Rishikesh: Ommmmmmmmm

Rishikesh, enclavada en los preHimalayas en el distrito de Dehradun, no demasiado lejos del nacimiento del Ganges, es muy famosa y conocida entre mochileros y turistas que viajan por el norte de la India.
Aquí fue donde Rama hizo penitencia por haber matado a Ravana, el rey-demonio, y vagó culpable por ello por las riberas del río Ganges donde se ubica hoy la ciudad.
Pero Rishikesh no es conocida entre los occidentales por esto. No. Hoy por hoy, Rishikesh es la capital mundial del yoga, sobre todo, después de que los Beatles tuvieran a bien en el año 1968, pasar un tiempo en uno de los ashram de la ciudad, donde inspirados por el ambiente místico y religioso del lugar (y por las drogas), compusieron unas cuantas canciones.

Rishikesh, mucho menos importante a nivel religioso que su vecina Haridwar, se ha convertido actualmente en un imán turístico donde viajeros de todo el mundo acuden atraídos por el bello entorno natural, las suaves temperaturas,  el ambiente relajado y distendido que favorece el descanso y por sus ashram para turistas, donde uno bien puede entrenarse en el arte del yoga, bien profundizar en el conocimiento de la medicina ayurvédica o simplemente meditar sobre el sentido de la vida o la trascendencia del espíritu humano.

Rishikesh está sólo a 20 kilometros de Haridwar y desde allí se llega a través de una serpenteante y transitada carretera en un viaje que dura algo más de una hora.
La primera impresión de Rishikesh desde la ventanilla del coche para mí fue un poco desagradable. El verdadero Rishikesh, el de los locales, el pobre, el no turístico es lo primero que uno se topa al llegar por carretera y, desde luego, no da una buena imagen. Es sucio, desordenado, pobre, caótico. Como gran parte del país.
Pero unos kilometros más allá, la carretera continua y avanza subiendo en el valle hasta llegar al Rishikesh turístico, el verdadero corazón espiritual envuelto en celofán para los occidentales.
Nosotros nos alojamos en los Bhandari Swiss Cottage, un hostal para mochileros donde coincidimos con nuestros «colegas de viaje» suizos que habíamos conocido en Haridwar y la pareja israelita que nos había acompañado en nuestro primer viaje en el tren. Al final parecía que todos hacíamos la misma ruta llevados por nuestras guías Lonely Planet, como becerros llevados de la mano por nuestro perro pastor Lonely Planet, verdadero gurú para mochileros de todo el mundo.
El hostal estaba bien, muy barato, razonablemente limpio para los estándares del país,  lleno de guiris  y, francamente, las vistas de las montañas y del río desde las habitaciones eran bastante bonitas. Cada poco había cortes de agua y electricidad, pero eso es algo bastante habitual cuando uno viaja por India, así que nada grave. Ya nos estabamos acostumbrando a eso.  El personal, de origen nepalí, era atento y amable y la verdad es que los cocineros, también nepalíes, cocinaban bastante bien (la carta era una macedonia de platos hindúes, israelitas, occidentales y nepalíes).
Una vez instalados en nuestras habitaciones, nos dimos un paseo por Rishikesh.
Hay que reconocer que Rishikesh es bonito. Para llegar a los ghats en la orilla del rio, se debe atravesar un enorme puente colgante de hierro, el Lakshman Jhula. El puente fue construido en 1839 y desde él las vistas del río, las montañas y la ciudad son fantásticas. Es bastante estrecho y está muy transitado; por él continuamente parecen estar pasando personas, yendo y viniendo: santurrones barbudos ataviados con sus ropajes naranjas, turístas, hippies trasnochados, mujeres indias rodeadas de niños, motos que se abren paso a pitidos incesantes y vacas que eventualmente se sientan en medio del camino a descansar causando enormes aglomeraciones y atascos, que a su vez provocan más pitidos de motos.
El Lakshman Jhula no es el único puente que cruza el Ganges en Rishikesh y une las dos partes de la ciudad separadas por el río, ya que tres kilometros río abajo se encuentra también el Ram Jhula, siendo este segundo puente mucho más moderno ya que fue construido en los años ochenta del pasado siglo XX.
Junto al Lakshman Jhula, en el lado opuesto del río a donde nos alojabamos nosotros, destaca por encima del resto de la ciudad el imponente templo de Tera Manzil, con sus trece plantas dedicadas cada una de ellas a un dios hindú diferente. Pero no solo este, todo Rishikesh está plagado de templos y ashram, algunos de los cuales destacan por ser algunos de los más antiguos del país, dicen.
En las orillas del río, un poco más allá, se encuentra el Ghat de Shiva, con una enorma estatua del propio Shiva vigilante desde el río. Ahí, al atardecer y al amanecer, al igual que en Haridwar, tiene lugar una puja de expiación de pecados, con flores y velas lanzadas al río por fieles y devotos de la región. En Rishikesh la ceremonia es mucho más modesta y menos multitudinaria que la del ghat  Har-ki-Pauri en Haridwar, pero a cambio, es mucho más turística, y permite a los visitantes acercarse más al río, al estar menos masificada y contemplar en primera linea y con todo detalle cada uno de los distintos rituales de la ceremonia.

Nosotros asistimos a esta puja al atardecer el segundo día que pasabamos en Rishikesh, porque a mis amigas el Har-ki-Pauri les había decepcionado un poco. A mi a la puja de Rishikesh me pareció casi un artificial espectáculo montado para turistas y le faltó la emoción, la espiritualidad y el fervor religioso que desprende la de Haridwar.
Por si fuera poco, nos robaron los zapatos, que habíamos tenido que dejar en la misma entrada del ghat para poder asistir a la ceremonia. (Deberíamos haberlos dejado en el guardazapatos que había a la izquierda en la entrada jeje). Al salir y no encontrar los zapatos en su sitio, nos quedamos mirando perdidos como unos tontos durante varios minutos el montón de zapatos ajenos sin acertar a encontrar los nuestros. La sorpresa dió pasó a la indignación al darnos cuenta de que tendríamos que volver al hostal andando descalzos, haciendo camino sobre las calles de Rishikesh, llenas de mierda, caca de vaca y desechos de todo tipo. Una experiencia que se prometía nada agradable. Un santurrón nos miró y nos bendijo y un americano fumado e iluminado nos comentó: «Shoes, there will be more shoes. The world is full of shoes!». El problema era que necesitabamos zapatos justo en ese momento. Recapacitamos. En un país donde mucha gente no tiene dinero para comer y mucho menos para comprarse un simple par de zapatos, donde parte de la población anda descalza a diario, es hasta lógico que nos los hayan robado. El cabreo cedió lugar entonces a la resignación y así casi casi a la risa. Seguramente quien se los haya llevado lo hizo porque los necesitaba más que nosotros. En fin, así es India, Amazing India! Tras dar un par de vueltas nos compramos unas chanclas en un puesto cerca de allí (que curiosamente vendía bastantes zapatos usados de segunda mano…yo no digo nada), y nos subimos a un rickshaw que compartimos con una israelita loca que había venido a Rishikesh para aprender a tocar el sitar, y que iba a visitar a unos amigos suyos (que luego resultaron ser la pareja que ya conocíamos) que estaban alojados en nuestro mismo hostal. La chica, cuyo nombre no recuerdo, nos comentó que a los israelitas les encantaba viajar por India y que iban a sitios a los que viajeros de otras nacionalidades no llegaban a ir nunca. Ahí queda dicho. Ella casi nos condujo a la muerte al intentar tomar el volante del rickshaw por la fuerza y tratar de conducirlo por si misma mientras se reía a carcajada limpia.

Demasiado para una noche.
Al día siguiente, por la mañana, aprovechamos para explorar los alrededores de Rishikesh y es que la ciudad no solo ofrece meditación y yoga, si no que el entorno natural invita al senderismo y a la practica de deportes como el rafting, aprovechando que aquí las aguas del Ganges están algo más limpias que en otras partes del país.

Mochila en mano, acompañados de nuestros colegas suizos (el chico se vino con nosotros a pesar de tener fiebre) nos lanzamos a tres horas de ruta andando a la busqueda de unas cataratas río arriba. El paseo fue vigorizante, el aire fué de los más limpios que pudimos respirar en todo el viaje, el entorno algo más limpio y libre de basura de lo que venía siendo habitual y las cataratas absolutamente decepcionantes.
A mitad de camino, atravesamos una especie de campamento donde unas familias vivían con lo mínimo. Un montón de niños sucios, descalzos nos salieron al paso pidiéndo caramelos. La imagen me impactó. Una vez más la pregunta que me rondaba continuamente por la cabeza cada poco en aquel viaje también me asaltó allí en ese momento. ¿Cómo podía haber gente viviendo allí, sin nada?. ¿Cómo es posible?. ¿Cómo?   Rishikesh sigue siendo India.
Y digo esto porque en Rishikesh es fácil relajarse y quedarse con una imagen algo más edulcorada del país. Toda la ciudad destila un ambiente, bajo mi humilde opinión, de espiritualidad comercial casi de pega, rentabiliza y saca partido economicamente a la religiosidad de la India y se la vende a un montón de occidentales deseosos de encontrar la fé perdida (yo el primero) pero que ambicionan a hacerlo sin tan si quiera profundizar demasiado en el país o sufrir muchas de las incomodidades que la India implica y que sostienen con su dinero, por otro lado, a un montón de familias locales que viven del turismo y hacen negocio con todo este mundo del yoga, y la meditación, algo con lo que yo no tengo nada en contra, que conste. Más bien, al contrario. Práctico yoga y meditación y disfruto mucho de sus beneficios.  Quizás no llegué a entener la ciudad pero Rishikesh no me gustó, ni me sobrecogió ni me sentí seducido por su aire místico.
Aunque supuso casi un respiro o incluso un descanso después de unos cuantos días de casi agobiante viaje por la India, y quedarme allí más tiempo también resultó bastante tentador para mí, Rishikesh no me pareció más que una distracción  para los viajeros occidentales, casi una trampa, un paraiso mochilero, una especie de refugio, donde hay viajeros que se llegan a quedar bastante días descansando. Nosotros, por desgracia, no teníamos mucho tiempo, no nos quedamos demasiado, debíamos continuar viaje y así lo hicimos…

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