Hacia calor y estaba cansado. El vuelo a Bangkok había sido largo, casi interminable, pero mucho más agotador había sido nuestro primer día en la ciudad. El golpe de calor al salir del aeropuerto, el jet-lag y la marabunta de taxis y tráfico que permanentemente invaden las calles de Bangkok nos habían dejado un poco fuera de combate. Agotados pero animados fue como empezamos a planear nuestro viaje a Camboya para los siguientes días.
El objetivo estaba claro, visitar los famosos templos de Angkor, próximos a la ciudad de Siem Reap, al norte del país.
Nosotros viajamos a Tailandia con la falsa creencia, alimentada por algunos conocidos, de que una vez sobre el terreno los vuelos internos en la región eran mucho más baratos y no hacía falta reservar con demasiada antelación. Nada más lejos de la realidad.
Los precios asequibles que habíamos visto un mes antes de partir a Bangkok para volar a Siam Reap no eran más que una ilusión. Al igual que en Europa, en Tailandia comprar un vuelo de un día para otro es carisimo.
Pero afortunadamente contabamos con un plan B. La decisión de ir a Camboya y a Siem Reap era firme ya que Angkor Wat era uno de los motivos fundamentales por los que habíamos planeado este viaje. Nuestra alternativa era el autobus. Atravesar Tailandia desde Bangkok al norte en autobus, cruzar la frontera en Aranya Prathet y continuar trayecto hasta nuestro destino: Siem Reap. La otra opción, ir en tren hasta la frontera y luego ir en autobus hasta Siem Reap (ya que Camboya no cuenta con red ferroviaria) no nos parecía demasiado viable.
Aquella tarde, empapados en sudor, por tanto, emprendimos la busqueda de alguna agencia de viajes con la que comprar los billetes a Siem Reap.
Fue saliendo de un restaurante vegetariano en algún barrio cerca de donde nos alojabamos, próximos a la famosa Khaosan Road, que un conductor de tuk-tuk nos paró para preguntarnos que buscabamos. Le comentamos que buscabamos una agencia de viajes y el hombre se ofreció a llevarnos por el módico precio de 10 BAT a una Oficina «oficial» de turismo donde podríamos hacer la reserva de los billetes a un precio inmejorable.
Más tarde pudimos descubrir que no existían tales oficinas, pero en aquel momento, confiados entramos en una sala perfectamente ventilada para comentarle a un gordo señor repantingado en una silla nuestros planes de viaje. Nos ofreció un precio que para nosotros era a todas luces desorbitado. Cerca de 2300 BAT por recogernos en el hotel y llevarnos hasta Siem Reap, visados incluidos, creo recordar. Por poco más dinero podríamos haber volado directamente a Siem Reap, le dijimos. Él nos comentó que además el visado en la frontera con Camboya era muy dificil de conseguir y que valía mucho dinero, nos cobraba unos 50 dolares, cuando sabíamos que el precio oficial del visado era de 20 dolares y que de ninguna forma debíamos pagar más de 35. Nos levantamos a falta de un precio mejor, pues el hombre no parecía demasiado dispuesto a regatear y nos enfrentamos de nuevo a las calles de Bangkok a la busqueda de otra agencia de viajes.
Estabamos muy cansados, el jet-lag hacía estragos y los frecuencies aluviones propios de la época de los monzones nos hicieron tomar la decisión de ir a preguntar a una agencia de viajes que habíamos visto muy cerca de nuestro hotel, en plena Khaosan Road.
Una mujer joven, muy simpática y hábil con la calculadora y con los números fue quien nos atendió. Tras unos minutos inevitables de regateo, conseguimos un aceptable precio de 350 BAT por persona (casi 2000 BAT menos) por el mismo viaje en autobus que el otro gordinflón nos había ofrecido unas horas antes.
No existen las Oficinas «oficiales»de turismo en Tailandia. Pero con este gancho parece que se producen frencuentes timos a turistas. Los conductores de tuk-tuk con los que trabajan dichas oficinas buscan a turistas despistados como nosotros y los conducen hasta allí con el argumento de que son estatales, y que son las más baratas y que en cualquier otra te van a estafar o cobrar un precio el doble del que allí te pueden ofrecer. A cambio, obviamente, el conductor de tuk-tuk se lleva la correspondiente comisión. La verdad es que dichas oficinas dan bastante el pego, y a lo largo de nuestro viaje en Tailandia pudimos ver unas cuantas, el cartel de la entrada, la decoración y el aspecto están diseñados para el engaño, algunas son más convincentes que otras, todo hay que decirlo pero, en cualquier caso, ofreciendo precios como el que nos ofertaron a nosotros parece increible que alguien pueda caer en el truco. Por tanto, no olvidar; Las oficinas de turismos estatales auténticas no venden billetes ni contratan alojamiento en Tailandia.
En fin, tras la compra, estabamos satisfechos, creíamos que habíamos conseguido un buen precio.
La furgoneta que nos iba a conducir hasta la frontera de Tailandia con Camboya nos recogió al día siguiente por la mañana temprano cuando todavía no hacía demasiado calor. El viaje iba a durar todo el día, cerca de doce o trece horas, pero antes de salir de Bangkok, la furgoneta fue recogiendo a los otros pasajeros que nos iban a acompañar durante todo el día. Un joven médico alemán que estaba pasando tres meses de viaje por Camboya y un chico irlandés que vivía en Phnom Phem, la capital, y que estaba viajando por la región, fueron los primeros en montarse con nosotros. El autobus hizo un total de tres paradas antes de salir de la ciudad, y sucesivamente se fueron uniendo al grupo dos jovencisimas psicólogas alemanas que viajaban a Camboya para quedarse como cooperantes a trabajar en el país, una pareja de alemanes con aire poco sociable, y por último, un solitario y silencioso japonés, un lonely traveller en condiciones.
Durante el viaje empezamos a entablar conversación.Ya que ibamos a compartir tantas horas de viaje en un espacio tan reducido, ¿por qué no intentar hacerlo un poco más agradable?.
Las jovenes psicologas estaban un poquito agobiadas porque no tenían dolares, sólo tenían euros y BAT, moneda tailandesa, y el visado para entrar en Camboya normalmente se paga en rieles camboyanos o en dolares, moneda de uso habitual en Camboya, incluso más que su propio riel. Pagar en moneda tailandesa podría costarles realmente caro. incluso, el doble o el triple.
Fue el médico alemán, que tenía una gran experiencia de viaje en la región, quien nos comentó que bajo ningún concepto debíamos pagar más de 35 dolares en la frontera por el visado de entrada en el país. Era la cuarta vez que cruzaba la frontera y está vez estaba dispuesto a pagar lo minimo estrictamente necesario.
La caravana avanzó a gran velocidad por la carretera que discurría entre plataneros, cocoteros con destino a la localidad tailandesa de Aranya Prathet, justo en la frontera con Camboya.
Camboya y Tailandia comparten cerca de 800 kilometros de frontera y dispone de hasta seis pasos fronterizos abiertos a los turistas extranjeros. El de Aranya Prathet es uno de los más transcurridos ya que es el más próximo a los templos de Angkor Wat en Camboya. El precio del visado en la frontera suele ser de 20 dolares. Se puede pagar en dolares, en rieles o incluso en moneda tailandesa, pero como ya hemos dicho, esto último no es lo más recomendable porque puede resultar realmente más caro pagar en la moneda vecina. Camboya es un país muy pobre y una de las consecuencias de esto es la corrupción que se hace patente y evidente al turista en los pasos fronterizos. Tal y como el médico alemán nos fue contando durante el viaje, atravesar la frontera en Aranya Prathet puede ser toda una aventura. Nos comentó que al llegar a la frontera numerosas personas nos intentarán convencer de que la frontera está cerrada y que la única forma de conseguir el visado es a través de ellos y cobrarán por la gestión precios desorbitados, hay que intentar ignorarlos. Seguidamente, los propios funcionarios de la frontera, podrán cobrar al turista lo que les parezca. A pesar de los crecientes esfuerzos del gobierno camboyano por evitar estas prácticas que dañan la imagen del país, sigue siendo una práctica habitual estafar al turista de forma institucional cobrándole más dinero por el visado y reembolsandose el propio funcionario la diferencia. Cierto es que debemos exigir nuestros derechos y no dejar que nos estafen, pero hay que tener en cuenta que si en el paso fronterizo nos ponemos muy agresivos o muy reivindicativos podría ocurrir que nos denegasen el visado y no pasasemos al país, con lo que el médico alemán nos advirtió que debiamos tener cuidado en guardar las formas.
Durante el viaje también pudimos comparar precios. Un ejemplo más de que en esta región del mundo, como en tantas otras, las cosas no valen lo que cuestan si no lo que tu estés dispuesto a pagar por ellas. El médico alemán había pagado por el mismo viaje y en la misma agencia 250 BAT, (vale, a nosotros nos había salido más caro, 100 BAT más caro), las dos jovenes psicólogas habían pagado 450 BAT, pero lo sangrante fue que la pareja alemana, que no había sido demasiado avispada, había acudido a uno de los centros «oficiales» de turismo en Bangkok y había pagado 1350 BAT por un viaje a Siam Reap. Al saberlo, la chica no parecía demasiado contenta y su cara de acritud y asco fue en aumento a medida que avanzaban los kilometros. Realmente no parecía muy satisfecha ni contenta con el viaje.
Tras cuatro o cinco horas de viaje llegamos a Aranya Prathet. En lugar de llevarnos directamente al paso fronterizo, la furgoneta se dirigió a un pequeño restaurante, próximo a la frontera, probablemente propiedad de algún familiar o amigo del chofer para que pudiesemos comer algo.
Fue allí cuando se produjo la primera gran sorpresa. El chico irlandés y las dos psicólogas alemanas, sin saberlo, sólo habían pagado o negociado trasporte hasta la frontera con Camboya. A partir de entonces, tenían que ir completamente sólos y buscarse la vida para llegar al otro lado y buscar transporte en Poipet, la ciudad camboyana más proxima a Aranya Prathet, para llegar a Siem Reap. A pesar de las protestas del chico irlandés, se los llevaron, tras despedirnos de ellos.
El resto del grupo se quedó y aprovechamos la ocasión para comer. La comida estaba buena pero hacía calor y no paraba de llover y comí con desgana. No así el médico alemán que devoró la comida rapidamente. La joven pareja no parecía demasiado feliz y la chica apenás bebió algo de agua. El japonés permaneció en silencio estoico mientras esperabamos.
Un hombre tailandés se acercó a nosotros entonces. Era el representante de la compañía de viajes y venía a entregarnos los impresos para rellenar y así solicitar el visado en la frontera. Como intermediario, además, nos exigió el pago de los costos del visado, que ascendía a 50 dolares.
Nosotros, junto con el médico alemán, nos negamos de inmediato a pagar tanto dinero por un visado que sólo costaba 20 dolares. El hombre nos dijo que era muy dificil conseguir el visado y que si lo hacíamos con él iríamos más rápido y nos aseguraríamos de que no ibamos a tener ningún problema. No sin dudar, decidimos no rellenar ni el impreso, a pesar de las amenazas insistentes de aquel hombre . La joven pareja alemana y el japonés no parecían de la misma opinión que nosotros y cediendo a sus presiones, pagaron al contado la cantidad que les habían requerido.
El hombre, nuestro guía en el paso fronterizo, vino a recogernos y nos llevo hasta un largo camino asfaltado rodeado de multitud de puestos con gente ofreciendo ayuda para conseguir el visado. Cargabamos andando con nuestro equipaje. Tailandia y Camboya se encuentran en abierto conflicto armado en la actualidad por la disputa de una serie de templos que se encuentrar entre ambas naciones. Dicho conflicto no ha pasado más allá de algún cruce de disparos de vez en cuando y no se ha traducido en una guerra abierta, pero cierto es que la frontera entre ambos paises se encuentra fuertemente militarizada y controlada. Los militares se encontraban por todas partes mezclados entre la multitud de puestos y gentes tanto tailandesas como camboyanas que atraviesan la frontera a diario para trabajar o hacer negocios.
Fue en aquellos momentos cuando agradecí la fantástica idea que tuvimos de dejar casi todo nuestro equipaje en una taquilla del aeropuerto de Bangkok, para no tener que cargar con él durante todo nuestro viaje en Camboya. Lo recogeríamos todo en una semana para continuar viaje por Tailandia, pero al menos, en Camboya viajaríamos con una mochila muy pequeña, y realmente ligeros de equipaje.
Avanzamos, el aire era humedo y el día era especialmente gris y lluvioso, pero aun así hacía mucho calor.
El guía dedicaba mucha más atención a la pareja alemana y al chico japonés, que si habían pagado el dinero que les habían pedido. Ella cargaba con una enorme maleta dura que apenás podía arrastrar por el camino mal asfaltado.
Primero pasamos un control sanitario que se reducía a declarar que no teníamos fiebre y que nos encontrabamos en perfecto estado de salud. Uno de esos cuestionarios estupídos de los que realmente dudo de su utilidad ya que no creo que nadie sea sincero en contestarlos, llegado el caso. Seguidamente, pasamos una serie de puestos hasta llegar a uno final donde nos esperaban los funcionarios de la frontera. Fue entonces cuando la pareja alemana y el chico japonés se fueron con nuestro guía. Ya lo tenían todo hecho. A nosotros en cambio nos tocaba negociar. Veríamos ahora si pagabamos caro nuestro atrevimiento de no pagar los 50 dolares. Al final, nos cobraron 20 dolares, tuvimos suerte y 10 BAT cada uno no sabemos muy bien por qué. El médico alemán les increpó preguntando por la causa de tal recargo. La única explicación fue Visa on arrival. Fue una cantidad de dinero ridicula en comparación con todo lo que los demás habían pagado para conseguir el visado.
Seguimos andando y nos acercamos ya al paso final. Un enorme arco indicaba que entrabamos definitivamente en Camboya y nos daba la bienvenida. Al otro lado, Camboya. Edificios oscuros, caminos embarrados y un hormiguero de gente mucho peor vestida, niños tirando de carros y bueyes en la calle. El contraste con Tailandia, mucho más moderna, prospera y occidental, era evidente. El médico alemán nos miró con aire grandilocuente: «Esto es Camboya», nos dijo, aparentemente satisfecho al reconocer en nosotros l shock y la reacción que supone entrar en un pais como Camboya, algo que probablemente el experimentó la primera vez que la visitó. Parece increible que en tan solo unos metros el panorama cambie tanto. Nos reencontramos con la pareja alemana, el chico japonés y nuestro guía que nos dijo que teníamos que esperar a que viniese el autobus que nos iba a recoger. La chica estaba atónita y miraba todo con cara de asco. El suelo ya no estaba asfaltado, todo estaba inundado y la ciudad tenía un aspecto deplorable. Ella no estaba demasiado receptiva pero mucho menos cuando se enteró de que al final la habían vuelto a estafar y había vuelto a pagar más del doble. Les timaron con el viaje y ahora con el visado. Su novio la consolaba y la abrazaba pero a medida que pasaba el tiempo y permanecíamos en aquel lugar esperando, ella parecía cada vez menos feliz y más arrepentida por haber hecho ese viaje.
Estabamos en Poipet, famosa por ser una de las ciudades más peligrosas, mugrientas y corruptas de Camboya, como buena ciudad fronteriza que es. Poipet es un lugar horrible y es la primera imagen que uno se lleva de Camboya, quizás injusta para las maravillas que después ofrece el país pero que ya empieza a desgranar y darnos alguna idea de algunos aspectos negativos de la nación. La corrupción en forma de funcionarios de frontera, la pobreza, la medicidad y los niños descalzos y sucios que serán una constante en todo el viaje ya hacen acto de presencia desde el primer momento en el que uno pone el pie en Poipet.
Todos estabamos en shock, pero el médico alemán, cuarta vez que viajaba a Camboya, parecía muy tranquilo y habituado.
Un autobus viejo y destartalado, sucio como nunca lo había visto, aparcó frente a nosotros y el guía nos hizo subir al mismo. La chica alemana parecía a punto de perder los nervios. ¿Ibamos a pasar las siguientes siete horas en aquel autobus costroso, horrible y sin aire acondicionado? Eso parecía. Yo personalmente estaba fascinado. Todo me parecía diferente, extraño, un mundo aparte, y un cosquilleo me recorría todo el cuerpo, y esa mezcla de curiosidad, shock cultural, aire de aventura es una sensación de la que personalmente me considero adicto. Y Camboya, en sus primeros minutos, no me estaba decepcionando.
El autobus solo avanzó unos 20 minutos para dejarnos en una estación de autobus un poco más grande y completamente vacia. Nos sentamos allí a esperar tal y como nos pidieron. El japonés seguía callado y la chica cada vez parecía más nerviosa con su enorme maleta. Mentalmente yo tomaba nota, a partir de ahora, siempre viaja ligero, Iván…
Otro autobus de una apariencia mucho más aceptable y con aire acondicionado pasó a recogernos a los pocos minutos. El guía nos hizo subir y ya se despidió de nosotros. Era este autobus el que ya nos iba a llevar directamente a Siem Reap. Numerosos turistas poco a poco fueron subiendose. Se conoce que habían juntado a varios grupos y todos ibamos a ir en el mismo autobus. Entre estos turistas que iban llenando poco a poco el autobus, estaban las psicólogas alemanas, con las que nos reencontramos después de varias horas. Nos contaron que el chico irlandés las había ayudado a cruzar la frontera y conseguir dolares, que solo habían pagado 25 dolares por el visado y que finalmente habían conseguido negociar subir al mismo autobus que nosotros.
El autobus partió y durante varias horas compartimos viaje con las chicas y con el médico alemán. Fue un viaje divertido y ameno atravesando el increible paisaje camboyano, campos de arroz por doquier, agua omnipresente, una sucesión de casas humildes y modestas sujetas por troncos en su base y rodeadas por animales saltando por todas partes. Era evidente que Camboya era un país eminemente rural. Durante todo aquel tiempo no atravesamos ni un sólo nucleo urbano que pudiese ser considerado como ciudad o pueblo grande. La carretera estaba recien asfaltada y estaba en buenas condiciones. El médico nos comentó que la primera vez que vino no era más que un camino embarrado y que la carretera estaba llena de parches y baches.
El viaje avanzó sin interrupción y salvo por una parada técnica para que pudiesemos ir al baño y comer algo en un pequeño puesto de carretera, transcurrió sin incidentes o novedades . No fue hasta muy tarde que llegamos a Siem Reap. Nos despedimos de nuestros compañeros de viaje, tanto de las chicas alemanas a las que tendríamos el gusto de volver a ver en varias ocasiones más, como de nuestro nuevo amigo el médico que tanto nos ayudó a cruzar la frontera y que tantos consejos nos dió para el resto del viaje, y al que por desgracia no hemos vuelto a ver nunca más.
Quizás viajar en avión a Siem Reap sea mucho más comodo, seguro, limpio y eficaz, pero la sensación de aventura, los paisajes increibles que uno puede admirar desde la ventana del autobus y la experiencia de atravesar la frontera y compartir dicha experiencia con unos completos desconocidos para tí hasta hace unas horas, bien merecen la pena y compensan cualquier incomodidad, sofocón por el calor o falta de confort que supone el viaje en autobus. Para mí, ese día fue un viaje en estado puro y lo disfruté tanto o más incluso que el resto de días en el país. A veces el viaje merece la pena en si mismo, y en algunas ocasiones, tanto o más incluso que el propio destino.