Comer y beber en Tánger

Las dos veces anteriores que había visitado a mi amiga en Tánger, era pleno verano y, en ambas ocasionas, la ciudad se encontraba embebida en plena celebración del Ramadán.

Esta vez, y acompañado de mi amiga Cristina, deseando yo descansar de una época de trabajo bastante estresante, nos decidimos a cruzar el estrecho y a visitar a nuestra amiga tangerina este pasado mes de octubre.

Lo cierto es que encontré una ciudad completamente diferente por muchos motivos.

Por un lado, nada más salir del aeropuerto, en cuanto pudimos poner un pié en suelo marroquí y ya desde la ventanilla del coche de la amiga de nuestra amiga que pasó a recogernos, ya pude notar que Tánger había cambiado bastante.

Tánger aparecía más moderno, más limpio, quizás eran imaginaciones mías pero con un aire mucho más occidental. Se notaba que el crecimiento económico de la ciudad de los últimos años estaba actuando como motor transformador de la ciudad.

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La construcción en Tánger del que se prevé que será el segundo puerto en tamaño del Mediterráneo y la posición estratégica de la ciudad a medio camino entre Europa y África y la apuesta decidida del gobierno y el rey por la región norte del país, están atrayendo a una gran cantidad de inversores y de capital extranjero y la ciudad crece y crece atrayendo a trabajadores de todo el país que acuden al calor de la lumbre del dinero.

Además, claro, como no era Ramadán, la ciudad de Tánger también tenía un aire completamente distinto. Los restaurantes, las cafeterías y los comercios aparecían abiertos durante todo el día y los tangerinos estaban inmersos en su rutina diaria habitual no rota por las celebraciones del Ramadán, fechas durante las cuales la religión se hace mucho más presente en la vida cotidiana de los marroquíes.

Ya que los restaurantes estaban abiertos durante el día, fue ésta una buena ocasión para disfrutar de la fabulosa comida marroquí, algo de lo que no pude dar cuenta durante mis dos anteriores visitas a Tánger durante el Ramadán.

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Como llegamos en viernes, nada más aterrizar fuimos con unos amigos de mi amiga (varios españoles y un marroquí) a un popular restaurante callejero a comer cous cous. El viernes es día de oración (como para nosotros el domingo) y tradicionalmente es lo que se come, cous cous.

El restaurante se llamaba muy “imaginativamente” Tánger y el cous cous estaba buenísimo. La ración no se la comía ni un caballo así que me dejé parte en el plato, que una buena mujer cubierta completamente de pies a cabeza, aprovechó para pedirme con voz lastimosa. Mendigaba en la puerta del restaurante y así se comía, sentada en una de las mesas de la terraza, las sobras de quienes no se terminaban su comida.

Cosas así siempre me dejan pensativo durante un rato. No sabía porque me sentía más culpable, por no terminarme mi cous cous y no dar gracias por la suerte que tengo de tener siempre cada día un plato de comida caliente sobre la mesa o por no dejarme más sin comer para que la buena mujer hubiese tenido algo más que llevarse a la boca. La cultura del exceso frente a la pura necesidad.

Del cous cous fuimos a disfrutar de un té en la Cineteca. La cineteca es un enorme edificio pintado de colores en plena plaza del zoco junto cerca de la hermosa mezquita Sidi Bu Abid , En la Cineteca proyectan ciclos de cine árabe, francés u occidental y cuenta con una moderna cafetería casi hipster con una terraza donde uno se puede sentar con el té en la mano y simplemente ver a la gente que pasa por la plaza: ese verdadero espectáculo humano que resulta la plaza del Zoco con gente yendo y viniendo y con otros que simplemente están, como nosotros, viendo como pasa la tarde.

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En la misma plaza del Zoco, justo frente a la cineteca, antes se encontraba un buen lugar para tomarse una cerveza, le Passenger de Tangier, con una enorme terraza y unas vistas increíbles de toda la plaza. El local ha cambiado de dueño. Ahora se llama Art & Gourmet. Nosotros queríamos tomarnos una cerveza, pero claro, aunque el lugar sigue regentado por franceses, ya no sirven alcohol. Nuestro gozo en un pozo.

Así que nos refugiamos en el hotel Tanja Flandria (Boulevard Mohamed V, 6), ya en la ciudad nueva, que también cuenta con una buena terraza en su piso superior (aunque sin vistas) y donde si sirven cerveza a buen precio.

Cenamos en el espectacular O Tri K (19 Rue jabha al watanya, rue TAHRAN ) acompañados por otra amiga rifeña de mi amiga. El restaurante está llevado con gracia y desparpajo por un orondo marroquí pero la comida que sirven es de clara inspiración francesa: dimos buena cuenta de sus carnes y del vino gris de Meknés.

El local cuenta con música en directo. Un guitarrista nos regaló un espectáculo que mezclaba música de los ochenta con música tradicional marroquí y algo de pop árabe. La clientela, entre algún que otro extranjero, y marroquíes con dinero, disfrutaba de la música, cantaba y bailaban en el centro del local. Aquí ese Tánger moderno asomaba la cabeza. La gente muy arreglada, bebiendo alcohol y las mujeres sin velo y muy maquilladas muestran que junto al Marruecos más tradicional sigue habiendo una minoría marroquí más moderna y progresista.

Una de las clientas se lanzó al micrófono y estuvo cantando durante un buen rato. Era una auténtica artista. Daba gusto oirla.

El local es de lo más recomendable.

Acabamos en una discoteca escuchando reggaetón y pagando la cerveza y el alcohol a precios exorbitantes. Aquí sí que había ya pocas mujeres y mi amiga me dijo que las que había o eran extranjeras o seguramente eran prostitutas…

El día siguiente pudimos cenar en otro elegante local, con música en directo y donde poder tomarse una copa, junto a la playa en el paseo marítimo. La comida era claramente española: tortilla de patatas, patatas bravas y calamares y la clientela, entre extranjeros y más marroquíes con pasta, de nuevo, muy arreglados y ellas bien maquilladas, muy elegantemente vestidas.

Es el Chellah Beach Club.(47-49 Rue Allal Ben Abdellah, Tánger).

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La banda de música de aquella noche estaba compuesta por seis chicos y una chica marroquíes que parecía disfrutar bastante de su repertorio de música de los años ochenta y noventa. Tanto ella como el chico solista tenían un vozarrón impresionante y los clientes alternabas sus comidas con bailes y risas, en un ambiente completamente distinto al que se puede disfrutar en la medina de la ciudad, mucho más tradicional.

Sólo unos días después de mi estancia en Tánger, el Chellah Beach Club y todos los locales del paseo marítimo fueron derruidos por ordenanza municipal ya que parece ser su presencia estropeaba las vistas del mar y afeaba el paseo marítimo. Mi amiga me aseguró que esos eran los motivos y que no había ninguna razón oculta que no fuera urbanística detrás de la clausura y que los reabrirían todos en la parte más alta de la ciudad dentro de unos meses, pero el hecho de que derruyan locales donde se sirva alcohol en los tiempos que corren siempre da que pensar.

Como había comido poco esos días, el último día antes de partir rumbo de vuelta a Madrid, disfrutamos de un copioso desayuno marroquí (baghrir, panes locales) y un té con menta por menos de dos euros en el restaurante Le Savouret, en Avenue de la résistance y donde parece ser que también se puede escuchar música en directo por las noches.

Fue mi tercera vez en la ciudad y está vez pude disfrutar de un Tánger completamente distinto descubriendo facetas que durante mis anteriores visitas en Ramadán habían permanecido completamente escondidas para mí.

No en vano Tánger tiene fama de ser una de las ciudades más liberales de Marruecos y aunque seguíamos estando en un país musulmán confesional, me deje sorprender por esos destellos de progresismo con los que Tánger puede llegar a deslumbrar a veces. La realidad de un lugar siempre es compleja y diversa y Tánger no es para menos.

Sea como fuera, una vez más me despedí de Tánger con el deseo y la convicción de que no fuera mi última visita ni a la ciudad ni al país.

Que puedo decir, me encanta Marruecos y Tánger todavía más.

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