No me deja de sorprender el hecho de que el segundo edificio más grande en superficie del mundo se encuentre en una ciudad de las características de Bucarest, una ciudad modesta, no muy grande, una capital europea sin demasiadas pretensiones, que pasa casi desapercibida en el conjunto de las grandes urbes del continente.
Ya de cerca, el dinosaurio de hormigón me hace sentir pequeño. Rodearlo para encontrar la puerta de entrada nos llevó un buen rato. Asi que ya estabamos algo cansados cuando finalmente encontramos el pórtico metálico, que custodiado por un guarda militar, nos daba la bienvenida.
El también llamado Edificio del Pueblo se puede visitar hoy en día y su presencia es una prueba incontestable del pasado reciente del país y de la ciudad.
Su construcción comenzó en el año 1984 por orden del tirano dictador Ceucescu que poseido por sus delirios de grandeza planeó su edificación en un alarde de megalómano poder económico y político. Lo cierto es que, en un país empobrecido como era la Rumania de los 80, la construcción del edificio administrativo más caro del mundo supuso una verdadera carga que consumió hasta un tercio del PIB nacional (3300 millones de euros, ¡¡¡casi nada!!!). Una locura se mire por donde se mire.
Por si fuera poco, su centrica ubicación fue posible a costa de demoler gran parte del casco histórico de la ciudad. Ceucescu en su proyecto de la perfecta ciudad socialista y a través del proceso de sistematización de la ciudad derribó edificios, iglesias, sinagogas de gran valor histórico sin ningun pudor, excusándose para ello en los daños producidos por el terremoto del año 1977. Todo esto, ha dejado, actualmente, en la ciudad cicatrices todavía visibles que han cambiado su fisonomía para siempre. Fue un alto precio el que Bucarest tuvo que pagar para alimentar los egos insaciables de Ceucescu y de su mujer Elena.
Actualmente, el edificio es sede de las dos cámaras del Parlamento Rumano por lo que para acceder al edificio es imprescindible acreditarse y pasar un control de seguridad y las visitas al interior sólo pueden ser guiadas.
El último tour es a las cuatro y el precio del recorrido más sencillo, que no incluye una vuelta por las catacumbas, cuesta unos 8 euros.
Una oronda y seca mujer que por su expresión bien parecía haber vivido y trabajado allí desde los mismisimos tiempos inmemoriables de Ceucescu nos vendió las entradas en una tienda de souvenirs bastante hortera, imposible de no ver justo en la entrada. Tras pasar el control, situado justo al lado de la salida de la tienda, los guardas se quedaron nuestros pasaportes como prenda durante toda la visita. (Siempre resulta difícil separarse del pasaporte cuando uno está de viaje). Nuestra guía, una guapa joven que hablaba un perfecto inglés, nos advirtió de que no deberíamos separaramos de grupo. Deambular por los pasillos por propia iniciativa no estaba permitido, no sólo por tratarse un edificio oficial si no porque podríamos perdernos, algo para nada impensable en un edificio como éste, casi laberíntico y de proporciones gigantescas.
Durante la visita, la guía nos fue llevando durante una hora y cuarto aproximadamente por unas cuantas salas del Parlamento e iba aderezando el paseo con unas cuantas anecdotas bastantes curiosas y con chascarrillos varios que provocaban las risas de nuestros compañeros en el tour. Todo el discurso dejaba traslucir cierto tono irónico y despectivo hacia el edificio, no falto de rencor hacia una etapa de la historia rumana quizás todavía dificil de asimilar incluso para las jovenes generaciones del país.
El edifició fue diseñado por Anca Petrescu,(que en paz descanse), arquitecta (no se si el femenino de arquitecto esta reconocido por la RAE) del Partido Comunista que con tan solo 30 años no sólo lideró este proyecto si no que planificó gran parte de la reconfiguración urbanistica de la ciudad y de la distribución de la consiguiente población desplazada.
En cualquier caso, más de 700 arquitectos colaboraron en su construcción bajo las ordenes de esta buena mujer y 20000 obreros trabajaron sin descanso durante 24 horas durante años para levantar esta verdadera obra faraonica del siglo XX.
El resultado, ya en el interior, luce grandiosidad y sobriedad a partes iguales, todo decorado con un elegante estilo art-decó-neoclásico-comunista: Funcional y comedido pero fastuoso y excesivo.
Aparte de una inquietante y poco lucida muestra de trajes regionales rumanos enclaustrados en unas frías vitrinas de cristal durante el recorrido pudimos admirar varias obras de unos de los pintores predilectos de Ceucescu: Sabin Balasa, cuyo estilo pictórico fue definido por nuestra guía como de Romanticismo Cóscimo. Las alegóricas pinturas que colgaban de las paredes del Palacio tenían nombres evocadores y cierto aire entre exaltado y onírico, y cierto punto romántico, tan del gusto de los nacionalismos patrióticos exacerbados.
Y es que el Palacio es un ejemplo supremo de exaltación nacional. Una muestra de poder y autoridad. Todo el material usado en la construcción del edificio es auténticamente rumano desde las enormes lamparas que cuelgan de los techos de cada una de las salas hasta cada metro cuadrado de alfombra que cubre los suelos de marmol del palacio. Y todo está perfectamente cuidado y pensado hasta el más mínimo detalle: cada alfombra fue especialmente diseñada para cada sala teniendo en cuenta que el dibujo y el color encajaran perfectamente con el diseño del mármol, el tamaño de cada lámpara adaptado al espacio y altura de cada una de las 3100 habitaciones amuebladas, cada tapiz, cada escalera, cada cortina…
Todo perfectamente está perfectamente estudiado. Nada está al azar. Sirva como ejemplo lo siguiente. En la sala de recepción internacional, donde Ceucescu y su esposa recibían a los mandatarios internacionales, dos enormes escalinatas de mármol convergían en un amplio espacio central pensado para impresionar a los visitantes. La idea era que el dictador y su mujer apareciesen en lo alto de cada escalinata, recorriendolas cada uno por un lado, uniéndose en el centro, dando a toda la entrada cierto aire de teatralidad y magnificencia.
Ceucescu ordenó construir las escaleras hasta cuatro veces para que los escalones encajasen perfectamente en el tamaño de sus pies, lo cual les permitiría descender por la escalinata sin bajar la cabeza al suelo, con la mirada al frente, ahondando aún más en la teatralidad del lugar.
Quizás Ceucescu se echaría las manos a la cabeza por esto pero nosotros aprovechamos la visita al salón de recepción para ir al baño. Los servicios estaban algo destartalos y yo que me estaba meando no dudé en utilizarlos. Mi pensamiento durante aquellos momentos fue casi ridiculo y tampoco se si debería compartirlo, pero vaya, estaba meando en el Palacio del Pueblo Rumano de Ceucescu, algo que como español al otro lado del telón de acero, hubiera sido impensable para conciudadanos como mis padres hace tan solo 30 años.
Y es que el mundo a cambiado bastante en 30 años. El panorama geopolítico mundial no tiene nada que ver. Hoy un turista puede mear en el Parlamento del Pueblo Rumano, hace 30 años el aislamiento político y el tenso ambiente internacional con el bloque del Este hacía impensable que éso pudiése llegar a suceder.
Normal que el propio Michael Jackson cuando visitó el Parlamento hace años estuviera algo confundido y gritara desde los alto del inmenso balcón desde el que se divisa toda la ciudad: «Hello, Budapest»
Hoy en día, quizás el pasado reciente de Bucarest y la dictadura nos horrorice y es lógico y normal que el Parlamento Rumano, por lo que encarna y represente, produzca ciertos sentimientos encontrados entre los habitantes de la ciudad (hasta el punto de que se planteó incluso su demolición), pero yo no puedo dejar de pensar que todas las grandes obras de la humanidad (desde las pirámides de Egipto hasta la gran Ciudad Prohibida de Pekín pasando por el Taj Mahal o los apreciados Palacios Reales Europeos como los de Versalles o el propio de Madrid…) se construyeron a costa de empobrecer y explotar al pueblo, y son fruto de la locura visionaria de sus, muchas veces, tiranos dirigentes que vivieron más para si mismos que para servir a las naciones para las que gobernaban. Y todas y cada una de esas obras, a lo largo del tiempo, han pasado a formar parte del acervo artístico de la Humanidad, conviertiéndose en un verdadero activo económico y cultural para los pueblos y naciones que los rodean, siendo objeto de culto, mimos y grandes cuidados. Quizás dentro de 200 años, ya con algo de perspectiva, cuando el Parlamento Rumano deje de poseer para Rumanía y el resto del continente las connotaciones que actualmente implica, sólo entonces, el Parlamento Rumano sea considerado y pueda ser valorado justamente, por su real valor histórico, artístico y arquitéctonico. Sea el que sea.