No era tan tarde como parecía cuando llegamos a la puerta de las oficinas de la compañía de deportes de aventura «Safari tours». Al final nos habíamos decantado por ésta y no por alguna otra de las múltiples empresas de aventura que pueblan el centro de Rovaniemi por una cuestión de disponibilidad, precio y azar. Las excursiones que ofrecían eran todas muy parecidas, la verdad. Cada una de ellas disponía de una amplia gama de posibilidades pero, al final, en todos los casos las opciones eran parecidas. Por lo que a la hora de elegir no dudamos demasiado. Nuestro objetivo estaba claro. Intentar contemplar la aurora boreal en todo su esplendor. Para ello nos habían propuesto una marcha nocturna por el bosque que combinaba precisamente la caza de la aurora boreal con esquí de fondo y safari a la escandinava . Las oficinas de la compañía estaban situadas en pleno centro de Rovaniemi, la capital de la Laponia Finlandesa, pero las calles estaban practicamente ya vacias. La luz mortecina y la quietud que se respiraba nos confundían y daban la impresión de que era ya tardísimo pero lo cierto es que el reloj marcaba sólo las seis de la tarde. Y es que en pleno mes de diciembre el frio empezaba a mostrar sus garras y los días son extremadamente cortos en estas latitudes (el sol se pone a las cuatro de la tarde) y el ambiente gélido e invernal no invitaba precisamente a permanecer en la calle mucho tiempo y la gente parecía refugiada ya en sus hogares.
Esperando allí en la puerta se fue reuniendo el grupo de turistas que iba a tomar parte de la pequeña excursión. Era bastante reducido. Un alemán desplazado a Helsinki por trabajo y que había aprovechado un fin de semana para hacer un viaje por el extremo norte del país y una pareja italiana ya entrada en años.
Nuestra guía apareció con ligero retraso en un 4×4. Era una chica muy joven y simpática, de mejillas sonrojadas y de constitución fuerte. Se presentó en inglés. Nos hizo pasar a las oficinas y ya una vez dentro pasó a describirnos la actividad con detalle. Todos estabamos impacientes por ir a ver la aurora boreal y todos teníamos sólo una pregunta en mente: ¿Es ésta una buena noche para ver la aurora boreal?. Ante nuestra insistencia, la muchacha nos contestó con la misma cara laconica de la chica de recepción cuando contratamos la excursión por la mañana. «Eso nunca se sabe» nos dijo «Es cuestión de suerte…»
Es cuestión de suerte, quizás. Pero más tarde ella nos aclaró que aquella en principio no parecía una buena noche. Al menos no parecían darse las condiciones adecuadas.
La aurora boreal es un fenómeno que se produce generalmente en zonas polares, a latitudes ya extremas y consiste fundamentalmente en un brillo o luminiscencia de gran belleza durantes las eternas noches árticas de invierno.
La aurora polar (boreal cuando nos referimos al hemisferio norte) es un magnífico juego de luces y colores que nos brinda la naturaleza y que, en el fondo, tiene una explicación científica bastante sencilla y quizás bastante menos seductora que el propio espectaculo en sí. Basicamente, si diseccionamos el fenómeno, no es más que una eyección de masa solar, (en forma de protones y neutrones) que choca con la atmosfera terrestre (normalmente en las zonas polares atraidos por el magnetismo de estas zonas del planeta) ionizando así las moléculas de nitrógeno y oxígeno atmosféricos. Es precisamente esta ionización la causa de este curioso fenómeno de luminiscencia que no tanta gente ha tenido la suerte de poder contemplar en su grandioso apogeo.
Parece ser que para que la aurora polar se produzca, un requisito fundamental es que la noche sea fría. Pero no fría, si no muy fría. Es por esto, que en el norte de Finlandia, solo se puede observar este fenómeno entre los meses de octubre y marzo siendo los meses de enero y febrero los más propicios para ello al ser los más frios del año.
Y nosotros estabamos en diciembre. No es un mal mes nos dijeron pero, por desgracia, no estaba siendo un año demasiado frío (el termometro «sólo» estaba registrando menos diez grados bajo cero) y aunque el cielo estaba despejado la temperatura no parecía haber llegado a unos valores lo suficientemente bajos.
La chica nos llevó a los vestuarios donde teníamos a nuestra disposición el equipamiento adecuado para enfrentarnos al bosque y a la desapacible noche lapona.
A la ropa térmica que nosotros mismos ya llevabamos tuvimos que sumarle un forro térmico que nos cubría de cuerpo entero, un gorro que nos tapaba toda la cabeza y unos guantes. El cálzado en este caso no era tan crítico como los calcetines (que si teníamos que llevar nosotros) ya que la propia compañía nos facilitaba un calzado especial que se adaptaba a los esquíes.
Incidieron bastante en la importancia de la protección de la cabeza ya que es el punto del cuerpo por donde más calor se pierde y nos advirtieron, antes de partir, sobre el peligro que suponía alejarse del guía y del grupo una vez en el bosque, ya que la oscuridad, el frío y el desconocimiento del terreno podrían hacer entonces de la escapada una experiencia no demasiado agradable.
Dicho esto, nos montamos todos en el 4×4 y el coche, conducido por nuestra guía, avanzó a bastante velocidad por las despejadas carreteras laponas. (Finlandia posee una excelente red de carreteras). La idea era alejarse lo máximo posible de Rovaniemi y de las luces de la ciudad que podrían interferir a la hora de ver la aurora boreal. La contaminación lumínica no favorece precisamente su observación. De ahí la necesidad de adentrarse en el bosque, lo más lejos posible de la actividad humana.
La carretera serpenteaba entre la naturaleza casi salvaje de la región y la espesa negrura de los bosques. Tras tomar varios desvíos y adentrarse en una carretera secundaria mal asfaltada,el coche se detuvo y nuestra guía nos hizo descender finalmente y nos invitó ponernos todo el equipamiento de esquí completo. Una vez que todos estuvimos ya preparados y listos y después de unas básicas lecciones sobre como andar con los esquíes (he de confesar que yo no había esquiado en mi vida ni me había puesto unos esquíes hasta entonces), comenzamos a andar por el terreno nevado a buen ritmo y penetramos poco a poco en el corazón del bosque.
Aunque ibamos equipados con una linterna en cada gorro, que nos iba iluminando el camino, avanzabamos en fila india con la guía siempre por delante que nos iba abriendo paso.
En un principio, andar con los esquíes resulto sorprendentemente fácil aunque a medida que avanzabamos el cansando se iba acumulando como consecuencia del esfuerzo físico que suponía y la atención continúa que requería para evitar caidas o tropezones. No había demasiada nieve todavía y aquello hacia el tránsito un poquito más complicado, ya que muchas ramas o rocas estaban todavía en la superficie y se convertían en verdaderas piedras en el camino que entorpecían la buena marcha del grupo y provocaron más de una caida. Nuestra guía nos contó más tarde que el esquí de fondo es casi un deporte nacional y que muchos lugareños lo practican habitualmente como quien sale a correr. Es un ejercicio muy cardiosaludable y debido al alto consumo de calorias, es perfecto para perder peso, añadió.
El hecho de que el sol no llega a ponerse del todo hasta mucho más entrada la noche y el reflejo de la luz de las estrellas y la luna sobre la superficie blanca de la nieve se combinaban de tal forma que el cielo presentaba una tonalidad extraña, de un violeta casi extraterrestre. La noche en Laponía no es tan oscura y negra como pudiera parecer. La luz, el ambiente, el frío, el hielo y la espesura infranqueable del bosque conferían a todo el conjunto un halo entre mágico, misterioso y fascinante. La nieve y el hielo acumulados sobre las ramas desnudas de los árboles dibujaban formas destelleantes y brillantes que destacaban sobre la negrura intensa que nos rodeaba. Las sombras de los árboles fruto de la luz de nuestras lamparillas se proyectaban sobre el suelo y jugaban entre sí produciendo formas extravagantes y cambiando proporciones.
Pero por muy hermosa y hechizante que resultase la fabulosa estampa salvaje que el bosque nos ofrecía en plena noche, a medida que el tiempo iba pasando nuestra decepción iba en aumento.
Ni rastro de la aurora boreal. Las predicciones poco optimistas de nuestra guía se estaban cumpliendo para nuestra desgracia.
Tras un par de horas de intenso ejercicio, la guía nos hizo detenernos frente a una cabaña perdida justo en medio del bosque. El tejado estaba cubierto de nieve y el cándado de la puerta estaba completamente congelado. Tras varios intentos, nuestra guía logró abrir la puerta y todos pasamos al interior de la pequeña cabaña. Ahi era donde ibamos a descansar y reponernos de las horas de intenso ejercicio. Nuestra guía encendió una hoguera.
Todos nos agolpamos al calor de fuego y con una taza de té ardiendo y unas salchichas cocinadas a la brasa, tuvimos la oportunidad de charlar entre nosotros y fue el momento que la joven aprovechó para contarnos como era su vida en Laponia y algunos detalles curiosos sobre la región. Sobre como la falta de luz afectaba a sus vidas. Sobre la necesidad de tener en casa una lámpara que simule la luz natural para desayunar por las mañanas en las largas noches casi continuas de la epoca invernal. Sobre como convivir con el frio y la nieve. Sobre la naturaleza como forma y escenario de vida.
Después de un buen rato emprendimos la ruta de vuelta. A desandar el camino andado. La jornada estaba llegando a su fin y poco a poco nuestras esperanzas de ver la aurora boreal se iban desvaneciendo. Yo estaba bastante decepcionado. Mañana regresabamos a Helsinki y era nuestra última oportunidad de ver la aurora boreal en este viaje. Una ocasión de oro perdida.
Antes de regresar definitivamente a nuestros hoteles, la guía nos llevó a un lugar en lo alto del bosque y ahí en medio de la oscuridad nos hizo detenernos. Nos pidió que nos callaramos y no dijesemos nada durante los minutos siguientes y que así podríamos al menos descubrir algo nuevo aquella noche. Obedientemente permanecimos inmóviles allí durante unos instantes.
Y fue entonces cuando me dí cuenta de algo que se me había escapado hasta entonces. Que a nuestro alrededor no oíamos nada, no había ningún ruido que perturbara la apacible calma del bosque. El silencio más absoluto nos rodeaba, sólo roto por el suave mecer del viento sobre las ramas cargadas de nieve de los arboles y algún leve crujido fruto del sentir y mecanismo propio del bosque. Aquel silencio que se nos escapa muchas veces en la vida ajetreada y rápida que nos ofrecen las grandes ciudades, ese silencio acallado por el intenso tráfico, por nuestros televisores y radios, por los equipos de musica, y por las conversaciones vecinales y rugidos de motores apareció de repente. E irrumpió abruptamente y sorprendió a un alma urbana como la mía acostumbrada a convivir con el ensordecedor murmullo de mi propia vida y las vidas ajenas que me rodean. Y aquel silencio, aquella quietud tranquila nos envolvió finalmente haciendo de aquel momento algo mágico y estremecedor. Irrepetible.
Sé que no es comparable y no voy a negar que volvimos al hotel un poquito tristes embargados por una gran sensación de rabia y frustración por no haber podido ver la aurora boreal está vez, pero la verdad es que aquel breve destello de silencio en medio de aquella vasta tierra nevada, en pleno contacto con la naturaleza fue un pequeño premio de consolación que desde luego hizo de la experiencia y de aquella noche algo especial e inolvidable.