Habían pasado ya cerca de cinco años desde la primera y última vez que había visitado Liverpool. Tenía un buen recuerdo de la ciudad y aprovechando que estábamos pasando unos días en Manchester y ya que mis amigos no conocían Liverpool y que, además, Silvia tenía una amiga, A., viviendo allí, no lo dudamos y nos escapamos un día entero a la ciudad que vio nacer y crecer a los Beatles.
De Manchester a Liverpool viajamos en tren. Al principio habíamos pensado en ir en autobús, porque el billete era algo más barato, pero A., la amiga de Silvia., que más tarde descubriríamos que era una gran entusiasta de la ciudad, nos convenció para que fuésemos en tren. Al fin y al cabo, la línea férrea que conecta Manchester y Liverpool es una de las más celebres del mundo por haber sido la primera línea de ferrocarril en el mundo que ofreció el servicio de transporte de pasajeros allá por el año 1830.
Este histórico recorrido hoy en día no dura más de una hora, cuesta unas 10 libras y conecta las dos ciudades vecinas (y casi rivales) con un servicio diario y frecuente (hay un tren cada 30 o 40 minutos).
A nos fue a recoger a la estación. Fue un lujo redescubrir Liverpool a su lado. Conocía la ciudad a la perfección, y fue la guía turística ideal, amenizando cada momento del día con anécdotas e historias curiosas sobre la ciudad. Se notaba que a A. le encantaba Liverpool y disfrutaba viviendo allí.
Empezamos, como no, tomándonos unas pintas en un típico pub inglés. Al calor de la cerveza, estuvimos hablando sobre el valor que se le da a la cultura en Inglaterra, algo sobre lo que, según ella, nos queda mucho por aprender en España. Al oírla hablar, se podía percibir en A. esa lógica mezcla de resentimiento y nostalgia que siempre noto en todos los españoles emigrados fuera de España, no falta también de cierta admiración y recelo hacia el país que la había acogido. Son muchos los españoles que, como A. o bien obligados por sus circunstancias económicas o personales, o bien en búsqueda de mejores perspectivas laborales se han ido a vivir al Reino Unido.
También estuvimos hablando un poco sobre la eterna rivalidad entre Liverpool y Manchester, de la que yo ya sabía un poco de mano de mi buen amigo P., nacido en Manchester.
Tal y como nos contó A., en los últimos años parecía que Manchester empezaba a ganarle la batalla económica a Liverpool. Manchester estaba arrastrando más inversiones y el gobierno de la ciudad vecina parecía tener las ideas bastante más claras sobre que hacer con la ciudad y que objetivos marcarse a largo plazo. Manchester se estaba convirtiendo en un centro tecnológico de primer orden, había conseguido atraer parte de las oficinas de la BBC de Londres a su terreno y estaba dejando ligeramente rezagado a su vecino Liverpool.
En cualquier caso, la economía de Liverpool sigue siendo una de las más importantes del Reino Unido, dominada claramente en la actualidad por el sector terciario, tras el declive industrial y portuario, motor histórico de la ciudad en la época de la Revolución Industrial.
Empezamos a andar por la ciudad. Todavía recordaba algunos de los lugares que había visitado en mi primer viaje allí. Desde hacía cinco años, Liverpool había cambiado bastante y se notaba que le habían dado un buen lavado de cara. Aún cuando antes también era una ciudad atractiva y, con encanto, la ciudad estaba mucho más animada ahora, con más vida en la calle. Parecía que la ciudad estaba viviendo mejores momentos ahora que hacía cinco o seis años.
La ciudad fotogénica es. Sin duda. Tal y como A. nos comentó, la rica arquitectura de la ciudad ha hecho de Liverpool la segunda ciudad más filmada del Reino Unido y sus callejones habían sido el escenario de muchas películas inglesas e incluso norteamericanas, algunas de ellas supuestamente ambientadas en Nueva York.
Nuestra siguiente parada en Liverpool fue un sorprendente encuentro con la historia: un pequeño pub escondido en un callejón. Parece ser que en sus años mozos allá por los años 1912-1913, Hitler pasó una temporada en la ciudad visitando a un medio hermano que vivía allí mientras exploraba sus posibilidades como artista y pintor y decidía que hacer con su vida. Hitler, que aprovechó esa época para visitar Londres y recorrer el país, gustaba de pasar allí, en ese pub, todas las noches tomándose unas pintas.
Hoy en día, los propietarios del pub niegan la mayor y no se enorgullecen de haber tenido entre su cliente a tan tristemente celebre personaje convirtiendo las noches de juerga de Hitler en Liverpool casi en un mito casi apócrifo.
En cualquier caso, todavía se conservan los diarios de la cuñada de Hitler con la que convivió Hitler en la ciudad. No se si por casualidad pero el piso donde vivieron fue destruido durante los bombardeos alemanes en la Segunda Guerra Mundial, que fueron especialmente intensos en la ciudad de Liverpool, debido a su valor estratégico y comercial. Una de las verdaderas obsesiones de Hitler era precisamente borrar Liverpool de la faz de la tierra.
A mi me dio mucho que pensar hasta que punto sus experiencias y vivencias en Liverpool hayan podido marcar al joven Hitler y de que manera le influenciaron en su desarrollo posterior. Resulta llamativo que en la misma región del planeta hayan vivido en su tierna juventud personalidades tan opuestas y dispares como puedan ser Hitler, Marx o Engels. Sin duda alguna muchas cosas se han ido cociendo en el Noroeste de Inglaterra a lo largo de la historia.
Camino del paseo del puerto de Liverpool, en plena calle, en una pared y protegido por una mampara de vidrio, nos topamos con un Bansky. Bueno nos topamos nosotros porque A. sabía muy bien a donde nos llevaba. Bansky el famosísimo artista de street art también había dejado su impronta en Liverpool, su ciudad natal. Nos hicimos unas fotos y seguimos andando rumbo al puerto.
Abordar la historia de Liverpool es imposible sin ponerse a hablar de su puerto. Ya durante el siglo XVIII el puerto era el punto de conexión entre la metrópoli y sus colonias controlando el comercio de esclavos y la trata de negros, lo cual enriqueció enormemente la ciudad. La prosperidad del puerto siguió creciendo y a principios del siglo XIX el 40% del comercio mundial pasaba por Liverpool y su puerto fue el principal punto de entrada de las materias primas que sustentaron la Revolución Industrial en la vecina ciudad de Manchester.
La importancia de Liverpool en la época debió de ser tremenda y es impresionante comprender hasta que punto la ciudad ha influido en el desarrollo de la historia mundial posterior. Cuantas riquezas y fortunas han tenido que surgir al calor del tráfico de barcos en el puerto y, también cuanta pobreza, desigualdad y miseria han tenido que ver las calles de Liverpool como consecuencia.
Hoy en día, al recorrer el puerto de la ciudad, convertido ya casi en un centro recreativo, todavía se pueden ver los impresionantes edificios que gestionaban las mercancías y las personas que llegaban provenientes de todos los confines del Imperio Británico. Cada edificio tenía asignada la gestión de una colonia y los nombres de los edificios evocan a otras latitudes: Birmania, Sudáfrica, India, Indias Occidentales…
Precisamente el Pier Head, el conjunto de edificios ribereños en la Ciudad mercantil del puerto, es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 2004 y es una visita imprescindible si se viaja a Liverpool. Me gustó la idea de pensar que justamente aquellos imponentes edificios eran la última vista de Europa para aquellos emigrantes europeos que abandonaban el viejo continente rumbo a nuevos mundos. No es por casualidad que los arquitectos que diseñaron el mítico edificio Empire State Building de Nueva York se hayan inspirado en los tres edificios de referencia que se yerguen orgullosos en los solares del puerto.
En la actualidad, el paseo ribereño está lleno de vida. Antes de llegar al Albert Dock, el antiguo complejo de almacenes y oficinas de administración del puerto, se encuentra un moderno museo dedicado a los Beatles. El museo, en el que no entramos, se encuentra rodeado de varias esculturas de colores que dan forma cada una de ellas a un extraño animal imaginario: la Lambanana. La Lambanana surge del cruce entre un cordero (lamb en inglés) y una banana y se ha convertido en la verdadera mascota y símbolo de la ciudad, a raíz de la capitalidad europea de la cultura de Liverpool en el año 2008.
A mis amigos les hizo bastante gracia el concepto y se compraron unas cuantas lambananas en miniatura.
Finalmente llegamos al Albert Dock que, como dije antes, no es más que los antiguos almacenes y oficinas del puerto, reconvertidos en la actualidad en uno de los lugares más visitados de la ciudad. Además de una buena galería de restaurantes y cafeterías, el Tate Liverpool y un museo dedicado a la historia de los Beatles también tienen cabida en el recinto del Albert Dock.
Estos almacenes fueron la primera edificación del mundo construida únicamente con hierro, piedra y ladrillo, con lo que se puede considerar el primer sistema de almacenes incombustible del mundo, lo cual tenía su utilidad teniendo en cuenta que allí se almacenaban las valiosas cargas de algodón, té, seda o tabaco venidas de ultramar. Me gustó volver al Albert Dock y comprobar que toda la zona del puerto había experimentado un auge espectacular y estaba mucho más bonita y cuidada hoy en día que hace unos años, que recuerdo yo que estaba un poco más desangelada.
Seguimos dejándonos llevar por A. que tenía la ruta de Liverpool estudiadísima. Nos dirigíamos desde el Albert Dock hacia la catedral anglicana pero antes recorreríamos la zona adyacente al Albert Dock donde anteriormente se encontraban varios polígonos industriales que empezaban a reconvertirse en restaurantes, modernas cafeterías y galerías de arte o espacios de creación artística.
Comimos en una panadería en el área, muy modernilla, cuyo dueño, nos comentó A., había sido acusado de pederastia hacia unos años. La verdad que los bocadillos estaban muy buenos pero la historia de exclusión social del dueño a raíz de la acusación y posterior juicio (tras el que se le declaró inocente), fue, sin duda, un condimento diferente.
Sin pretender hacer ninguna asociación entre ambas, de la historia del presunto pedófilo, pasamos a visitar la catedral anglicana. A falta de una, Liverpool posee dos catedrales: una anglicana y otra católica, conectadas las dos por una larga calle recta con el poético nombre de Hope St. (la calle de la esperanza…).
Las dos catedrales son completamente diferentes, tanto en su arquitectura como en el ambiente que se puede respirar dentro. La catedral anglicana de estilo neogótico, arquitectónicamente es un edificio religioso más clásico. Es muy bonita, pero no fue terminada hasta el año 1978. Es la quinta catedral más alta del mundo. Ya dentro del recinto, hay tiendas y hasta una cafetería, por lo que el ambiente de espiritualidad del templo queda un poco corrompido por la actividad frenética del turismo y el negocio. Hay hasta un cartel de neón rosa que reza: I felt you and I know you loved me (te sentí y supe que me amabas), obra de la reconocida artista británica Tracey Emin.
La catedral católica, en cambio, arquitectónicamente es mucho más llamativa que la anglicana y a mi me parece mucho más arriesgada. De planta completamente circular y construida de hormigón, da la sensación de ser un ovni gigante aterrizando. No soy ningún entendido en arquitectura (soy un completo ignorante en el tema) pero a mi el edificio me parece impresionante e hizo que me viniese a la mente la ciudad de Brasilia. El interior del templo, en cambio, respira un ambiente mucho más solemne y mucho más propio de una iglesia católica mucho más meticulosos siempre en el tema del respeto de la sacralidad de la casa de Dios.
En plena Revolución Industrial, a mediados del siglo XIX, la vecina y católica Irlanda era muy pobres y miles de católicos irlandeses llegaban a Liverpool con las esperanza de poder encontrar mejores condiciones de vida en la ciudad o bien con la idea de coger un barco y largarse a América. Es por esto que Liverpool posee una población católica importante que da sentido a la existencia de una catedral católica.
La calle Hope que conecta ambas catedrales está flanqueada por una sucesión de hermosos georgianos. Justo a mitad de camino entre las dos iglesias, hay un pub que es casi una parada obligada, The Philarmonic Pub/Dining Rooms en el número 36 de la calle. Es un local muy bonito pero la auténtica atracción son los baños de hombres, que se supone que son la leche. Había un montón de mujeres haciendo cola para entrar en el baño de los tíos solo para ver los meaderos. La verdad es que el baño es bonito pero, bueno, a mi no me pareció para tanto… Además con tanto trajín de personas dudo que nadie pueda concentrarse en aquello para lo que realmente están destinados los baños. Yo al menos que me estaba meando, no pude.
Bajando la calle desde la catedral católica, nos encontramos con la Iglesia de St. Luke, que se encuentra en ruinas a consecuencia de los bombardeos sobre la ciudad en el año 1941. La causa por la que la iglesia no fue reconstruida es algo que desconozco pero los restos en ruinas son utilizados hoy como recinto para eventos, fiestas, raves, conciertos o exposiciones artísticas. Se ha dedicado el espacio a la creación y al arte, algo que me parece un auténtico puntazo.
Justo aquel día se estaba celebrando una fiesta hippie dedicada al amor. Claro, estábamos en San Valentín. Un montón de gente estaba bailando en el interior de la iglesia y al fondo como si fuera un altar, se encontraba el escenario donde cinco o seis personas realizaban una extraña performance al ritmo de la música electrónica que inundaba el recinto.
A un lado, un bar servía bebidas y la gente se abrazaba y se daba besos bajo inmensos carteles que rezaban odas al amor. En una esquina había una especie de epitafio lleno de flores homenaje a una joven muerta. Todo el conjunto del lugar era extravagante y extraño. Yo estaba fascinado y nos quedamos un buen rato disfrutando del lugar, que me parecía totalmente rompedor.
Fue un día largo e intenso en Liverpool pero no podíamos regresar a Manchester sin pasar por The Cavern y tomarnos una cerveza allí. The Cavern es un club de rock and roll que abrió sus puertas en 1957 y es mundialmente famoso por ser el local donde los Beatles hicieron su primera presentación allá por el año 1961. En la actualidad, The Cavern sigue funcionando y es quizás uno de las salas de conciertos más famosas de toda Inglaterra y probablemente de todo el mundo. Los Beatles son los mejores embajadores que una ciudad puede tener ya que, gracias a ellos, el nombre de Liverpool resonó con su música y sus canciones en cada uno de los rincones del planeta.
The Cavern estaba atestado de turistas y de recuerdos de los Beatles. La cerveza era cara pero bueno es un lugar tan significativo que, en el fondo, uno no puede dejar de visitarlo cuando viaja a Liverpool. Eso sí, precisamente en The Cavern perdí mi gorro de lana al que tenía bastante cariño. (En fin, que le vamos a hacer. Más se perdió en Roma, por más que lo buscamos no logramos encontrarlo). Así abandoné The Cavern algo mosqueado y con bastante frío en la cabeza.
Ya era de noche cuando llegamos a la estación para coger el tren de regreso a Manchester. Tocaba el momento de despedirnos de A., a la que tendremos que agradecer por siempre jamás su tiempo, su conversación y habernos mostrado Liverpool a través de sus ojos, dándonos a conocer una ciudad tan interesante y tan llena de historia.