Har-ki-Pauri: Fuego, agua y espiritualidad al borde del Ganges

En una entrada anterior, os narré nuestra llegada a Haridwar y nuestros primeros pasos en esta pequeña ciudad al norte del país, mientras nos preparabamos para la gran ceremonia del Ganga Aarti, en el ghat de Har-ki-Pauri en las orillas del sagrado río Ganges.
Miles de peregrinos llegan a diario a Haridwar para asistir a esta ceremonia que se celebra todos los días cada atardecer y en la que a traves del fuego sobre las purificadoras aguas del Ganges, fieles procedentes de todas las partes del país encuentran el perdón de sus pecados.
 

A medida que la tarde avanzaba y el sol empezaba a languidecer lentamente, pudimos observar que  la ciudad se adentraba  sin freno en un estado de efervescencia brutal.
Tras visitar unos cuantos templos en los alrededores, quedamos cerca del hotel con nuestros nuevos amigos suizos para acercarnos al ghat de Har-ki-Pauri al borde del río. El chico había localizado un sitio desde un puente desde donde podríamos tener unas buenas vistas y una  perspectiva aceptable para tomar algunas fotos, pero la verdad es que una vez allí, el puente estaba cerrado por la policia y todos los alrededores estaban ya completamente llenos de gente.

 
El ghat del Har-ki-Pauri es uno de los lugares más sagrados del hinduismo, ya que es allí donde el gran Señor Vishnu dejó su huella en su visita por la región y, sin duda alguna, este ghat convierte a Haridwar en una ciudad de primera división en cuanto a sacralidad y espiritualidad se refiere.
Yo, personalmente, poco seducido por la ciudad, me estaba costando captar aquel día toda la carga religiosa que el entorno poseía. No entendía nada y todos los margenes del rio aparecían ya completa y agobiantemente masificados y era imposible acercarse minimamente al río.
Además los dioses aquella tarde me concedieron el don de  pisar una buena caca de vaca, no solo una vez, si no tres veces y en el mismo sitio (Fuí capaz de cometer el mismo error tres veces) y no podía evitar enfadarme cada vez que veía mis zapatillas y mis pantalones manchados de mierda.
Gente por todos los lugares, puestos de flores apostados en cada esquina y santurrones pidiéndote ofrendas a cada paso que dabas eran el escenario previo al comienzo de la ceremonia. Un ambiente festivalero, parecido al del futbol cerca de un estadio antes de un partido. Familias con niños, corriendo éstos por doquier, grupos de amigos, gente, gente y más gente. Personas en cada centimetro de suelo. Parecía increible que puediera existir tanta gente.
Pero poco a poco se fue haciendo la magia.
La noche fue tiñiendo el cielo de negro y poco a poco los fieles iban acercandose al borde del río dejando sus ofrendas en llamas sobre las aguas, arrastrandolas río abajo allá donde la vista no alcanzaba. Al principio era una pequeña luz la que iba bajando el río, pero lentamente, las llamas se iban multiplicando y el río se iba iluminando a cada minuto por aquellos pequeños fuegos flotantes, dandole al conjunto una sorprendente y extraña belleza.

El fuego estuvo presente, como el agua, durante toda aquella celebración vespertina. Portadores con antorchas iban pasando cada poco entre la multitud y los fieles acariciaban las llamas de las antorchas sin tocarlas ansiando conseguir algo con ello que yo no llegaba a adivinar.
Una vez más, la frustración de no entender nada de lo que pasaba a mi alrededor se mezclaba con la fascinación que todo aquel ritual me producía, una combinación de sensaciones  que no me abandonaría en ningún momento a lo largo de mi viaje por India.
El momento cumbre de la noche se alcanzó cuando en la parte central del ghat, los sacerdotes comenzaron a cantar agitando enormes llamas en movimientos pendulares, mientras toda la multitud al unísono coreaba y rezabas las oraciones en uno de los momentos de mayor carga religiosa de toda la noche.

 
Todo el rio aparecía ya cubierto de luces. Cada llama era un pecado, una oración, una plegaria y todas ellas eran llevadas más allá por el río hasta apagarse lentamente un poco más abajo.
Tras unos cuantos minutos de oración y rezo, los sacerdotes dieron por concluida la ceremonia y asi como llegó, la gente se fue dispersando rapidamente.
Y allí nos quedamos nosotros pensativamente sentados al borde del río viendo las aguas bajar mientras un grupo de fieles se bañaban alegremente en el rio al lado nuestro.
Un enorme insecto de considerables dimensiones y aspecto poco amistoso sobrevoló un rato a nuestro alrededor, como acompañandonos en nuestros minutos de reflexión y descanso para terminar posandose en el brazo de uno de nosotros.
Una de las chicas gritó y apartó el insecto de muy malos modos.  Un santurrón que pasaba, al contemplar la escena, nos reprendió por ello y nos pidió que dejaramos al insecto vivir en paz.
Nunca se sabe a quien puede uno estar matando en un pais de reencarnaciones como India. El respeto a la vida también pasa por el de la vida de un insecto, especialmente en un lugar tan santo como aquel.
Aún más desconcertado, me quedé allí sentado con mis amigos y compañeros viaje, meditando sobre todo lo que había vivido aquel día viendo como unos niños bebían de las negras agua del río.

 

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