Quizás sea por su ubicación, más alejada del resto de la ciudad, que tras el exterminio judio en la Segunda Guerra Mundial, Uzupis quedo abandonado a merced de vagabundos, delicuentes y prostitutas, convirtiendose en un área marginal y peligrosa.
Pero también era el lugar perfecto para que bohemios y artistas se refugiaran en los frios tiempos de dominio sovietico y consiguieran cierta autonomía creativa y un espacio donde poder dan rienda suelta a su poderosa imaginación.
Ya con la independencia de Lituania en el año 1990, escritores y artistas de todo tipo empezaron a llegar en volandas al barrio, rehabilitándolo en parte, hasta la pirrica declaración de su independencia el día 1 de Abril del año 1997, una verdadera acción homenaje al arte y un movimiento civil por la utopía de una vida bohemia y la libertad en un mundo lleno de normas y ataduras.
Es en ese sentido que Uzupis puede recordar a otros barrios similares en otras grandes ciudades europeas que yo haya visitado, como puede ser el pintoresco barrio de Montmatre en París o el hippie barrio okupa de Christiania en Copenhague.
Pero a diferencia de éstos, devorados ya por su propia fama, convirtiendose en una caricatura comercial de lo que ellos mismos fueron (en Christiana me tome un café que pude pagar con tarjeta de crédito en su momento), la pausada rehabilitación de Uzupis todavía ha preservado en cierta forma la esencia de lo que quiere ser y sigue al menos conservando parte del encanto y la autenticidad (que no la rebeldía) de tiempos pretéritos.
Uzupis cuenta con un presidente, un gabinete de ministros, una moneda y fronteras (incluso te sellan el pasaporte y encuentras donde te lo sellan, claro). Tiene un ejercito (apenas compuesto por una decena de soldados) y como no, cuenta con una constitución, que resulta ser una verdadera declaración de intenciones sobre los principios artisticos de la joven república.
Denostado en el pasado, hoy en día, Vilnius se enorgullece de Uzupis y lo ha convertido en uno de sus principales reclamos turisticos, apareciendo en la lista de imprescindibles de cualquier guía o folleto turístico sobre la ciudad y los escasos turistas que visitan la ciudad se adentran timidamente en sus andrajosas callejuelas en pleno proceso de remodelación.
Yo así lo hice, un par de veces, a la salida del trabajo, bien entrada ya la tarde. Para llegar hasta Uzupis desde la catedral hay que cruzar el río y el puente con el que me topé era pequeño y estaba lleno de candados puestos allí por los enamorados como testimonio de su amor eterno (en ese Vilnius no era demasiado original, lo de los candados empieza a ser ya un fenómeno global).
Justo antes de cruzar el río un enorme cartel anunciaba la poco custodiada frontera de la Republica de Uzupis.
El barrio en sí está lleno de encanto, con cierto aire decadente y algún que otro edificio recién remodelado y otros en un evidente estado de abandono. No se si era por el frío, pero aquellos días, Uzupis parecía tranquilo y reposado. Algún que otro ciudadano o visitante de Uzupis (en general bastante jovencillo) rompía la quietud de la tarde y se deslizaba por las calles, bien a pié o bien a bicicleta, encogido por la bajas temperaturas, iluminado por los faros de los pocos coches que se abrían paso a traves del empedrado de la calzada. No había demasiados bares ni cafeterías pero si que se podían ver algunos establecimientos bastante bien puestos, perfectos para abrigarse y tomar algo caliente o para cenar a la luz de los candiles.
No faltaban galerías de arte, tiendas de artesanía y locales más que interesantes pero Uzupis no parecía haber caido todavía victima de la explotación comercial más aplastante.
Entre andamios, graffitti, tiendas y arte, la verdad es que daba la sensación de que Uzupis a pesar de su pequeño tamaño era el lugar perfecto para perderse y encontrar rincones llenos de personalidad y carisma, siendo Uzupis un barrio en plena transformación y renovación de ideas y pensamiento, pero la verdad es que en el mes de noviembre la noche caía enseguida y las gélidas temperaturas no invitaban a estar en la calle y a hacerse el explorador.
Ya mi último día de estancia en Vilnius, fui directo a la plaza central de Uzupis, coronado por la estatua de un ángel tocando la trompeta. Mi objetivo era encontrar la famosa consititución de Uzupis para poder leerla, donde se sientan las bases de la joven nación y regresar al hotel donde poder calentar mis pobres manos congeladas por el frío.
No muy lejos de la plaza la encontré. Traducida a ocho idiomas, no podía estar más de acuerdo practicamente en todoas y cada uno de sus artículos.
Os dejo aquí algunos de mis favoritos:
Todo el mundo tiene derecho a agua caliente, calefacción en invierno y a un techo de azulejos. (Éste artículo aquel día cobraba todo el sentido del mundo)
Todo el mundo tiene derecho a morir pero no es una obligación
Todo el mundo tiene derecho a cometer errores.
Todo el mundo tiene derecho a hacer el vago.
Todo el mundo tiene derecho a ser feliz.
Todo el mundo tiene derecho a ser infeliz.
Todo el mundo tiene derecho a estar en silencio.
Nadie tiene derecho a la violencia.
Todo el mundo tiene derecho a apreciar su falta de importancia.
Todo el mundo es responsable de su libertad.
Y así hasta 38 artículos para terminar con otros tres, especialmente claros:
No rendirse.
No luches.
No abandones.