Pushkar: la ciudad de las moscas

Bastantes horas de carretera nos llevaron  a Pushkar desde la megaurbe Jaipur. Viru, nuestro «chofer», nos condujo con rápidez, profesionalidad, eficacia y soltura  driblando entre el tráfico incesante y vertiginoso de las transitadas carreteras que conectaban las dos ciudades. El viaje, como cualquier viaje en carretera por India, fue toda una experiencia. El polvo del camino, el paisaje, la gente, las motos, los pitidos, los camiones y sus coloridas decoraciones y la música hindú machacona de la radio eran parte fundamental e inherente al propio camino que andabamos, todo ello amenizado, eso sí por las divertidas anecdotas que Viru nos iba contando sobre su vida, sobre la India y sobre los lugares que ibamos a visitar.
A nuestra llegada a Pushkar me sorprendieron sobre todo dos cosas: Que Pushkar no era más que un pequeñito y tranquilo pueblo perdido en el campo (me lo esperaba mucho más grande, con todo lo que había oído y leído sobre él) y que estaba lleno de moscas. Nada más llegar un denso nubarrón de moscas nos alcanzó como nuestro particular comité de bienvenida. Pero no solo al llegar. No se si fue por la época del año o fue algo puntual en esos días que estuvimos, pero había moscas por todas partes, sobre nuestras cabezas, en los caminos, en el hotel, en los restaurantes, posándose en nuestra comida y en la mierda de vaca abandonada en el suelo de las calles. Moscas rodeando a las propias vacas que las espantaban tranquilamente con la cola sin inmutarse y moscas sobre los niños y los adultos que las apartaban con la misma tranquilidad con la que lo hacían las vacas. En fin, realmente Pushkar para nosotros fue una auténtica ciudad de las moscas, como comentabamos en broma.

Lo primero que hicimos nada más llegar fue buscar alojamiento. Un chico español, mochilero solitario,  que habíamos conocido en Rishikesh nos había recomendado uno y la verdad es que, como también venía en nuestra guía, no lo dudamos y fuimos directos. El lugar se llamaba Hotel Everest, aunque más que un hotel era una modesta pensión familiar de tres plantas, en un tranquilo rincón de la ciudad y a una razonable distancia a pié del centro. Nada lujoso, pero limpio (para los estándares del país) y con una impresionante terraza desde la que se podía contemplar todo el entorno y toda la ciudad sagrada de Pushkar.
Y es que Pushkar es uno de los cinco lugares sagrados de peregrinaje del hinduismo (a veces en la India uno acaba con la sensación de que todo es sagrado). El nombre de Pushkar significa literalmente nacido debido a una flor. Cuenta la historia que un cisne libero una flor de loto en el lugar donde el dios Brahma debería iniciar cierto tipo de rito para luego desempeñar ahí su labor. Y ese lugar era Pushkar.
Esta creencia hace de Pushkar un lugar de peregrinaje privilegiado en el norte del país y, en consecuencia, todos los devotos hindúes deben visitar la ciudad al menos una vez en la vida.
Pushkar tiene además el honor de poseer uno de los pocos templos existentes en todo el mundo dedicado al dios Brahma. A mi me resultó bastante curioso que Brahma, como dios creador, apenas contara con templos dedicados a su culto y que no se haya vuelto en objeto de adoración masivo y si, en cambio, tuvieran más «exito» los otros dos miembros de la tri-murti, Visnú y Shiva, éste último el dios destructor. (A priori parece más amable el dios creador que el destructor ¿no?) Quizás el hecho de que a Brahma, poco interesado en los asuntos más mudanos, no se le haya asociado con una interferencia directa en temas humanos y, eso haya hecho que Visnú y Shiva se hayan ganado más oraciones. No lo se… digo yo…

En cualquier caso, el sagrado templo de Brahma fue construido en el siglo XIV y he de decir que es una auténtica guarrada. Como tienes que acceder a los templos descalzo, en pocos sitios como aquí, me dio tanto asco pisar el suelo sagrado de un templo, ya que todo él  estaba cubierto de cagadas de vaca y demás porquería y roña de hacia siglos.
Aún así el templo es curioso y tiene cierto magnetismo y la espiritualidad en su interior está a flor de piel y bien merece la pena la visita.
Como buena ciudad sagrada que es Pushkar, el templo de Brahma no es el único que nos podemos encontrar en sus calles. Pushkar alberga  muchisimos templos (en sus tiempos de gloria llego a tener hasta 500), entre ellos el templo de Savitri, en lo alto de una de las montañas que domina la ciudad, dedicado precisamente a Savitri, una de las esposas de Brahma.
Con cierto tono pastel, el casco antiguo de Pushkar está descuidado pero es bonito. Toda la ciudad exuda un ambiente festivo y alegre que no parece estar reñido con la importancia religiosa del lugar. Pushkar es una auténtica celebración con gente cantando por las calles, niños corriendo por las esquinas, templos, ashrams y gente orando que se mezclan con los monos traviesos, los turistas, las tiendas de souvenir, los restaurantes y las vacas que campan por sus respetos en cada rincón del pequeño pueblo. 

Con tanto trajín, Pushkar, a pesar de su pequeño tamaño, es muy sucio, de verdad. Al menos me lleve esa impresión, hay mierda y basura en todas partes (Ana nuestra amiga metió su pie en chacla hasta el fondo en una buena cagada de vaca jeje  y yo me reí bastante) y quizás, eso junto con la proximidad al campo, explique la cantidad de moscas que sobrevuelan la ciudad. Quizás una de las visiones más repugnantes que mis ojos han tenido el placer de contemplar la tuve precisamente aquí en Pushkar. Una vaca comiendo tranquilamente un plástico sucio en una acequia llena de mierda y aguas fecales llena de moscas. Sensible como soy, esa visión casi me hizo vomitar.

Aún así, el conjunto de Pushkar mola y es un verdadero imán turístico y un lugar de peregrinaje hippie para occidentales. Pushkar sabe sacar provecho del turismo y lo explota y le da a los turistas lo que necesitan y se adapta a ellos. Son capaces de servirte cerveza en una tetera para saltarse la prohibición de servir alcohol en una ciudad sagrada y tener contento al sediento turista!!
Quizás el mayor atractivo de Pushkar sea precisamente el lago sagrado sobre el que descansa la ciudad. Rodeado por 52 ghats, casi nada, uno de los extremos del lago ofrece unas vistas impagables del atardecer sobre toda la ciudad. No en vano, turistas, hippies, viajeros, e hindúes que vienen a realizar alguna ceremonia se agolpan al atardecer en las escaleras de algún ghat a disfrutar de las impresionantes puestas de sol de la ciudad.
Fui justamente ahí, contemplando el ocaso del sol, mientras las luces de Pushkar se iban encendiendo sobre el reflejo del lago, escuchando los cánticos de alguna lejana ceremonia, cuando por fin conseguí responder a una pregunta que  llevaba rondándome la cabeza durante todo mi viaje a la India. ¿Qué es lo que pueden encontrar todos estos occidentales para viajar una y otra vez a la India, año tras año y pasar meses enteros recorriendo el país, cuando la India es un país a veces dífícil, sucio, machista y desagradable?
Viendo a los extranjeros hippies a mi alrededor fumando, cantando y tocando bajo la apagada luz de la incipiente luna y disfrutando de las vistas y de  uno de los mejores atardeceres que he podido contemplar en toda mi vida, conseguí quizás una respuesta parcial a tan compleja pregunta. Yo mismo la estaba sintiendo en mis carnes. Quizás sea la extraña sensación de libertad que te dan momentos como éste.

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