Un dia en la carretera en Italia: Bérgamo, Verona, Lago di Garda

Durante un año estuve viviendo con una italiana en Madrid compartiendo piso y la verdad es que después de un año de convivencia nos hicimos muy buenos amigos. Afortunadamente para ella, se enamoró y, lamentablemente para nosotros aquí en Madrid que la echamos mucho de menos, se mudó con su novio a Bergamo, ciudad situada al norte de Italia aproximadamente a unos 90 kilometros de Milán.
Y bajo mi premisa máxima de «donde estén mis amigos, allí voy yo» aprovechamos la ocasión y fuimos a visitarla, no solamente una vez ya, si no dos, y habrá más seguro.
Con cada viaje que realizo a Italia, sea cual sea la parte del país que visite y a pesar de sus enormes diferencias norte-sur, se confirma una idea: Italia es un país fantástico para viajar. Se come de maravilla, la gente en general es estupenda y por todo el territorio podemos encontrarnos un patrimonio cultural y artístico inabarcable e impresionante. Pero personalmente a mi lo que más me atrapa es que Italia posee un aire especial que no sabría muy bien como definir: entre mediterráneo y alpino, a veces relajado a veces caótico, por momentos sensual y hedonista y por otros histórico y solemne. Todo el país desprende un aroma y un sabor tan propios y particulares, que me embriaga y siempre me deja con la sensación insaciable de querer más.
En todas las ocasiones que visitamos a nuestra amiga, el objetivo fundamental del viaje nunca fue el turismo pero lo cierto es que tampoco  perdimos el tiempo e intetamos explorar un poquito siempre que pudimos la región circundante.
Una de las veces hicimos un maratoniano recorrido de un sólo día en coche saliendo muy temprano por la mañana desde Bérgamo hasta Verona al mediodía donde paramos para comer  terminando nuestra ruta en el encantador pueblo de Sirmione en las orillas del lago de Garda donde disfrutamos de un auténtico helado italiano.
Colocándonos en nuestro punto de partida y centrándonos en él, quizás muchos de vosotros conozcais Bérgamo solamente por ser la localidad donde se encuentra el tercer aeropuerto de Milán, el más alejado de la capital de Lombardía, lo que lo ha convertido desde hace años en el aeropuerto low-cost de Milán por excelencia. Lo digo basicamente porque ése era mi caso.  Pero lo cierto es que haciendo justicia, Bergamo puede ser más que un lugar de tránsito y es una hermosa y apetecible ciudad en las estribaciones de los Alpes que bien merece al menos un poquito de atención.
Ya fundada por los romanos, Bergamo fue pasando a lo largo de los siglos por manos venecianas, francesas y austriacas para terminar formando parte finalmente de la actual república de Italia. Hoy en día es un potente centro industrial rodeado de naves y polígonos industriales constituyendo un ejemplo magnífico del enorme poderío ecónomico del norte del país.
Y es que quizás Bergamo, muy a mi pesar, reprensente a la perfección  todos los tópicos menos agradables tal vez aplicables al norte de Italia. La ciudad es especialmente pija y estirada y allí en el norte la calidez típica de los italianos del sur se atempera bajo el frío invernal que baja de las cercanas montañas y los bergamascos no parecen especialmente abiertos. (y lo digo yo que soy del norte de España). Las calles en invierno aparecen vacias (también es verdad que el clima no ayuda, llueve mucho) y es precisamente en Bérgamo donde la Liga Norte, el partido independentista de la Padania ha encontrado uno de sus feudos más importantes.
Pero más allá de consideraciones políticas en las que no voy a entrar, Bérgamo es una ciudad llena de historia, pequeña y tranquila.
La ciudad está dividida fundamentalmente en dos partes, la città alta,  y la città bassa, ambas bien comunidadas por un correoso funicular y por unos empinados paseos empedrados que podrían haber puesto a prueba nuestros talones pero que finalmente no lo hicieron (escogimos el funicular).
La ciudad alta no es más que la ciudad medieval amurallada construida en lo alto con fines defensivos y es quizás el foco de mayor interés turístico de la villa ya que concentra la mayor parte del casco histórico.
Con buen puñado de antiguos edificios, una hermosa catedral, una bonita plaza y un parque con un muy bien conservado castillo y unas vistas impresionantes de toda la ciudad, la città alta es un agradable paseo.

La città bassa, en cambio, con su diseño en cuadricula y sus amplias avenidas e intenso tráfico, representa la ciudad moderna que vió crecer considerablemente su extensión durante finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX en los años del milagro económico italiano en los cincuenta y sesenta.
Ya a media mañana cogimos los coches y nos dispusimos a recorrer los más de 100 kms de la bien asfaltada autopista italiana que conecta Bérgamo con la región del Véneto para llegar a Verona, su capital, ciudad célebre ya que Shankespeare eligió sus calles como testigo del literario amor prohibido entre dos  jovenes apasionados hijos de familias enfrentadas, Romeo y Julieta.
Con casi 300000 habitantes. bien comunicada por aeropuerto y carretera y capital de la provincia que lleva su nombre, es uno de los puntos de mayor interés turístico del país y, todo hay que decirlo, otro de los grandes feudos de la Liga Norte italiana.
Lo cierto es que una vez allí pudimos comprobar que Verona posee un casco histórico impresionante que dejaría palidecer, sin duda, al de Bérgamo. En cambio, las hordas de turistas que invadían la ciudad nos hicieron palidecer a nosotros e hicieron de nuestra a visita a Verona un juego constante  sobre como esquivar codos y como sacar una fotos sin que aparezcan mil personas en ella posando contigo, cosa que no nos paso en Bérgamo que pudimos disfrutar no en exclusiva pero casi.
Pero es que Verona posee un enorme patrimonio artístico y bien merece la pena dejarse llevar por las masas por una vez: el ponto di pietra, un antiteatro romano en muy buenas condiciones (atención porque la grandiosa Arena Verona es uno de los anfiteatros de mayor tamaño del mundo) y una colección magnífica de iglesias y palacios coronada por una estupenda catedral gótico-romana. Pero lo cierto es que si hay un lugar que capta la atención de los turistas en Verona es la Casa de Julieta, un palazzo del siglo XIII, con un pequeño balcón y coqueto patio, escenario escogido  para ambientar la famosa obra Romeo y Julieta de Shakespeare.
En el centro del patio han colocado una enorme estatua de Julieta tras un fondo verde de hiedra y piedra gris y como no, cientos de personas  posan junto a la estatua para hacerse fotos día tras día junto a la malograda muchacha. No sólo eso si no que además el marketing turístico continúa más allá con la posibilidad de vestirse de Romeo y Julieta y hacer el paripé desde el balcón para todos aquellos dispuestos a prestarse al juego (y pagarlo bien, claro está) y repetir el famoso: «Oh Romeo, Romeo, ¿Dónde estas, Romeo?»  y se completa con una horrible tienda de souvenirs construida muy poco acertadamente en uno de los laterales del patio que vende artículos horteras a un precio de todo menos asequible.

En cualquier caso, all´donde fueres, como no, haz lo que vieres.
Tras media hora de espera, el novio de mi amiga polaca, que también viajaban con nosotros, por hacer la gracia le pidió en matrimonio (por segunda vez, ya estaban prometidos) a mi amiga junto a la estatua de Julieta y le plantó un anillo tras lo cual se besaron apasionadamente. Decenas de turistas japoneses les fusilaron con sus camaras y todos los allí congregados aplaudieron efusivamente. Sin duda alguna fue un momentazo dificil de olvidar. Pero tras este episodio todos necesitabamos algo de alcohol. Bueno, y también comer algo. Era el momento perfecto para una parada.
Sin conocer la ciudad, no fue demasiado fácil encontrar un lugar que no estuviese atestado ni que fuese demasiado prohibitivo para nuestros ahorradores bolsillos. Pero estamos en Italia y al final siempre acabas encontrando un buen lugar donde hincarle el diente a un buen trozo de pizza. Ay la pizza… Soy muy fácil de contentar…
Abandonamos Verona y dirigimos nuestros pasos a la localidad de Sirmione, en un islote a los pies del tranquilo y manso lago de Garda.
Nuestra amiga Cecilia prefería ir al lago de Como, ya que era allí donde vivía George Clooney (parece improbable que nos lo fuésemos a encontrar pero nunca se sabe)  pero el lago de Garda estaba más cerca y nuestra amiga italiana nos condujo finalmente a Sirmione.
El lago de Garda es el mayor lago de Italia. Con sus 52 kms de largo y sus 18 kms de ancho, el lago, de origen glaciar, es otro punto turístico de importancia en la región.
De un azul profundo y sereno, a medida que nos ibamos acercando a Sirmione, la sensación de que estabamos en una auténtica localidad costera  fue acrecentándose a pesar de estar a cientos de kilometros del mar Mediterráneo: Casas al borde del lago con sus toallas secando al viento en los ventanales y en las terrazitas, pequeños barcos y gente en la lejania practicando ski acuático y por si fuera poco cientos de caravanas con matrícula alemana o suiza aparcadas en cada rincón y sus dueños, algunos jubilados, paseando tranquilamente en bermudas y en chanclas.
No en vano los lagos del norte de Italia son el lugar escogido por muchos suizos y alemanas para pasar sus vacaciones estivales debido a logicamente a su proximidad conviertiéndose el lago de Garda y el lago Como en destinos no precisamente económicos y según la zona diría incluso que exclusivos, reservados sólo para celebridades y gente con bastante pasta.
Sirmione es muy bonito. Las cosas como son. Posee un pequeño casco histórico en el que resulta muy fácil perderse y dejarse llevar por el encanto de sus estrechas calles empedradas, nunca en soledad eso sí, porque cientos de turistas (no tantos como en Verona, eso sí) también te acompañan (hay que tener en cuenta que yo viajé en agosto).
Sirmione posee un enorme castillo muy bien conservado  en el extremo final del islote (llamado Rocca Scaligera) al que se accede por un puente levadizo y un pórtico enorme sobre el cual se coloca amenazadoramente un enorme pedrusco simulando proteger la entrada bajo el cuál yo tuve a bien hacerme unas cuantas fotos divertidas.
También se pueden visitar las cuevas Catulo, ruinas de la antigua villa romana auténtico germen de Sirmione. Además, para todos aquellos que necesiten un poco de relax y estén dispuestos a pagarlo, Sirmione también es una conocida villa-balneario.
Nosotros, en cambio, más modestamente preferimos relajarnos y terminar la tarde tomándonos un verdadero y enorme helado italiano mientras vagamos sin rumbo por los rincones de Sirmione seducidos por el bullicioso ambiente del pueblo contentos tras haber disfrutado de un buen día en muy buena compañía enamorados una vez más de este maravilloso país que es Italia.

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