Chiang Mai: Un bálsamo para cuerpo y mente en el norte de Tailandia

Salimos de Bangkok en uno de esos largos y polvorientos trenes tailandeses en un vagón no muy confortable con literas rumbo a la segunda ciudad del país, la emblemática ciudad de Chiang Mai situada ya en la parte septentrional, no demasiado lejos de las fronteras con los misteriosos Laos y Birmania.
Cuando el tren puso en movimiento su quejumbroso mecanismo y, al fin, partió, era ya de noche. Antes nos habíamos preparado psicológicamente para un viaje de cerca de doce horas en un refrescante Seven Eleven de la estación: Patatas fritas, bebidas frías, pañuelos de papel y galletas. A bordo, la verdad es que el viaje empezó bastante bien. Durante las primeras horas, en la cafetería del tren,  compartimos  velada e impresiones sobre el país con una pareja de Zaragoza que viajaban en el mismo vagón que nosotros y la verdad, no se si fue por los efectos del alcohol o el cansancio ya de días de viaje que no me resultó complicado enlazar la animada conversación y un par de cervezas locales con un reparador descanso en una de los ajustados camastros laterales, una vez protegida,  eso sí,  mi  frágil intimidad por una hortera cortina corredera.
En pocas palabras: dormí como un plomo, estaba agotado. Llevabamos encima ya las muchísimas horas de viaje que nos costó llegar a Bangkok desde Camboya y ni un regimiento de elefantes me habría despertado aquella noche.

Ya no era demasiado temprano cuando me desperté. Recuerdo perfectamente aquella extraña sensación entre suciedad y sudor acumulado mezclada con una inesperada tranquilidad y una curiosa sensación de libertad. Me sentía sorprendentemente bien, lígero, a pesar de las largas horas de viaje, lo incomodo de la cama y la falta de intimidad. Corrí la cortinilla de la ventana y miré a través de sus sucios cristales para averiguar donde estabamos. La frondosa e inmensa selva tailandesa desfilaba lentamente ante mis ojos. El panorama que se abría ante mí me hizo comprender que estaba entrando en un territorio nuevo e inexplorado para mis sentidos.
El paisaje era soberbio, de un verde brillante e impenetrable, que cubría cada colina, cada kilómetro y cada pueblo sobre el cual iba posando los ojos. Podía oler la humedad y notaba como con cada metro, cada giro de las ruedas metálicas del vagón, iba abandonando el agobiante calor y el irritante caos de Bangkok y entraba en una nueva Tailandia.
Y es que el norte de Tailandia es otra historia.
Con sus 150000 habitantes, Chiang Mai es totalmente opuesta a Bangkok en muchos sentidos. Es una ciudad tranquila, relajada y cómoda y que, sin el incesante tráfico de su hermana mayor, se ha convertido a lo largo de los siglos en la capital religiosa y cultural de país. Mientras Bangkok exhibe orgullosa sus enormes rascacielos y su moderno skytrain que se desliza de forma opulenta y casi futurista sobre las cabezas de los peatones, Chiang Mai prefiere silenciosamente conquistarnos por su sencillez, por sus suaves temperaturas y sus hermosos templos budistas, rodeada de montañas coronadas por espesas nieblas y densas selvas,  alejándose de la imagen urbana y con aspiraciones globales de la capital del país.
Personalmente, para mi Chiang Mai supuso el momento cumbre de mi viaje a Tailandia.
Y es que es una ciudad increible. Una vez instalado pude respirar el ambiente, entre distendido y caótico, entre tradicional y moderno y me dejé envolver por la magia de los callejones de la ciudad antigua o la espiritualidad tranquila de sus templos. Es una ciudad fácil y acogedora, que atrapa y donde uno puede dejarse llevar fácilmente y descubrir que los minutos y las horas pasan dulce pero rápidamente apenas sin darse cuenta y de repente comprender que es uno de esos lugares donde uno se descubre a si mismo diciendo: «Yo podría vivir aquí».

La ciudad antigua de Chiang Mai, el barrio histórico, es un entramado de callejones y callejuelas encajados dentro de la zona amurallada y es precisamente ahí donde esa espiritualidad y ese aire tranquilo y reposado que comento  se dejan notar con mayor insistencia.
También es ahí además donde se alojan la mayor parte de los extranjeros y donde uno puede encontrar la mayor parte de los guest house y hoteles, que ofrecen por un módico precio todas las comodidades occidentales para acoger al turista  e igualmente un gran número de restaurantes y bares bien acondicionados con ese mismo fin, algunos con más encanto que otros. Pero no os confundáis, a pesar del omnipresente turismo, toda la ciudad amurallada todavía conserva el encanto de lo tradicional, sin perder gran parte de su autenticidad. El tráfico sigue dominado por las bicicletas y los vehículos de dos ruedas y las escuelas de thai y de cocina para guiris se mezclan con los hostales, los jardines y los templos con sus doradas stupas dominando el horizonte urbano. Monjes, turistas, estudiantes, vecinos y familias tailandesas, antiguos negocios y algún que otro moderno bar conviven con absoluta naturalidad por estas calles.
¿Y que se puede hacer en Chiang Mai? Es una ciudad con más de 300 templos, así que un buen pasatiempo puede ser visitar unos cuantos y dejarse empapar por la religión budista e intentar encontrar la paz interior aunque sea por unos días.

Durante nuestra estancia en Chiang Mai, visitamos bastantes templos pero yo recuerdo especialmente dos:

 

Wat Phrathat Doi Suthep: Es el plato fuerte de la ciudad. Un fabuloso templo encaramado en lo alto de una colina al norte y al que se llega tras un trayecto de 20 minutos en tuk-tuk o taxi por una empinada carretera. Es quizás de todos los templos el más famoso y, sin duda, el más visitado por turistas y viajeros. El templo fue fundado nada más y nada menos que en 1383 y es una extravagante y original muestra de wat budista theravada (la variante del budismo que se práctica en Tailandia). Su fundación está asociada a una curiosa leyenda, ya que fue allí donde se murió un elefante blanco tras barritar y levantar la trompa tres veces. Ese elefante blanco portaba en su parte trasera la mitad de una reliquia (se supone que un hueso del hombro de Buda) y el rey de Tailandia que por aquel entonces gobernaba interpretó aquello como una señal para construir allí en ese preciso lugar el templo que conocemos hoy en día.   Una enorme e inclinada escalera de exactamente 309 escalones es la extenuante prueba con las que uno se topa para alcanzar el templo. Eso sí, para aquellos individuos de corazones débiles y de piernas flojas siempre está la posibilidad de tomar un pequeño funicular por 30 Baht (50 Baht si es de ida y vuelta). La verdad que como tantos otros centros de culto religioso y devoción, en occidente también ocurre, todo el lugar está muy acondicionado para recibir al visitante, a lo mejor no tanto a los extranjeros, que también, si no para acoger a los miles de peregrinos y fieles que, a buen seguro, visitan Doi Suthep anualmente. Y es que las instalaciones aledañas cuentan con un restaurante y algunos puestos que venden ofrendas y algún que otro souvenir. En cualquier caso, el templo es una preciosidad y el ambiente entre espiritual, sereno y a veces casi sensual del lugar no se ve alterado por el envoltorio comercial en los que parece se ha empaquetado el entorno.

Me gustaría resaltar dos cosas más de este Wat de Doi Suthep: las increíbles vistas de Chiang Mai que uno puede admirar desde uno de los laterales, dominando toda la vasta extensión del valle en el que se enclava la ciudad y el hecho de que varios guías turísticos del lugar eran transexuales, una prueba más de la apertura sexual del país y la buena integración de este llamémosle colectivo (en algunos aspectos, como éste, esa apertura es positiva, como véis, en otros que ya comentaré, no tanto) y me hizo reflexionar, una vez más, sobre lo mucho que tenemos que aprender aquí en Occidente todavía sobre la integración de los transexuales y transgénero en nuestra sociedad ( no entraré aquí a debatir sobre temas un poco más controvertidos como la prostitución en los que ya profundizaré en futuras entradas, la cara más negativa de la ya archifamosa apertura sexual del pais). La realidad es que es difícil encontrar en España habitualmente transexuales con trabajos de cara al público, como puede ser el de guía turístico, con la naturalidad con la que parece que ocurre  en Tailandia.

Wat Chedi Luang: Este tranquilo y apacible lugar se encuentra en pleno centro histórico de Chiang Mai. Quizás sea menos espectacular que el Doi Suthep y, desde luego, el entorno natural en el que se encuentra no tiene ni punto de comparación, pero lo cierto, es que está menos masificado y yo realmente allí pude relajarme sin preocuparme demasiado por el tic-tac del reloj incesante que marca nuestras vidas. Los monjes abiertos y receptivos al visitante se ofrecen para sentarse a charlar durante un rato (me imagino que esperando a cambio alguna que otra ofrenda o donación para el mantenimiento del templo). El templo fue construido entorno al 1400 y fue destruido por un terremoto doscientos años después.  Afortunadamente, ha sido restaurado y rehabilitado con financiación japonesa y de la Unesco, para adquirir el aspecto que tiene hoy en día.

Ahí en el wat de Chedi Luang vivimos otro mágico momento, cuando los monjes con sus túnicas de un vivo color  naranja comenzaron a golpear con enormes mazas unos gigantescos gongs de metal visiblemente situados en un lateral del parque circundante. El motivo no lo sé pero el sónido metálico, fuerte y vibrante, irrumpió en la quietud de la tarde. Los pájaros asustados despegaron el vuelo y al unísono todos lo perros del vecindario comenzaron a aullar dotándole al momento de una dimensión seductora y casi mística. Sinceramente, se me pusieron los pelos de punta.

En fin, como os podéis imaginar, lo cierto es que paseando por Chiang Mai , con momentos como éste y empleando gran parte del tiempo visitando cada uno de los templos de alrededor, no me resultó dificil contagiarme de tanta espiritualidad y  conseguí relajarme y descansar mentalmente  y, por primera vez durante aquel viaje por el Sudeste Asiático, tuve una auténtica sensación de vacaciones.
Desde luego, Chiang Mai es un buen lugar para aprender más sobre el budismo y para practicar técnicas de meditación oriental y cultivar un poco nuestro olvidado interior, pero ésto no quiere decir que Chiang Mai no sea una buena ciudad para mimar un poco el cuerpo y dedicarse a cosas un poquito más mundanas.

Y es que Chiang Mai es el sitio ideal para padecer gustosamente unos intensos masajes tailandeses y saciar el apetito con la deliciosa comida tailandesa.
Como ciudad universitaria que es y con la gran cantidad de templos que posee, no es de extrañar que numerosos estudiantes de toda la región y del país se desplacen a Chiang Mai para el estudio de la religión y de la medicina tradicional tailandesa. Esta medicina tradicional abarca cuatro grandes aspectos fundamentales: Remedios herbales, medicina nutricional, prácticas espirituales y el famoso masaje tailandés. El objetivo del masaje tailandés no es otro que el de desbloquear el flujo energético y alcanzar el equilibro de los cuatro elementos fundamentales del organismo: tierra, agua, fuego y aire. La enseñanza de todas estas disciplinas se realiza en gran parte en el interior del recinto de los templos y es toda un arte en el país y es objeto de años de estudio e investigación.  Personalmente creo que un buen lugar para darse un masaje sea precisamente en alguna de las escuelas  de medicina tradicional, muchas de ellas próximas a los templos o incluso dentro de ellos. Son los lugares que a mí me ofrecen más garantías y es una buena fórmula que nosotros encontramos para asegurarnos de que los servicios que nos iban a ofrecer y proporcionar finalmente eran realmente médicos y no de otro calibre  completamente diferente (sexual), algo que según nos han comentado no es infrecuente que ocurra en todo el país, sobre todo si no sabes muy bien donde te metes.

Nosotros fuimos varias veces a una escuela de Medicina tradicional tailandesa justo al lado de un templo muy cerca de una de las entradas en la zona amurallada. El lugar estaba un poco sucio y unas gastadas colchonetas tiradas en un patio interior hacían las veces de camilla. Cada vez que fuimos las mismas  enormes mujeres tailandesas nos atendieron y  muy hábilmente nos torturaron de cuerpo entero o solamente en los piés, según la ocasión,  durante una hora entera por un precio módico y asequible. Realmente  merece la pena atreverse y lanzarse a probar al menos una vez uno de estos tratamientos. Aunque sirva como advertencia que este tipo de masajes pueden ser adictivos y uno puede acabar cayendo en la tentación una segunda o incluso una tercera vez. En fin, en cualquier caso, que más da. Chiang Mai invita al relax.
Entre templo y templo y entre masaje y masaje otra buena actividad para matar el tiempo  puede ser la de disfrutar de la gastronomía local y dejarse caer en alguno de los múltiples restaurantes de la ciudad. No voy a hablar aquí en detalle de la increible comida tailandesa, de la que me declaro fan,  porque tengo reservada una entrada sólo para este tema, pero si que me gustaría recomendar aquí un par de sitios que creo que realmente merecen la pena:

Sailomyoy: Th Ratchanphakhinai. Situado en la parte oriental de la ciudad antigua muy cerquita de una de las puertas. La apariencia del local puede ser un poco cutre, pero este pequeño restaurante sin puertas y con cuatro mesas de plástico mal distribuidas  es, sin duda, uno de los mejores restaurantes en los que he comido en toda Tailandia. Atención a su pad-thai, a su Mango sticky rice y las deliciosas pancake de banana o piña. Volvería sólo a Chiang Mai por volver a comer aquí. Además es superbarato. Si luego os apetece un café, podéis acudir al Black Canyon Coffe, justo al lado, un refrescante local decorado a la occidental con el aire acondicionado funcionando a todo tren, lo cuál es de agradecer.

Mercados: Comer en los mercados es toda una maravilla, pues la comida es de calidad, tipicamente tailandesa y es posible disfrutar de distintas especialidades locales servidas con gran celeridad y  a bajo precio. No hay que tener miedo y lanzarse a la experimentación, la comida tailandesa está repleta de gratas sorpresas.
Al mercado de Galare situado en Th Chang Khlan, nosotros fuimos a cenar y la verdad ignoro si también se encuentra abierto a la hora de la comida. Tienes que comprar unos cupones en una taquilla que después intercambias por comida en cada uno de los variados puestos que se encuentran entorno a las mesas: puedes elegir entre la más propia comida tailandesa, hasta comida hindú, malaya, china o incluso, comida occidental. La verdad es que comimos hasta reventar por precios irrisorios.
El mercado de Anusan dispone de un buen puñado de restaurantes donde también poder lanzarse a la degustación gastronómica.
Estos mercados, bulliciosos y llenos de vida y color,  son además un buen lugar para esperar a que se abra el apetito ya que disponen cientos de puestos en los que uno puede comprar desde productos textiles a muebles pasando por figuras de todo tipo, dispositivos electrónicos o incluso dulces. El regateo, por supuesto, se impone y se convierte en un divertido pasatiempo más del que disfrutan tanto compradores como vendedores. Estos mercados disponen a su vez de zonas cubiertas (entre las que se encuentran las zonas de restauración) donde poder refugiarse mientras arrecia el monzón.
Una última recomendación, nosotros nos alojamos, sin reserva previa,  en Sri Pat Guest House, 16 Soi 7, Th Moon Muang h, en plena ciudad antigua. Tras un duro regateo dormimos por 900 Baht la habitación doble. La pesión está genial, nuestra habitación estaba muy limpia y convenientemente ventilada y con aire acondicionado, televisión y baño propio. La casa regentada por una familia tailandesa cuenta además con piscina, de gran utilidad en los cálidos mediodías tailandeses.

www.sri-patguesthouse.com

En conclusión, ya vayas buscando una experiencia fundamentalmente religiosa, cultural o espiritual o prefieras en cambio saciar tus sentidos más terrenales, descansando, llenandote estómago y recreándote con el entorno, estoy seguro de que Chiang Mai no te defraudará. A mi personalmente, me encantó.

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