reconocer en la Atenas moderna, la poderosa ciudad estado que fue en el pasado.
Sea como fuere, si por algo me conquistó la ciudad es por su gente. Los atenienses son gente amable, cordial y hospitalaria, siempre sonrientes y dispuestos a charlar con un desconocido, a conversar, a ayudar al viajero, alejados del cansancio y del desprecio con el que he tenido que lidiar en otras ciudades tan turísticas como Atenas (o incluso menos), donde los locales hartos de visitantes los tratan con desdén y con malas formas. (vease París o Praga).
Atenas es la capital y principal centro económico de Atenas. La ciudad en sí no es muy grande (600000 habitantes) pero debido al crecimiento poblacional desmesurado de los barrios periféricos, el área metropolitana de la ciudad cuenta con casi 4000000 de habitantes, aunque la población exacta de la ciudad no está muy clara porque muchos atenienses procedentes de otras partes del país siguen censados en sus regiones de origen. La región del Ática y Atenas acogen por si solas a la mitad de la población del país. Casi nada.
El rápido y descontrolado crecimiento de los barrios que rodean la ciudad ha hecho de Atenas una ciudad caótica y desorganizada, de tráfico imposible y difícil de abordar desde el mismo momento en que te lanzas a mirar un mapa.
Nosotros como habíamos perdido el ferry que salía a las siete de la mañana (se nos olvidó cambiar la hora del reloj), improvisamos sobre la marcha y nos lanzamos muy temprano a recorrer la ciudad.
Desde El Pireo, Atenas está muy bien comunicada por tren (el transporte público era gratis esos días: una medida de gracia del gobierno de Syriza con el pueblo en tiempos de corralito bancario) . Hay línea directa hasta Monastiraki, en las inmediaciones del barrio de Plaka y apenas tardamos 20 minutos.
La propia plaza de Monastiraki es una auténtica pasada. Con la Acrópolis al fondo, la iglesia bizantina de Pantanassa y mezquita otomana de Tzistarakis ya te ponen en situación con su aire oriental. La plaza de Monastiraki es famosa por su mercado al aire libre y por su estratégica situación cerca de los principales puntos turísticos y su importancia comercial.
A pesar de ser una zona llena de negocios y restaurantes, era temprano y la ciudad todavía estaba adormecida y tranquila, aunque en las calles los comerciantes ya empezaban a colocar sus puestos y mercancías y las tiendas ya estaban abiertas dispuestas a recibir a los clientes.
Empezamos a andar por la comercial calle de Ermou, acercándonos al famoso barrio de Plaka y en sus inmediaciones nos encontramos con la preciosa iglesia ortodoxa de Panagia Kapnikarea, una pequeña joya en pleno centro de la ciudad, con H&M al fondo. Es una de las iglesias más antiguas de la ciudad, que data del año 1050, y fue construida sobre un antiguo templo pagano.
Conteniendo nuestras ganas de adentrarnos en el barrio de Plaka, nos acercamos primero a la famosa plaza Syntagma. La plaza Syntagma de la Constitución está situada en pleno centro de la ciudad y acoge en sus inmediaciones el Parlamento griego y la Tumba del Soldado Desconocido. La plaza, de una enorme significación política para el pueblo griego, evoca las grandes victorias militares del país y es un símbolo de exaltación y unidad nacional. Hoy en día constituye el escenario fundamental de las manifestaciones contra la troika y las medidas de austeridad debido a la crisis económica. La plaza Syntagma se ha convertido en portada de los noticieros de todo el mundo.
No había muchos turistas todavía en la plaza, era muy temprano. Pero la Guardia Nacional ya estaba custodiando la tumba y el Parlamento. Patrullaron durante un buen rato bajo las cámaras atentas de los turistas más madrugadores que, como nosotros, estaban allí apostados. Los uniformes de los soldados eran bastante característicos y con toda la decoración helénica de la tumba, el conjunto resulta bastante pintoresco.
Junto a ellos y unos metros más allá una pareja coreana aprovechaba el momento y el lugar para tomarse unas cuantas fotos de boda. En la plaza había bastantes periodistas grabando reportajes. Eran días en los que Grecia era noticia en todo el mundo. Fuera del foco de las cámaras, la otra cara de la moneda lo eran los mendigos que pedían limosna, ignorados por los viandantes.
De ahí dirigimos nuestros pasos al barrio de Plaka. Para ello volvimos sobre nuestros pasos por delante de la iglesia Panagia Kapnikarea. Frente a ella un grupo de músicos africanos tocaba a todo ritmo. La calle Ermou ya estaba llena de gente y las tiendas ya estaban funcionando a pleno rendimiento. El día poco a poco iba avanzando y estábamos devorando nuestro tiempo en la ciudad.
Plaka es un barrio increible. Bajo la presencia constante de la Acrópolis, es una sucesión de callejuelas y pequeñas plazas llenas de encanto con cafeterías y restaurantes.
A medida que ascendíamos por sus calles empinadas, el barrio se va volviendo más tranquilo y los negocios van dando paso a casas bajas y jardines de estilo puramente cicládico. Plaka da paso así al pequeño barrio de Anafiotika, construido por albañiles procedentes de las islas cicládicas al final del siglo XIX. Anafiotika sólo empieza a ser reconocido hoy en día por su singular valor arquitectónico siendo muy denostado en el pasado por romper el entorno casi sagrado de la Acropolis. Debido a lo empinado de las callejuelas, se podían ver numerosos turistas sudando la gota gorda.
Nos paramos a descansar en una pequeña iglesia, la Iglesia de la Metamorfosis. El nombre del lugar me pareció poético casi místico. Veíamos a mucha gente pasar procedentes de todos los lugares del mundo. Y es que estábamos en el camino a la Acrópolis, verdadero símbolo de la civilización occidental, uno de esos lugares emblemáticos y representativos de visita obligada a cualquier viajero que se precie y auténtica seña de identidad de la ciudad.
El sol pega con fuerza en la Acrópolis. Me arrepentí más de una vez de no llevar un buen gorro y unas gafas de sol. Como la visita a cualquier ruina antigua, la visita al Acrópolis (y al Ágora circundante) requiere de grandes dosis de imaginación para poder recrear en la mente lo que tuvo que suponer el lugar en su momento de máximo esplendor. Aún así, la Acrópolis sigue siendo impresionante tanto por lo que significa como por su ubicación, en lo alto de una colina dominando toda la ciudad de Atenas, con unas vistas increíbles de los alrededores.
Lo peor son las hordas de turistas que pueden llegar a estropear la visita y que hacen imposible vivir en la intimidad el reencuentro con la historia. Al final todos queremos ver con nuestros propios ojos el lugar y tenemos el deber y la resignación de compartir el momento con cientos de desconocidos y sus palos de selfies. Que le vamos a hacer.
Muy cerca de la Acrópolis y del propio barrio de Plaka, lejos de la solemne antigüedad de las ruinas, se encuentra una de las áreas de más rabiosa modernidad de la ciudad, Psiri, una suerte de Malasaña ateniense, llenas de bares, restaurantes, una impresionante colección de graffiti, mucha gente joven y un aire alternativo y de moderneo. Psiri olvida así los tiempos en que era un barrio marginal y decadente.
Allí terminamos nuestra visita Atenas aquel primer día que visitamos la ciudad y nuestra segunda visita, “la oficial” y programada, ya a la vuelta de nuestro viaje por las Islas Cicladas.
Es Psiri un buen lugar para desintoxicarse de ruinas e historia y ver esa Atenas que clama por ocupar su lugar en estos tiempos modernos que corren en una Europa maltrecha y algo mezquina ,que ignora a veces el valor incalculable de Atenas y la deuda moral e histórica que Europa tiene (tenemos) con un país, Grecia, al que le debemos gran parte de lo que somos hoy en día.