Llegamos a Kalaw mucho antes de lo que pensábamos. El viaje en autobús se suponía que tenía que durar unas siete horas, pero, en cambio, no sabemos muy bien por que motivo, el trayecto sólo duró unas cuatro horas escasas. Poco a poco empezábamos a descubrir que el tiempo y los horarios eran relativos en Myanmar y que las cosas duraban lo que duraban. A veces salías ganando, como en esta ocasión, y otras perdiendo. Nos podía gustar o no, pero era así. Había que aceptarlo. Es algo con lo que hay que contar cuando se planifica un viaje por Birmania.
Nos apeamos del autobús, junto con nuestros nuevos amigos chilenos, Nicolás y Magdalena, y dirigimos nuestros pasos hacia nuestro hostal en lo alto de una colina, donde curiosamente y por coincidencia también se alojaban Nicolás y Magdalena. (El hostal se llamaba Nature Life II).
En Kalaw el aire era fresco y limpio y aunque el día aparecía plomizo y gris, era agradable dejar atrás el calor y el sol abrasadores de Bagan, que no habían tenido demasiada piedad con nosotros los días anteriores. (el sol había tostado mis entradas y mi cabeza debido a mi imprudencia de no llevarme un gorro en Bagan).
No es de extrañar que durante el periodo colonial, el pequeño pueblecillo de Kalaw fuera un lugar muy popular entre los ingleses que se refugiaban en las montañas huyendo despavoridos del tórrido calor de las llanuras. Después de haber pasado unos días en Bagan, lo podía entender perfectamente. Me imagino a los pobres ingleses con sus pieles blancas y sus cabellos rubios, acostumbrados al impredecible clima inglés, sudando la tinta gorda, cociéndose bajo el sol y añorando su tierra natal a miles de kilómetros y a varios días en barco, encontrando en Kalaw una especie de refugio fresco y tranquilo.
Hoy en día, poco queda ya del pasado inglés de Kalaw, salvo algunas casas, reconvertidas algunas para el turismo, y una importante población nepalí e india, traídas durante el dominio británico hasta Kalaw para ayudar en la construcción de la línea férrea del país (de hecho todavía es posible llegar en tren hasta Kalaw).
Kalaw se encuentra enclavado en pleno estado de Shan que toma su nombre de la etnia Shan, una de las minorías étnicas más numerosas del país. Birmania es un auténtico crisol de culturas.
El estado de Shan es el más grande de toda Birmania y es una de las verdaderas zonas calientes del país. La etnia shan está envuelta en una permanente guerra civil dentro de Birmania y diversas facciones rebeldes luchan por la independencia de toda la región de forma activamente armada. La represión por parte de la junta militar que gobierna el país ha sido y es terrible, siendo los poblados shan arrasados sin piedad, obligando a su población a desplazarse y a refugiarse, con «suerte», en Tailandia (sin papeles donde no son reconocidos en su estatus de refugiados políticos) o bien a quedarse en la frontera con el país vecino viviendo en unas condiciones miserables para acabar sufriendo una muerte silenciosa e ignorada por la comunidad internacional.
Por si fuera poco, el estado de Shan es uno de los mayores productores de opio mundiales, siendo las plantaciones controladas por guerrillas que constituyen casi auténticos ejércitos privados financiados con el dinero de la droga.
En fin, dada la situación política de todo el país y, en concreto, de la región, el movimiento de extranjeros a lo largo del estado de Shan está muy limitado y restringido a puntos muy concretos. Pero a pesar de ello, es curiosamente el camino que une Kalaw con el turístico lago Inle uno de los escasos lugares de todo Myanmar donde se permite al turista pasar la noche en casas locales sin permiso previo y donde uno puede disfrutar de una mayor libertad de movimiento y de un contacto directo con la población del lugar.
Y era precisamente por ese trekking por lo que nos habíamos desplazado hasta Kalaw. Nosotros habíamos reservado un guía con el que habíamos contactado por internet antes de salir hacia a Birmania y Nicolás y Magdalena, que no tenían nada buscado todavía, no dudaron en unirse a nosotros al trekking que comenzaría al día siguiente muy temprano. (nos costó unos 30 dólares por cabeza los dos días).
Pero todavía nos quedaba una tarde entera para pasear por Kalaw y disfrutar de unas horas de relax y algo de descanso.
Kalaw respira un ambiente muy distinto al que habíamos conocido hasta ahora en Birmania. Se dejaba ver una apreciable población musulmana (pudimos ver hasta una mezquita) y, en general, la gente nos pareció mucho más reservada y tímida que en Bagan. Por contra, había muchas menos personas mendigando y pudimos andar a nuestro aire, no siendo objeto aquí de acoso de vendedores o cazadores de turistas.
Y es que en Kalaw había ya muchísimos menos turistas que en Bagan (aunque los había). Recorrimos un mercado de frutas y verduras, siendo los únicos extranjeros a la vista, lo cual siempre te da la extraña y satisfactoria sensación de inseguridad que te produce ser el objeto de las miradas de toda la gente que te rodea.
Salimos del mercado con una enorme bolsa de frutos secos y con la intención de comprar unos chubasqueros para el día siguiente. En el camino nos topamos con una tienda de comercio justo con cientos de fotos en apoyo a la etnia shan con enormes carteles implorando por algo de democracia y justicia. La imagen de Ang Suu Kyi ahí colgada y escondida en una esquina era ya de por si un acto de gran valentía.
Terminamos el día cenando en el hotel con Nicolás y Magdalena, después de una breve reunión con nuestro guía en el trekking Fernando que nos resumió con pelos y señales el emocionante y agotador plan de kilómetros que teníamos por delante al día siguiente.
Nos acostamos pronto. El día siguiente iba a ser duro y cansado. Dormí muy bien aquella noche, por primera vez en días no nos hizo falta encender el aire acondicionado.