El Canal de Nyhavn en Copenhague

Era mi segunda vez en Copenhague y la segunda vez que visitaba la ciudad en enero. Desde luego no es la mejor época para viajar a Dinamarca. Los días son muy cortos, a las cuatro de la tarde ya empieza a anochecer y hace tanto frío que los daneses se refugian en sus hogares y los pocos que andan por la calle, son solo bultos móviles enfundados en sus enormes abrigos y sus voluminosas bufandas y gorros de lana.

Estoy seguro de que visitar Copenhague en primavera o verano, con el buen tiempo del estío, es otra cosa y muy probablemente la ciudad presente una fachada completamente distinta a esa gélida e invernal que yo conozco.

Pero bueno, para mí, español como soy acostumbrado a unas temperaturas invernales más suaves, el hecho de viajar al crudo invierno, de poder visitar la ciudad nevada, de escuchar el silencio de las calles mientras la nieve cae despacio sobre los tejados y de enfrentarse al frío tiene su encanto y me sigue resultando fascinante.

Aún así, francamente, no es Copenhague una ciudad que sea santo de mi devoción. No es una urbe que me impresione a la vista y la funcionalidad e impersonal comodidad de la ciudad solo parecen acrecentar esa sensación de frialdad, no solo climatológica. En fin, no sé, quizás sea porque siempre haya estado allí en invierno o porque esté perdiendo parte de mi capacidad de sorpresa, ninguna de las dos veces he terminado seducido por la capital de Dinamarca.

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Sin duda alguna, junto con la Sirenita una de las estampas más reconocibles y fotografiadas de la ciudad y, quizás, el lugar de la ciudad que a mí me gusta, sea el famoso Canal de Nyhavn.

No demasiado lejos de los señoriales edificios gubernamentales, el Canal de Nyhavn, con sus bonitas casas de colores y sus históricos barcos de madera es una auténtica postal y merece la pena un paseo o dos. Está vez como la anterior me dio la impresión de que el Canal Nyhavn era el lugar perfecto para pintar una acuarela o un cuadro, aunque a la falta de un lienzo a lo que nos dedicamos, como buenos guiris, fue a hacernos unos cuantos selfies.

El canal fue construido por el rey Cristian V, entre los años 1670 y 1673 y como muchas otras grandes obras humanas parece que se ha erigido a costa del sudor y del sufrimiento humanos ya que fue con la mano de obra esclava de prisioneros de guerra suecos con los que los daneses regalaron a su capital este canal artificial.

Ya desde entonces, y como buen puerto marítimo, esta parte de la ciudad fue famosa por los marineros, el alcohol, la vida bohemia y como no, por la prostitución.

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Fue precisamente aquí durante mediados del siglo XIX que Hans Christian Andersen vivió y escribió sus celebres cuentos, algunos de ellos como la propia Sirenita, el patito feo o la princesa y el guisante. En la actualidad, hay una placa homenaje colocada en el propio paseo marítimo y alguna curiosa tienda de muñecos y juguetes todavía recuerda al ilustre vecino que vivió y lloró al borde del canal Nyhavn, porque se conoce que ni con los hombres ni con las mujeres, el reconocido Hans Christian Andersen tuvo demasiada suerte en el amor.

Hoy en día, en pleno siglo XXI, el canal ha perdido cualquier funcionalidad como puerto y los barcos que se pueden ver hoy en día, en su mayor parte, solo tiene valor histórico y están ya en desuso, pero el canal sigue, en cierta forma, evocando el carácter marino originario del lugar.

Hacía tanto frío y teníamos los pies ya tan congelados por la nieve cuando llegamos al canal, después de haber estado andando toda la mañana, que decidimos subirnos a uno de esos barquitos que te llevan a dar un paseo por los canales.

El paseo en barco nos costó unos 8 euros por persona, más o menos, y el interior estaba tan frío como la calle y la cubierta de cristal estaba tan mojada y opaca por el vapor de agua que no pudimos ver nada, pero lo cierto es que nuestra guía, una oronda y simpática joven danesa, era encantadora y nos contó un montón de anécdotas sobre la ciudad y los canales, y casi en exclusiva porque no había demasiados turistas que se había aventurado con nosotros aquel gélido día de invierno a adentrarse en los canales.

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El paseo en barco es una buena forma también de tomar conciencia de que Copenhague se encuentra realmente en una isla y percibir un poco más el carácter marítimo de la ciudad.

Entre el vaho blanco de los cristales del barco, pudimos atisbar el moderno nuevo edificio de la opera, las chimeneas del puerto industrial y algún que otro puente en construcción para mejorar las comunicaciones de la ciudad.

Había hasta un barco de guerra que se conoce que se puede visitar durante los cálidos meses de verano.

Desde el mar le hicimos una breve visita también a La Sirenita, una estatua de bronce situada en el parque de Langelinie, símbolo indiscutible de la ciudad e inspirada en el cuento de hadas escrito por el antes mencionado Hans Christian Andersen.

Tal y como nos comentó nuestra guía, la pobre Sirenita ha sido víctima del vandalismo en más de una ocasión y ha llegado hasta a perder la cabeza en el pasado. Tristemente ya no se respeta ni a los clásicos.

De vuelta a tierra, y tras despedirnos de nuestra guía, otra vez nos enfrentamos al frío y volvimos a emprender nuestro recorrido de la capital danesa a pié, está vez buscando algún sitio no demasiado prohibitivo para comer donde calentar nuestros cuerpos está vez al abrigo de una buena jarra de cerveza.

Con algo de alcohol, la verdad es que Copenhague empezó a parecerme mucho más bonito.

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