Marrakech: ser un turista más en la ciudad roja

Marrakech, la ciudad roja, la perla del Sur, la puerta del desierto… Parece ser que no faltan elogios o  evocadores calificativos para designar a Marrakech, el principal centro económico de todo el sur de Marruecos y el más importante atractor turístico de todo el país. Un nombre, el de Marrakech que ya desde antaño parece traer a nuestras mentes occidentales imagenes de latitudes y lugares poblados de exotismo y misterio.

                                    
Hoy en dia, un millon y medio de almas cohabitan en esta gran urbe del norte de África, pero muchas más la visitan anualmente. Miles de turistas extranjeros tienen en Marrakech el puerto de entrada al país y la ciudad constituye la base de operaciones perfecta para explorar la cercana y abrupta cordillera del Atlas y las más lejanas e inhóspitas tierras desérticas rebosantes de palmerales y dunas y todo ello sin dar la espalda al mar ya que el puerto de Essaouira se encuentra a menos de tres horas en coche.

Por encima del magnífico entorno que rodea Marrakech, el enigmático y seductor ambiente que yo esperaba respirar en la  famosa ciudad roja, (llamada así por el color de sus construcciones), se ha visto atropellado (bajo mi punto de vista) por un despiadado turismo de masas, que en busca de compras baratas y algo de exotismo low cost, ha exterminado casi cualquier resto de auténticidad en Marrakech y dificulta enormemente a viajeros y visitantes descubrir el verdadero Marruecos que se esconde tras los puestos del mercado del zoco.
Marrakech es una ciudad hiperturística, algo manoseada y gastada ya y ante tal panorama, nada más llegar, no cabía otra pregunta ¿Será posible escarbar y descubrir entre los puestos de comida y los acosadores vendedores que se apostan a la caza del turista algo de autenticidad y una experiencia viajera real y no tan obscenamente tamizada por ese turismo globalizante que te hace sentir como una oveja más en el rebaño?
La tarea se anunciaba díficil y puedo decir aquí que fracasé en el intento. Marrakech se ha mostrado distante y sus gentes han oscilando entre la amabilidad ¿sincera? y el acoso y derribo más agresivo.
El zoco convertido en un todo a cien gigantesco aparece lleno de vendedores maestros en el regateo dispuestos a negociar y sacar cuantos más dirhams mejor al comprador de turno, y los habitantes de la ciudad parecen más interesados en despistarte en sus intrincados callejones que en ayudarte con el único fin de poder hacer de guías y poder sacar algunas monedas extra.
En pocos lugares como en Marrakech, uno es consciente del enorme negocio que supone el turismo, y uno mismo se ve convertido en un turista más atrapado en una rueda que aniquila desde un primer momento cualquier posibilidad ya no de ahondar en la realidad del país (una tarea ya de por sí díficil) si no de tan si quiera establecer una conversación normal con un local (a pesar de la amabilidad del pueblo marroquí, que reitero aquí una vez más).

Siendo justos, Marruecos sigue siendo un país muy pobre y desde luego en Marrakech el turismo se ha convertido en una auténtica fuente de divisas y una buena forma de alimentar a unas cuantas bocas y como consecuencia para ellos cada visitante europeo o américano  parece que tiene el simbolo andante del dolar (o del euro) pintado en la frente.  Razones no les faltan para intentar aprovecharse del turista: un 15% de la población continúa viviendo por debajo del umbral de la pobreza y la tasa de analfabetismo ronda el 40% en un país donde los avances socioeconómicos están lejos de llegar a los barrios más humildes, esos barrios que se encuentran a la vuelta de la esquina, no demasiado lejos de los fotografiados puntos de interés. Salirse de la ruta implica a veces toparse de bruces con otra realidad que se abre ante aquellos ojos dispuestos a mirar: niños sucios correteando tras un balón por calles mal asfaltadas, edificios en malas condiciones, y mercados ausentes de occidentales configuran una estampa marroquí poco o nada edulcorada, y algo intimidante en ocasiones, diría yo.

Lejos de todas estas consideraciones con el paso de los siglos, tras centurias de guerras, conflictos y demás vicisitudes, Marrakech ha perdido gran parte del patrimonio y del encanto que debía poseer antaño. Muchas de sus grandes mezquitas y palacios fueron arrasados y hoy por hoy la ciudad ni quita el hipo ni es especialmente bonita, pero a pesar de ello, Marrakech cuenta todavía con una envidiable colección de monumentos y con un acervo cultural y artístico muy destacable que hacen de Marrakech una ciudad casi imprescindible.
El centro de la ciudad, la medina, es un buen punto para empezar a explorar Marrakech. Toda la medina gira entorno a la enorme y concurrida plaza de Jamaa el Fnaa, un verdadero espectaculo al aire libre y una de las plazas públicas más grandes y transitadas del norte de África. Desde el tímido amanecer en el que la plaza aparece tranquila y reposada hasta la explosión de olores y sabores del anochecer, Jmaa el Fnaa constituye el auténtico corazón de la ciudad que palpita al ritmo marcado por un turismo que se hace incesante precisamente aquí y sin el que hoy por hoy sería díficil concebir la plaza. Es un verdadero imprescindible y desde luego, el punto cumbre de toda la visita a Marrakech.

No lejos de la plaza y visible desde casi todos los puntos de la misma se alza la Mezquita Kutubia, convertida en uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad siendo su alminar la construcción más alta de toda la ciudad. Rodeada por un hermoso parque lleno de vendedores, los no-fieles no tenemos vetada la entrada ( una pena porque las vistas desde lo alto del alminar deben ser impresionantes) pero si podemos difrutar de sus alrededores y la antiguo solar sobre el que se reconstruyo la mezquita donde todavía se pueden ver los restos de las columnas de la anterior.
Del norte de la plaza,  parten una serie de laberínticas callejuelas que conforman el gran zoco de la ciudad, atestado de tiendas, donde uno debe ir sorteando vendedores, carros, turístas varios y dejarse querer sólo en el caso de desear comprar algo.

Al final ya de zoco, al norte, uno se topa con la Madraza de Ben Youssef , con la mezquita del mismo nombre y con el aledaño Museo de Marrakech. La madraza de Ben Youssef es una antigua escuela dedicada al estudio del Islam y es uno de los pocos edificios religiosos en todo Marruecos abierto a las visitas de los no creyentes.
Todo el conjunto es un bello ejemplo de arte andalusí, pero destaca especialmente el patio central con una alberca central finamente azulejada para las abluciones. Todas las ventanas y las paredes parecen minuciosamente labradas en madera y hacen de la visita un paseo para la vista. Las antiguas habitaciones de los estudiantes (la escuela llego a acoger hasta 900) también se pueden visitar, pero el interior sobrio y contenido contrasta con la exhuberancia artística del patio central y las fachadas.

La Madraza Ben Youssef permanece abierta de 9:00 h a 18:00 h y el precio de la entrada son 50 dirhams lo cual incluye la visita al Museo de Marrakech, un hermoso palacio construido en el siglo XIX  y que acoge exposiciones de arte contemporaneo no permanentes y que tiene más interés por el edificio en sí que por su propio contenido.
No lejos de la Madraza Ben Youssef, uno puede acercarse a ver el barrio de los curtidores, donde hombres se afanan en el trabajo de las pieles en unas condiciones deplorables y por unos sueldos irrisorios. Convertidos casi en unos parias de la sociedad marroquí, este gremio recibe ahora las visitas de cientos de turistas atraidos por lo colorido y tradicional de su labor convirtiendo así sus pésimas condiciones y su anclaje en el pasado en una fenomenal muestra de exotismo voyeur. El lugar es dificil de encontrar y decenas de personas irán a la caza del turista, intentando algunos de ellos incluso despistarte para que una vez completamente desubicado necesites sus servicios de guía para llegar al lugar.
Si una vez superados los obstaculos consigues llegar al barrio, otras tantas personas tratarán de venderte ramitas de menta para soportar el nauseabundo hedor que impregna el barrio, fruto de los materiales usados en el curtido de la piel. Una vez más nos convertimos en un auténtico negocio para los locales que intentan exprimir la situación al máximo.

Al sur de la plaza de Jmaa el Fnaa, bajando por los estrechos callejones plagados de tiendas también, se encuentra la Kasbah (o ciudad fortificada),en la que se encuentra el Palacio Real (cerrado al público), y no muy lejos de allí podemos visitar las tumbas Saadies (las tumbas sagradas de los sultanes) y unos cuantos palacios de interés como el Palacio de la Bahia y el Gran Palacio Badí.
Próximo al lugar se encuentra el Mercado de las Especies, y ya fuera de la zona amurallada el barrio judio Mellah, otro reto dificil de encontrar en la intrincada red de callejones que constituye toda la parte sur de la ciudad. (parece ser que hay un mercado, una sinagoga y un cementerio judio, pero francamente plano en mano y varias indicaciones contradictorias de unos cuantos paseantes y no fuimos capaces de encontrar el verdadero meollo del barrio judio).
Aviso aquí de que tanto las tumbas Saadies como los palacios cierran pronto y a partir de las seis ya han puesto el cerrojo. Así es conveniente dejar las compras para más tarde ya que uno puede encontrar todavía tiendas abiertas hasta bien pasadas las diez.
Fuera de todo el meollo histórico de Marrakech, el contraste viene de la mano de la Ville Nouvelle, o ciudad moderna. Elegantes edificios, coches caros, modernos negocios y carteles por todas partes escritos en frances que gana terreno en la Ville Nouvelle sobre el árabe.
Los hoteles caros y lujosos desplazan aquí a los riads, y desde luego, el panorama es bien distinto aquí del que uno puede encontrar en otras partes de la ciudad, compartiendo eso sí el color rojo-ocre-rosado de los edificios, curiosamente constante también aquí en la Ville Nouvelle.
Uno de los principales atractivos de la Ville Nouvelle quizás sea el Jardin Mayorelle. Es un pequeño y frondoso jardín que fue propiedad del famoso diseñador ya fallecido Yves-Saint-Laurent. La verdad es que es un agradable y refrescante paseo, pero el jardín es pequeño y el precio de la entrada (80 dirhams) es excesivo para lo que uno se encuentra una vez en el interior. Digamos que el Jardín Mayorelle es un poco como la ropa de marca, caro y muchas veces los altos precios están inflados y no son justificados.
Mayor valor histórico tienen los jardines de la Menara, situados en las afueras de la ciudad y mayor tamaño el Palmeral, que con más de 100000 palmeras sigue siendo una importante fuente de riqueza para la ciudad.
Para moverse por la ciudad, a pesar del incesante tráfico, la forma más comoda es el taxi. Como en el resto de las grandes ciudades del país, hay dos tipos de taxis. Unos más pequeños que funcionan con taximetro y que solo tienen una capacidad máxima para tres personas y otros más grandes, donde ya pueden viajar cuatro personas, cuyo precio debe negociarse antes de subir. Las tarifas de algunos trayectos son fijas, como la del aeropuerto a cualquier punto de la ciudad que tiene un precio de 100 dirhams (lo que viene a ser al cambio unos 10 euros).
En cuanto al alojamiento, uno puede optar por los hoteles de corte moderno de la Ville Nouvelle o bien por los más pequeños riads que se encuentra a centenares en las callejuelas de la medina. Estos últimos no son necesariamente más baratos, siendo algunos de ellos establecimientos caros y gran categoria. Nosotros optamos por un riad un poquito más modesto, que me atrevo a recomendar aquí en este blog: Riad Taghazoute (www.riad-taghazout.com) situado a escasos cinco minutos de la magnífica Jmaa el Fnaa. Precios razonables, 17 euros por persona. Los hay más baratos y lógicamente mucho más caros.
Concluyo esta entrada comentando que a pesar de que Marrakech no me convenció plenamente (las altas expectativas no colmadas han contribuido a mi decepción notable sobre la ciudad), aún cuando  me sentí como un turista en un rebaño, y fui acosado y en alguna ocasión timado con el cambio, es una ciudad llena de puntos de interés histórico y el lugar perfecto como base de operaciones para descubrir el fascinante sur de Marruecos.
Y más allá de todo esto, y a pesar de las malas experiencias, dejarse llevar por sus incontables distracciones y descubrir una gente acogedora y amable en terminos generales bien compensa el esfuerzo de perderse y reencontrarse en sus laberínticos callejones. Marrakech al fin y al cabo es la llave a otra cultura y a otro universo y no deja de ser el portal de África para los miles de turistas que la visitan anualmente.

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