Soweto: el vibrante corazón de Johannesburgo

Iba a ser una jornada intensa y nuestra agenda en Soweto era bastante apretada. Aquel día, nosotros tres no éramos los únicos clientes de Simon, nuestro tour-guide en Soweto. Dos hombres, entre fuertes y obesos y rondando la cincuentena nos acompañarían en aquella excursión de varias horas: aunque de distintas nacionalidades, (uno de ellos era australiano y el otro era sudafricano), los dos parecían cortados por el mismo patrón y la verdad es que desde el primer momento no tuvimos demasiado feeling con ellos. Había algo en su actitud fanfarrona y condescendiente que no nos gustó desde el principio y durante todo el viaje no pararon de hacer comentarios de dudoso gusto, según nuestra opinión.

Soweto es un área urbana situada en el suroeste del país y es quizás el distrito segregado más famoso de toda Sudáfrica. Fue creado en el año 1904 para trasladar a toda la población no blanca de Johannesburgo fuera del centro de la ciudad pero lo suficientemente cerca como para poder continuar sirviendo como mano de obra a la clase blanca acomodada que vivía en la ciudad.

 

 
Desde entonces y, a consecuencia del proceso de industrialización vivido a lo largo del siglo XX, Soweto no dejó de crecer, de forma desordenada, en unas condiciones de salubridad bastante deficientes, hasta alcanzar la población actual de más de 2 millones de habitantes en un área de cerca de 200 kilómetroscuadrados (Simon nos dijo que se estimaba que la población era de hasta 4000000 de habitantes !!!).

Soweto tiene fama justificada de ser un distrito convulso, agitado y peligroso, donde la delincuencia campa a sus anchas y lo cierto es que cualquier guía del país que haya consultado, cualquier foro o blog de internet o allí mismo los propios sudafricanos recomiendan encarecidamente realizar la visita con un guía local, sobre todo, dependiendo de las áreas de Soweto que se vayan a visitar.

La verdad es que a mi me hacía bastante gracia que Soweto fuese un lugar tan peligroso si lo visitas por tu cuenta y, en cambio, si contratas un guía y pagas una módica cantidad de dinero, puedas disfrutar de un cómodo y plácido tour, libre de problemas o altercados. Me parecía casi un contrasentido.

El propio Simon bromeaba sin demasiados reparos sobre ello y sobre la supuesta peligrosidad de Soweto.

Simon era un tío bastante majete, de unos cuarenta y cinco años, que hablaba inglés bastante rápido y con muchísimo acento, lo cual hacía bastante difícil entenderle a veces, a pesar de lo cual, si que logramos pillar un par de chistes sobre si saldríamos con vida de Soweto, para acabar concluyendo entre risotadas que Soweto nos sorprendería por ser un lugar lleno de contrastes y que se alejaba a veces de la típica imagen de ciudad sin ley que teníamos desde fuera. Aún así, Simon hablaba sin pudor sobre la situación de Soweto y no dudaba en meterse en temas farragosos ya fuese política, historia o sociedad.

Nuestra primera parada fue el estadio Soccer City (FNB Stadium), también conocido popularmente como «The Calabash» (la calabaza). Fue precisamente aquí donde España ganó el Mundial de Futbol de Sudáfrica en el año 2010 pero el estadio ya había sido construido previamente al mundial en el año 1987. Fue remodelado para ampliar su capacidad para acoger el Mundial con lo que el FNB Stadium se convirtió en el más grande de toda África. Simon nos comentó que la obra, acometida en las mismísimas puertas de Soweto, donde miles de familias viven sin acceso al agua corriente o electricidad, había costado un billón de RANDS. Un completo despilfarro sobre todo teniendo en cuenta que desde el mundial no habían logrado ni sacarle rentabilidad ni uso al gigantesco estadio. Aún hoy, se estaba muy lejos de recuperar la astronómica inversión.

El estadio aparecía brillante e imponente en una enorme, polvorienta y árida explanada con todo el perfil de la ciudad de Johannesburgo al fondo, pero no se veía ni un alma en los alrededores y aquel día el estadio tenía un aire casi fantasmagórico, confirmando casi las palabras de Simon. Tomamos algunas fotografías y volvimos a la furgoneta, internándonos ahora ya sí, en pleno distrito de Soweto.

Comenzaba el desfile incesante de casas bajas, más o menos humildes, de calles bien o mal pavimentadas, alternadas con gigantescos barrios de chabolas.

Nuestra siguiente parada fue el Museo Héctor Pieterson, un lugar imprescindible para comprender Soweto y entender la historia de todo el país.

El museo es un doloroso y sentido retrato fotográfico de la lucha de la población negra por alcanzar la libertad y la democracia y homenajea a las víctimas del levantamiento de Soweto en el año 1976 y de la opresión política posterior ejecutada por el gobierno del Apartheid durante aquellos convulsos años.

Personalmente, me pareció un museo conmovedor y emocionante y me tocó muchísimo más que el famoso museo del Apartheid, siendo en mi opinión una visita obligada si se viaja a Johannesburgo.

Un hecho puntual como fue la decisión de las autoridades blancas de imponer el afrikaans, el lenguaje opresor, como medio de instrucción en las escuelas de secundaria fue la gota que colmó el vaso y que canalizó la rabia acumulada hasta entonces durante años. Corría como digo el año 1976.

Los alumnos de los institutos, que no aceptaron ser educados en Afrikaans, se echaron a la calle a protestar y la contundente respuesta policial no se hizo esperar y cambiaría la historia de Sudáfrica para siempre. Fue el comienzo del fin del Apartheid.

Uno de los primeros niños en morir bajo las balas de la policía blanca fue precisamente Héctor Pieterson, que da nombre al museo. La fotografía de otro alumno llevando en sus brazos el cuerpo sin vida de Héctor Pieterson cubierto de sangre acompañado de la hermana del difunto dio la vuelta al mundo y fue en parte causante de la aplastante respuesta internacional que condenó los hechos y que condujo al aislamiento político e internacional de la Unión Sudafricana.

Hasta 500 personas murieron bajo el fuego de las fuerzas de seguridad durante el tiempo que duró el levantamiento en Soweto y otros barrios segregados a lo largo de todo el país, y fue así, con el derramamiento de sangre de humana, como Soweto se convirtió en un símbolo de la lucha contra la segregación racial en todo el mundo.

En la plaza Hector Pieterson donde se encuentra el museo, se ubica una enorme inscripción homenaje a las víctimas del levantamiento. La famosa fotografía, con toda su dureza, está allí expuesta en una enorme losa para que todos los visitantes pudieran verla. Fue precisamente en esa plaza donde el joven Hector Pieterson fue tiroteado.

Durante los años posteriores, la opresión del gobierno blanco fue terrible y llevó a la persecución y encarcelamiento y tortura de numerosos miembros del ANC y muchos jóvenes activistas fueron enviados a la prisión en Robben Island (famosa por ser la cárcel donde estuvo preso durante décadas el Nobel Mandela).

Pero la revuelta no sólo se pagó en sangre. Como consecuencia del levantamiento de Soweto, se estima que cerca de un millón de niños negros no pudieron ir a la escuela durante todos aquellos años, lo que sumado a las carencias educativas que ya llevaba arrastrando la población negra previamente, condujo a un verdadero descalabro educativo cuyos efectos todavía hoy suponen una verdadera lacra al verdadero desarrollo social y humano de la Sudáfrica actual.

Ya fuera del museo, mientras esperábamos a que nuestros compañeros de tour regresasen, MDL le ofreció un cigarrillo a Simon y le preguntó directamente si él vivía en Soweto por aquel entonces. Él dio una pensativa calada al cigarrillo y contestó afirmativamente: «El niño muerto vivía unas casas más allá. Yo iba a clase como todos los días, todo parecía ir bien y de repente el ejercito empezó a entrar en las escuelas disparando«. Simon bajó la cabeza. «Yo nunca estuve metido en política. Nuestra madre nos obligó a quedarnos en casa aquellos días. Teníamos miedo. Todo estaba muy revuelto».

Simon abrió la boca para decir algo más, pero justo entonces nuestros compañeros de viaje regresaron, habían estado comprando unos souvenirs en un mercadillo justo al museo. Nos montamos en la furgoneta y nos dirigimos a nuestra siguiente parada: la casa donde vivió Mandela con su familia antes de ser encarcelado.

La casa está situada en Vilakazi street, una calle que vio crecer y vivir nada más y nada menos que a dos premios Nobel de la Paz, Nelson Mandelay al clérigo pacifista Desmond Tutu. La importancia histórica y política de aquella calle era cuanto menos destacable. Soweto es un lugar de contrastes, ya nos había anunciado Simon, y hoy en día Vilakazi street es curiosamente una de las calles más caras de toda Sudáfrica. El turismo y su valor emocional e histórico han elevado los precios del suelo en ésta zona y la nueva clase alta negra sudafricana, crecidas por un ambiente político favorable, ha invertido su dinero en el que había sido su barrio, acondicionándolo y dándole un nuevo lustre. El propio Desmond Tutu continúa viviendo allí, en una enorme casa dotada de unas medidas de seguridad notables, un poco más abajo de la casa-museo Nelson Mandela. Elegantes cafeterías, algún que otro restaurante bien mono, tiendas de souvenirs y cientos de turistas, muchos de ellos blancos, armados con sus caras cámaras de fotos… No era precisamente lo que esperábamos encontrar en Soweto.

«Hay un Soweto dentro de Soweto, ya se lo dije»-nos anunció Simon con una sonrisa.

La casa de Mandela no es muy grande y está llena de recuerdos y muebles originales de la época en la que Nelson Mandela vivía allí con su esposa Winnie y sus hijos. Se pueden ver incluso algunas de las cartas que el matrimonio se intercambiaba en el tiempo en el que Nelson Mandela estuvo en prisión. Una muchacha adolescente hacía las veces de guía y nos iba contando de una forma muy apasionada algunos aspectos cotidianos de la vida en la casa, relatando con detalle todos lo que la familia Mandela tuvo que sufrir por la patria hasta la caída del régimen del Apartheid en el año 90. La verja que protege el domicilio está llena de lazos azules que los turistas y visitantes van dejando para mostrar sus condolencias por la muerte del ya gran mito Madiba.

Una vez fuera, Simon nos llevó a los cinco a beber una cerveza tradicionalde Soweto en una fábrica «ilegal» de cerveza justo a la casa de Mandela. El local, llamado The Shark era una chabola bien amañada y con buen aspecto, acomodada para acoger a los visitantes que acudían atraidos por los laureados premios Nobel. Nos sentamos en unos bancos de madera y un jovencito nos trajo un poco de cerveza. La cerveza venía empaquetada en un brick de cartón, como si fuera leche. Simon abrió el brick y al hacerlo el gas de la fermentación salió expedido sonoramente y un olor muy fuerte a cerveza inundó el local.

La cerveza se sirve en una calabaza que se comparte («The Calabash de ahí el nombre popular del estadio FNB). Al principio a todos nos dio un poco de asquete y Simon nos dijo que no estábamos obligados a tomarla pero MDL, lanzada como es ella, le pegó un largo trago y uno a uno, imitándola, todos nos lanzamos a probarla. Era una cerveza espumosa y blanca, de un sabor tan fuerte como su olor. MLD se terminó toda la que los demás no quisimos tomar y además se compró otro brick de cerveza que nos acompañaría después durante todo el viaje y que acabaríamos tirando sin tan si quiera abrirlo, ya en el aeropuerto justo antes de coger el vuelo de vuelta.

Creo que a Simon le resultamos cuanto menos, graciosos y se reía viendo a MDL beberse a trompicones el contenido de aquel enorme cuenco de cerveza. Al salir unos chicos hicieron un espectáculo de break dance, todo muy preparado para el turismo, y acabamos dándole unas cuantas monedas como agradecimiento por el numerito.

Nuestra tercera parada fue Kliptown. Si Vilakazi Street es de las áreas más ricas de Soweto, Kliptown es, al contrario, de las más pobres. Ya de camino, desde la ventanilla de la furgoneta, el triste espectáculo del chabolismo nos alejaba totalmente de la calle Vilakazi y alrededores.

Un chico muy jovencito enfundado en unas Converse probablemente de imitación nos recibió en las puertas de Kliptown. Él iba a ser nuestro guía allí y los cinco, sin Simon que se quedó junto a la furgoneta, nos internamos con él en las mismas entrañas de Soweto. Nos advirtió de que no nos alejáramos en ningún momento y que intentásemos ser lo más respetuosos posibles.

El joven nos contó que Kliptown era muy pobre, que no había suministros de agua ni electricidad. Que como servicio solo contaban con unos sanitarios cedidos por la municipalidad y que cada sanitario daba servicio a unas 10 familias (de 7 u 8 miembros cada una). Lo malo era que los sanitarios sólo los podían vaciar muy de vez en cuando y los desechos orgánicos se acumulaban, por lo que mucha gente prefería hacer sus necesidades en la calle o en alguna esquina.

Kliptown acoge, se estima, a 50000 almas, muchas de las cuales son inmigrantes venidos de las áreas rurales o del vecino Zimbawe, que huyendo del descalabro político del país vecino, se ven sometidos a un nuevo Apartheid de marginalidad social y económica por parte de la población negra sudafricana gobernante.

Toda el área de Kliptown que visitamos era una abigarrada sucesión de chabolas de chapado metálico con candados en las puertas (los pobres también protegían lo poco que tenían). Niños, perros, y mujeres salían a nuestro paso y nos observaban en un silencio sólo roto por el saludo de algún que otro atrevido y algún ladrido perdido. El chico nos dijo que podíamos tomar todas las fotos que quisiésemos pero yo me sentía un poco Voyeur y simplemente me dediqué a observar y a mirar con mis ojos, a ver, olvidándome de mi cámara de fotos.

Había cierta dignidad en aquella pobreza, un cierto orden, una cierta higiene, la gente estaba aseada y razonablemente bien vestida. No era como la miseria que uno podía ver en India o incluso en Europa, en determinadas áreas marginales.

El paseo por Kliptown terminó con una visita a una pequeña ONG que trabajaba directamente sobre el terreno, en el corazón de la pobreza: K.I.P. K.I.P. alimenta a 450 chavales y les incentiva para que estudien. Nos comentaba el chico que para ir a la escuela los jóvenes de Kliptown debían andar bastantes kilómetros y muchos de ellos sólo hacían una comida al día por lo que no podían andar toda esa distancia y estudiar con el estómago vacío, por lo que K.I.P. les daba de comer a cambio de un buen rendimiento educativo y les proporcionaba un espacio donde estudiar y darles cierto apoyo escolar a la salida de la escuela. Es una labor importantísima. La educación es la principal herramienta con la que un país puede avanzar y dar pasos en la buena dirección. La educación es sinónimo de progreso. Nos dijeron que si queríamos aportar algo de dinero, éste siempre sería bien recibido.

Donamos 300 RAND cada uno a la causa y el australiano al vernos nos dijo con cierta sorna: «En mi país se dice que el único pobre es uno mismo». Todo queda dicho. El joven le respondió con una tensa sonrisa y todos regresamos de vuelta a la furgoneta de Simon.

Ya camino de vuelta a Johannesburgo, justo al lado de ese Kliptown, sobre aquel mar de chabolas, emergía un enorme gimnasio Virgin, junto a él un enorme centro comercial atraía a los compradores con sus carteles publicitarios anunciando ordenadores y ropa de marca.

Soweto es un lugar de contrastes y como decía Simon hay muchos Sowetos diferentes dentro de Soweto. Está lleno de contradicciones, igual que Johannesburgo y la propia Sudáfrica.

Es un lugar enorme y parece que no tiene fin, igual que la pobreza de Kliptown o el interminable océano de chozas metálicas y casas de protección oficial que inundan el horizonte, pero también es un lugar vibrante y apasionante, lleno de historia y también, o al menos eso espero, con mucho futuro.

Simon nos llevó de vuelta a nuestro acomodado barrio de Greenhill, a nuestro Chateau de Carolle. Nos despedimos de él y le deseamos suerte. Después de haber estado en Kliptown, el contraste con Greenhill era casi obsceno. Como un insulto a la vista. Parecía que en lugar de cambiar de barrio, habíamos cambiado de país.

 

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