Una excursión al pueblo de las pagodas desde Beijing: Shijiazhuang y Zhengding (parte II)

El autobus se detuvo y unos amables pasajeros nos avisaron como pudieron de que habíamos llegado al  final  del trayecto. Estabamos en Zhengding. Nuestro ánimo estaba en horas bajas, la verdad, y el grupo empezaba a mostrar incluyo leves signos de fractura interna. Estabamos en medio de la nada y si aquello era Zhengding, el pueblo de las pagodas, la verdad es que era horrible.
Había un enorme centro comercial y un montón de chabolas y casas bajas muy mal acondicionadas. Y polvo. Mucho polvo. Por todas partes. Empezamos a avanzar lentamente sin dirección ni rumbo y sin saber como abordar el pueblo o como llegar a las famosas pagodas.
Y como no, un grupo de nueve occidentales completamente perdidos no tardaron en captar el interés de los locales. He de decir y adelanto aquí que la gente que nos encontramos en Zhengding y Shijiazhuang fue encantadora y que realmente se volcaron en todo momento en ayudarnos y mostraron un sano interés hacia nuestras personas. Era evidente que no estaban acostumbrados a recibir turistas extranjeros por aquellos lares y la atención fue franca y sincera. Pero lo cierto es que la barrera idiomática y los problemas de comunicación marcaron siempre nuestras «conversaciones» con ellos.
Pues bien, como iba diciendo, una vez allí no tardamos en ser objeto de todas las miradas. Fue entonces allí, en ese punto, absolutamente bloqueados y desorientados cuando un grupo de taxistas nos abordaron en aquel momento crítico y empezaron a preguntarnos algo en chino. Nosotros supusimos que querían saber a donde nos dirigiamos y, por tanto,  yo saqué mi guía de China y les señale con el dedo el nombre de una de las pagodas en caracteres  (una vez más, la guía salvadora).
Los hombres se ofrecieron a llevarnos pero nosotros no acababamos de tener muy claro si nos habían entendido. Intentamos hacerles comprender que eramos nueve y que no cabíamos en un coche, ni siquiera en dos. Y ellos nos contestaron en chino gesticulando de forma muy aparatosa.
Poco a poco un círculo de personas comenzó a rodearnos. Evidentemente estabamos siendo la atracción del momento y estabamos consiguiendo captar la atención de todos los viandantes.
Tras unos minutos de dura negociación conseguimos llegar a un acuerdo, por 20 yuanes nos llevaban a todos en varios coches hasta la pagoda que les habíamos indicado.
Fue justo entonces cuando descubrimos, para nuestra sorpresa, que sólo había dos coches y uno de ellos estaba tan destartalado y era tan pequeño que apenas cabíamos en su interior. Los hombres nos animaron a subir, pues bien, fuimos tres en uno de los coches y los otros seis restantes nos montamos en ese coche pequeño totalmente apretados y en unas posturas que en España estarían completamente prohíbidas y serían motivo de multa.
Fue un momento surreal y superdivertido, amontonados en aquella carraca, avanzando a 30 kms por hora entre aquel tráfico incesante y caótico de coches, bicicletas, motos y carros de tracción animal atravesando aquel «pequeño pueblo» de Zhengding.
Finalmente, los coches se detuvieron y nos depositaron frente a un barrio antiguo, tradicional y de casas bajas, pero restaurado, donde había una oficina de turismo con un enorme cartel en inglés. Pero no había pagodas.
Nos avalanzamos sobre la oficina seguidos por nuestros conductores con la esperanza de poder encontrar allí alguien que hablase inglés y nos pudiese orientar minimamente.
Nada más lejos de la realidad. La oficina estaba completamente vacia, no había más que un enorme espacio diáfano, donde una buena mujer que no hablaba ni una palabra de inglés nos proporcionó un mapa de Zhengding completamente en chino como respuesta a nuestras insistentes preguntas sobre donde se encontraban las pagodas.

Los buenos taxistas nos habían seguido hasta allí y esperaron pacientemente durante todo aquel rato para ver si necesitabamos ayuda o por si podían acercarnos  a algún otro sitio. La verdad es que decidimos explorar el pueblo andando y asi se lo hicimos saber a los taxistas que después de un buen rato desistieron y se alejaron de nosotros desapareciendo al final de una larga carretera polvorienta en sus coches humeantes, sucios y descacharrados.
Zhengding con una población de cerca de 500000 millón de habitantes (un «pueblo» del tamaño de Zaragoza…) ,hoy en día aparentemente olvidado, fue hace 1000 años un importante centro religioso y sede de las más grandes escuelas de budismo zen del país. Desgraciadamente, la historia y sucesivos conflictos han causado numerosos estragos y gran parte del patrimonio artístico de la ciudad ha quedado destruido. Sólo quedan como testimonio de su glorioso pasado el monasterio de Longxin, una de las puertas de la muralla y las cuatro pagodas que se erigen orgullosas sobre el mar de casas de una sola planta que constituyen el pueblo.
¡¡¡¡Atención: hay que pagar por subirse a algunas de ellas (unos tres euros), pero en general, excepto en una pudimos pasar completamente gratis!!!!. Son cuatro la de Chengling, famosa por ser el lugar donde se fundó una de las cinco escuelas de budismo Chan, la de Lingxiao, o la pagoda de madera, rodeada de un descuidado jardín y donde todavía se ve paseando algún monje, la pagoda Xumi o pagoda de verano, y finalmente la pagoda Hua, o la pagoda de las flores, de lejos la más abandonada de las cuatro, a la que subimos ascendiendo por unas escaleras de PIEDRA y donde pudimos apreciar de unas magnificas vistas de todo Zhengding y  contemplar desde la terrible realidad que se esconde detras de las fachadas de las casas tradicionales ( a pesar de la bonita apariencia desde fuera son  autenticas chabolas de chapa y madera), hasta los restos supervivientes de muralla pasando por una enorme mezquita moderna testigo de la minoria musulmana que habita en el pais.
He de decir que Zhengding no es bonito, pero paseando  por el pueblo pudimos disfrutar de una de las experiencias más auténticas de todo el viaje. A medida el día fue discurriendo, nos fuimos tropezando con cada una de las pagodas que se encontraban dispersas por todo el pueblo y pudimos hacer turismo en un lugar sin absolutamente ningún turista y totalmente inmaculado y preservado.
El ambiente reposado del pueblo, las casas bajas, lo tradicional de los pequeños mercados y las pequeñas tiendas nos transportaron a un ambiente totalmente ajeno al ambiente frenético de Beijing o al porte industrial de Shijiazhuang.
Los ancianos sentados tranquilamente en los aledaños de las puertas de sus casas nos miraban fijamente y alguno hasta llego a preguntarnos en chino sabe dios que porque nunca llegamos a entenderle. Los niños con sus ojos penetrantes y sus pantalones abiertos por detrás nos contemplaban con una curiosidad descarada. El ir y venir del pueblo se mostraba sin pudor ante nuestras miradas  sorprendidas.
A pesar de todo, dentro de nuestro grupo, la apreciación de aquel día es todavía hoy controvertida. Al final por falta de tiempo no pudimos alcanzar el templo de Longxin, una visita que parecía totalmente asequible se fue complicando y llegar al famoso monasterio colgante parecía en aquel momento algo inalcanzable. El pueblo era pobre, y sucio y algunos de nosotros se quedaron quizás con esa primera impresión y desde luego, aquella excursión les pareció una perdida de tiempo. A otros de nosotros nos pareció uno de los mejores días y desde luego uno de los más auténticos, ya que la verdadera China interior, humilde y ajena al frenético devenir de Beijing se abrió ante nosotros con una sutil fragancia quizás solo perceptible para aquellos realmente receptivos a la experiencia.
Personalmente, más allá de debatir si Zhengding es o no un pueblo bonito, aquel día fue una de las experiencias más divertidas, diferentes y estimulantes de todo el viaje.

Cierto es que quizás nuestra guía de China no nos advirtió sobre las dificultades que supuso comprar los billetes (nos llevó tres días…), llegar a Zhengding (algo que a priori parecía muy fácil…) y regresar a Beijing´, que tampoco estuvo exento de desventuras y percances que permanecerán siempre en mi memoria:
Un taxi a Shijiazhuang atravesando vastos terrenos rodeados de centrales térmicas e industriales expulsando gases, humo y polvo como si fueran auténticos volcanes, un cambio de billetes para intentar adelantar nuestra vuelta a Beijing una hora, encuentros inolvidables en la estación (dos hermanos, un chico y su hermana pequeña que devoraba una marzorca de maíz que querían practicar inglés con nosotros y nos ayudaron a entendernos con la taquillera), y convertirse en el centro de las risas de toda la estación porque solamente sabíamos decir Xie xie y ni hao en chino…
Cierto es, pero, del mismo modo, que las guías no te advierten sobre las dificultades que te vas a encontrar sobre el camino, en muchas ocasiones, a veces también se les escapan estos pequeños momentos que hacen del viaje una experiencia para recordar.
A mi me parece fantástico salirse de la ruta de vez en cuando y siemplemente dejarse llevar y sorprender…

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