Experiencia LAN y llegada a Lima. Viva el Jet Lag.

«Debido a problemas técnicos nos vemos obligados a pedirles que abandonen el avión. Nuestro personal de tierra les informará  adecuadamente sobre cuando podremos despegar rumbo a Lima. Sentimos muchísimo las molestías que este retraso pueda ocasionarles, pero la seguridad de nuestros pasajeros es lo más importante«. Estas fueron las palabras que nuestro piloto nos hizo llegar a través del impersonal altavoz del avión tras un par de horas de espera sentados esperando el despegue.  Está comunicación, que sonó casi a una sentencia de muerte, fue seguida por resoplidos, quejas, y alguna que otra lamentación casi retórica.
Nosotros (mi prima, su amiga y yo)  nos lo tomamos con cierta resignación. No podíamos hacer nada. Aceptación. La clave de la felicidad es la aceptación. O al menos eso dicen. Además,  pensándolo bien, si el avión tenía algún «problemilla técnico», yo prefería no volar. Ahí no podía estar más de acuerdo con el personal de LAN, bien me pese.  Quería llegar en hora y tiempo, pero no a cualquier precio… Nuestras vidas lo primero.
Pacientemente los pasajeros fuimos saliendo del avión, haciendo gala de un bonito alarde de civismo y de comprensión mesurada. Pero  está pausada y  casi parsimónica paciencia  que el pasaje mostró  en estos primeros momentos se tornó en casi desesperación y angustia cuando los agentes de tierra nos anunciaron que el vuelo había sido reprogramado a las cuatro y media de la tarde del día siguiente: dieciseis horas de retraso, casi nada. Empezabamos bien.
Hubo quienes se lo tomaron con filosofía y se retiraron casi sin rechistar a sus hogares (aquellos que vivían en Madrid, claro), hubo quienes se enfadaron y se quejaron de forma visible y hubo unos pocos que convirtieron su protesta en casi una afrenta personal con los trabajadores de LAN allí presentes quienes en el fondo no eran culpables en absoluto de nuestro retraso. (Siempre se mata al mensajero eh).  Así lo hizo una embarazada argentina que montó un pollo a la altura de lo que su estado de buena esperanza requería. La futura madre fue todo «respeto». Un ejemplo a seguir. En el fondo, yo la entiendo. Empatizo con ella. Comprendo su drama.
Hace tiempo, tengo que reconocerlo, yo habría sido como ella, quizás no tanto pero sí en parte. Me habría enfadado, habría exigido una compensación  y habría entrado en una vorágine de ira y rabia que no me hubiese conducido a nada productivo, francamente. 
Ese hubiese sido el antiguo Iván, el nuevo Iván, el Iván zen (jeje, no me lo creo ni yo) es quizás ahora más reflexivo, más maduro (más evolucionado o involucionado, según se mire). Alguna ventaja tiene que tener rebasar con creces ya los 30.  Quizás fue por ésto, o simplemente porque tenía un buen día, que opté por la vía más práctica e intenté comentarle razonadamente a la buena mujer que tenía enfrente que teníamos un vuelo para Cuzco con la misma compañía, que ibamos a perder el enlace y que lamentablemente, aunque nuestro vuelo a Lima y este vuelo a Cuzco no estaban conexionados, un retraso de dieciseis horas hacía un poco polvo nuestros planes y podríamos llegar a perder incluso nuestro «baratísimo» tren a Macchu Pichu.
No podemos quejarnos, la verdad. LAN Chile se hizo cargo de todo (también se lo exige la ley), asumió su culpa (bien por ellos) y cambió todos nuestros billetes internos dentro de Perú tal y como les pedimos y una vez en Lima con casi 16 horas de retraso y sin posibilidad de viajar a Cuzco ese mismo día, se hicieron cargo del hotel y del taxi.
A Lima llegamos agotados. El aeropuerto es grande y moderno, pero no tanto como cabría esperar de una ciudad de las dimensiones de Lima.
Nada más llegar, mi primera reflexión surgió de forma natural y espontanea. Viendo como algunos compañeros de viaje, suecos o franceses intentaban enterarse con dificultad y esfuerzo sobre a donde teníamos que dirigirnos para gestionar el tema del billete o del hotel y sobre como iba a ser abonada la indemnización correspondiente, me di cuenta de lo cómodo que resulta viajar a un país de habla hispana. La barrera del lenguaje desaparece y resulta mucho más fácil interactuar y comunicarse.
A pesar de la lengua en común, he de reconocer que Lima me daba un poco de miedo. Era mi primera vez en Latinoamerica y una ciudad del tamaño de Lima me imponía un poco. Había oido historias nada tranquilizadoras sobre la ciudad, y aunque ahora parece que Lima ha hecho grandes avances en el tema de la seguridad, la capital peruana es famosa por su alto nivel de delincuencia.  Y llegar de noche resultaba incluso casi inquietante. Es curioso pero hasta ese mismo día ninguna ciudad me había dado miedo. ¿Será la edad?
Tras pasar el control de pasaportes, una chica joven de LAN, muy amable pero atareada, nos atendió y nos pidió un taxi para ir al hotel que nos tenían reservado. Muy cordialmente nos invitó a salir a los exteriores del aeropuerto  para buscar al taxista que había llamado y nos dijo: «Pueden salir, no se preocupen, aquí es seguro».
Cuando en un lugar te dicen, no se preocupen aquí es seguro y lo especifican tan claramente, ésto quiere decir mucho. Hasta ese instante, jamás se nos habría ocurrido pensar que salir del aeropuerto  podría no serlo. Esas palabras no  resultaron muy alentadoras.
El taxi nos llevó a nuestro hotel aunque sólo fuera para dormir cuatro horas porque nuestro vuelo a Cuzco salía muy temprano por la mañana del día siguiente. Desde la ventana del taxi, Lima de noche. Tranquila, oscura, casi en paz. Poco tráfico. Música machacona en la radio del coche y el aire fresco pero no frío entraba a traves de la ventanilla. Oxíigenoooooo… 45 minutos de viaje. El aeropuerto está relativamente lejos del centro de la ciudad. Está incluso en otro departamente, el de Callao, fuera de la municipalidad de Lima.
Y al final del largo trayecto, sorpresa!!.  LAN Chile nos había reservado habitación en el Sheraton de Lima, el que antaño fuera el hotel de mayor categoría de la ciudad, y que aún hoy por hoy sigue siendo un hotelazo.
Superando sin mucha resistencia mis reticencias a dormir en hoteles de lujo en paises donde gran parte de la población vive inmersa en la pobreza, me entregué al confort de la mejor cama y el mejor hotel de todo el viaje. A nadie le amarga un dulce.
Al fin y al cabo, no hay mal que por bien no venga y ya que habíamos perdido un día de viaje por culpa del retraso, al menos disfrutarlo.
Al final del todo, y a pesar del retraso, LAN Chile ni tan mal… si es que soy tan fácilde contentar… y de comprar…

 

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