Situado a 12 kilometros del centro de Beijing, se encuentra el Palacio de Verano, uno de los lugares más destacados y visitados de toda la ciudad y que hará las delicias, sin duda, de todos aquellos que disfruten de la jardineria, la historia y el arte, en general. Será, en cambio, muy posiblemente una visita un poco más anódina para todos aquellos viajeros un poco «saturados» ya de tanto templo tras varios días en Beijing. Independientemente de ello, desde mi punto de vista, es una de las visitas imprescindibles de la ciudad y uno de los centros de interés más impresionantes de toda la región, compitiendo directamente con la Ciudad Prohibida o la Gran Muralla.
Al borde de un lago completamente artificial, el Palacio de Verano fue construido por la dinastia Qing allá por el año 1750 para luego ser destruido por fuerzas europeas en las guerras del Opio en el año 1850 y posteriormente vuelto a reconstruir. Como su mismo nombre indica fue la residencia de los emperadores en verano y fue diseñado, en contraste con la sobriedad de la Ciudad Prohibida, a todo lujo. El Palacio de Verano es excesivo y grandioso.
Todo el sector está dividido en dos partes, el Antiguo Palacio de Verano, mucho más modesto, constituido por los restos supervivientes tras la guerra a mediados del siglo XIX y el Nuevo Palacio de Verano, mucho más grande y pomposo. El lago, como ya he dicho, es completamente artificial y ofrece unas vistas preciosas. Los jardines, por otra parte, son inmensos y están muy bien cuidados.
Actualmente, con la familia imperial fuera de combate, todo el conjunto se ha convertido en un importante punto turístico y un fenomenal centro de ocio y recreo para los propios pekineses que acuden durante los fines de semana atraidos por la tranquilidad de los parques y la belleza del entorno.
Pagodas, templos, puertos y más templos… Al Palacio de Verano no le falta de nada. Y, sin duda, es un buen lugar para escapar del continuo trajín de la capital china.
Nosotros, cuando llegamos al Palacio de Verano y nos compramos un mapa del recinto, nos sentimos completamente abrumados por lo inabarcable del lugar. Perfectamente, uno se puede tirar dos días para poder visitar con detalle todo el conjunto monumental y aún así, dudo mucho que dos días fuesen suficientes.
Ante todo, calma. Es importante decidir que es lo que uno desea ver y ajustar la visita al tiempo disponible.
Existen varias entradas combinadas que cubren diferentes atracciones y monumentos dentro del Palacio de Verano y así se puede conseguir cierta rebaja en los precios. Nosotros, dentro de nuestra optimismo, nos compramos una entrada que abarcaba todos los monumentos del conjunto. No compensa. Al final, en toda la mañana no nos dio tiempo ni a ver la mitad de lo que habíamos pagado y, por si fuera poco, estabamos ya completamente agotados de tanto andar. Antes de comprar una entrada combinada, es importante asegurarse de que compense realmente.
Dentro del conjunto, recuerdo por encima de todo las impresionantes vistas desde el lago, de una belleza mágica casi hechizante con el enorme puente de los diecisiete arcos de fondo. Para mí fue el momento cumbre de la visita al palacio, sin duda.
El gran corredor es un largo pasillo franqueado por miles de arcos de una enorme longitud pensado para que la familia real pudiese desplazarse a lo largo del conjunto sin mojarse en caso de lluvia. Es otra de las construcciones cuya visita es realmente imprescindible por las hipnóticas y simétricas vistas que ofrece.
No hay que perderse tampoco, a pesar de lo arduo del ascenso, la subida a la colina de la longevidad en cuya parte superior se encuentra la Torre del Incienso Budista y desde donde se puede disfrutar de unas bonitas vistas de todo el entorno.
Los barcos de mármol también son foco principal de los objetivos de las camaras de los turistas y pueden constituir otro buen punto a destacar y que vertebre nuestra visita al Palacio.
En fin, el patrimonio artístico que posee el Palacio de Verano es innumerable y lo mejor es ir descubriendolo tranquilamente, paseando y disfrutando de los hermosos parques circundantes.
Eso sí, todo el conjunto está infestado de turistas, en su mayoria chinos y es complicado a veces encontrar un momento de soledad durante la visita.
Paseando y remoloneando por los parques, es posible aún así descubrir algún momento auténtico y no es raro encontrar grupos de chinos practicando taichi a la sombra de alguna pagoda o algún caligrafo concentrado practicando la complicada escritura china con algún enorme pincel en las inmediaciones del lago.
Personalmente, hay algo en la magnificencia y la ornamentación de todo aquel lugar que me trasladó por momentos a la icónica imagen que poseía de China o de la cultura e historia del país, quizás algo arquetípica, lográndolo mucho más que la propia Ciudad Prohibida, algo decepcionante, bajo mi punto de vista.
Para terminar esta entrada, he de decir que la mejor forma de llegar al Palacio de Verano es en metro o en taxi. Con el taxi, el Palacio de Verano es accesible desde cualquier punto de la ciudad, obviamente y puede ser un forma rápida y cómoda de llegar. Para los más ahorradores, la línea 4 del metro de Beijing llega ya hasta el Palacio y la parada de Beingongmen está próxima a la puerta Norte. Hay que andar un poquito y cuidado porque la puerta Norte del Palacio no es tan fácil de encontrar como parece.
Para la vuelta a la ciudad, es inútil esperar un taxi, ya que por esa zona parece ser que es bastante complicado. Lo mejor es volver a recurrir al metro directamente o bien coger uno de los múltiples autobuses que llevan al centro de la ciudad y, una vez allí, cogerse un taxi.