Grenoble, entre las montañas

Me comento mi hermano que muchos franceses, incluso grenobleses, se refieren a Grenoble casi despectivamente como a “una joya de plástico en una caja de diamantes” o incluso como “la ciudad Decathlon”. Hablando así,  se ve que no parecen estar demasiado orgullosos de su propia ciudad.

Con lo de los diamantes, se refieren al hecho de que Grenoble es una ciudad que cuenta con un entorno natural impresionante, rodeada de unas maravillosas y espectaculares montañas, ya muy cerca de los Alpes, pero, en cambio, la propia ciudad de Grenoble no es gran cosa, siendo casi un patito feo en comparación con otras ciudades francesas de más renombre. Sin ir más lejos la vecina Lyon.

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Por otro lado, con lo segundo, lo de Decathlon, remarcan el hecho de que Grenoble no es una ciudad demasiado pija y que los grenobleses acostumbrados a andar entre las montañas, al senderismo, el esquí y la escalada parecen estar mucho más cómodos vestidos con ropa de deporte que con prendas más elegantes y formales.

Tres días en Grenoble visitando a mi hermano con mi familia me sirvieron para comprobar si lo que se dice de la ciudad es verdad o no.

Cierto es que Grenoble no es una ciudad especialmente bonita. Entorno al río se ordenan los principales edificios monumentales y el pequeño casco histórico, pequeño pero agradable. El paseo y las vistas a ambos lados del río son bastante fotogénicos y al final Grenoble también muestra sus encantos, que los tiene.

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Quizás uno de los lugares de mayor interés de todo Grenoble sea la Bastilla en lo alto de una de las montañas que custodian la ciudad. Hasta allí se puede subir en un teleférico tan ochentero como molón, en unas estrambóticas esferas y desde arriba se puede disfrutar de unas fantásticas vistas de toda la ciudad y comprobar que la caja de diamantes en la que se guarda Grenoble es de una belleza incomparable.

Abajo, en toda la ciudad, pero especialmente en el centro,  son numerosas las referencias a la Segunda Guerra Mundial (la ciudad fue ocupada por italianos y alemanes para ser posteriormente liberada por el ejército norteamericano) y a Stendhal, famoso escritor nacido en Grenoble a finales del siglo XVIII que dio nombre al Síndrome de Stenhdhal, algo que sucede cuando un individuo se desmaya o se marea ante la visión de obras de arte especialmente bellas.

Stendhal no sufrió de este síndrome precisamente mientras paseaba por su ciudad Grenoble sino cuando visitaba la inmortal Florencia.

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Grenoble, más allá de que su fachada vaya dejando a la gente inconsciente o no, es un importante centro tecnológico y educativo en Francia. Es famoso por su Universidad que atrae anualmente a 54000 estudiantes venidos de todo el continente y es una de la ciudades punteras en los que refiere a desarrollo de alta tecnología siendo además el segundo centro investigador de Francia después de París. Casi nada. Por algo mi hermano se había mudado ahí, claro.

Esto ha hecho que Grenoble haya vivido un importante desarrollo y crecimiento, siendo foco de atracción para mucha gente joven, lo cual le da a la ciudad un ambiente juvenil, desenfadado e informal.

Al calor del crecimiento económico, también ha llegado a la par el fenómeno de la inmigración. Casi un 16% de la ciudad es extranjera, gran parte de la cual es de origen magrebí, algo que se hace notar enseguida en las calles, en los establecimientos comerciales y en los restaurantes. En Grenoble uno puede tomarse tranquilamente un té con menta y dulces árabes en una tradicional tetería marroquí, comer cous cous los viernes, o lanzarse a la aventura de las gastronomías hindúes o senegaleses.

Otro tema bien distinto y bien difícil de abordar es como integrar en la ciudad, como ocurre en toda Francia,  la inmigración creciente que ha llegado al país durante las últimas décadas. Algunos barrios de Grenoble son conocidos por su peligrosidad y su delincuencia y el tema del yihadismo preocupa y mucho como en todo el país. Ya en la llegada al aeropuerto a Lyon, tuvimos que pasar control de pasaportes (¿Dónde está el espacio Schengen?) y,  desde que puse un pié en Francia hasta que me fui,  la policía y el ejército fueron casi una constante omnipresente.

Por otro lado, y cambiando a temas menos controvertidos,  con los Alpes tan cerca, Grenoble siente verdadera pasión por los deportes de montaña. Fue sede de los Juegos Olimpicos de Invierno en el año 1968 y hay quien  plantea su posible candidatura para futuros juegos olímpicos de invierno.

Pero la relevancia deportiva de Grenoble va mucho más allá de ser ciudad olímpica, tradicionalmente las etapas más duras del Tour de France se han disputado en Grenoble y sus escarpados alrededores. Al menos ha sido así hasta ahora. La reciente alcaldía del partido Verde ha sacado al Tour de la ciudad desde hace un par de años por razones ecológicas, decisión que, desde luego, no ha estado exenta de polémica.

Tres días pasé visitando a mi hermano en Grenoble, tiempo durante el cual pudimos descubrir ese Grenoble que no viene en las guías, ese Grenoble personal e intransferible de mi hermano.

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Degustamos comida árabe, bebimos té con menta, comimos la dulzona pastelería árabe, pero también dimos cuenta de las boulangerie francesas (la mejor en la que estuvimos estaba regentada por unas amables mujeres portuguesas, por cierto), nos dimos una vuelta por los tradicionales mercados del domingo por la mañana (uno pijo y otro pobre, lleno eso sí de puestos de comida internacional, pude probar comida de las islas Maldivas), disfrutamos de los incontables graffiti callejeros resultado de un concurso de arte urbano organizado en la ciudad y fuimos invitados a cenar por amigos de mi hermano en su propia casa y pudimos comprobar la fabulosa hospitalidad francesa y practicar francés con ellos  gracias a conversaciones maravillosas.

Y es que al final cuando uno se adentra un poquito más allá y tiene la suerte de ver lo que hay detrás de las fachadas de una ciudad puede comprobar que con las ciudades pasa como con las personas: la belleza está en el interior.

A veces no hay que juzgar al libro por la portada.

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