Mi compañera de fatigas y amiga Mar y yo nos embarcamos en un vuelo de Alitalia rumbo a Atenas, la capital de Grecia, esa mítica y floreciente ciudad en la Antigüedad, tan influyente todavía en nuestra cultura presente y tan de noticia hoy en día, tristemente, debido a la terrible crisis económica griega.
Llegamos a Atenas tardísimo, cerca de la una de la mañana, y el aeropuerto aún lleno de actividad no parecía dispuesto a dejar de funcionar a pesar de que ya estaba bien entrada la noche.
Nuestro hotel estaba en El Pireo, cerca del puerto, ya que al día siguiente partiríamos directamente rumbo a Naxos, la mayor de las Islas Cicladas, en pleno Mar Egeo.
Era tan tarde que yo estaba empeñado en ir al hotel en taxi, estaba muerto, pero Mar, mucho más previsora que yo, había mirado que autobús teníamos que coger para llegar hasta el puerto.
Aún así, pregunté en información del aeropuerto y efectivamente me confirmaron que El Pireo se encontraba a 70 kilómetros y que fácilmente el viaje en taxi podía costarnos más de 50 euros.
Así que asumiendo que nos íbamos a acostar tardísimo, cogimos el X96 el autobús de línea que nos llevaría hasta El Pireo.
Lo cierto es que no nos había currado mucho la llegada y no teníamos ni idea de donde bajarnos así que confiamos en la providencia y preguntamos. Un chico tosco y de pocas palabras pero muy amable nos ayudó prestándonos su móvil y después, Takis, otro joven griego muy colaborador y elegantemente vestido, nos indicó en que parada debíamos bajarnos, se apeó con nosotros y nos ayudó con las direcciones ya en El Pireo. El viaje había durado casi hora y media.
El Pireo, con sus 200000 habitantes, es el puerto de la ciudad de Atenas desde la Antigüedad. El Pireo gozó de gran prosperidad en la época clásica, pero poco a poco con la llegada de los romanos y con el paso de los siglos la ciudad fue quedando olvidada en favor de Alejandría para ser rescatada y puesta de nuevo en el mapa con la independencia de Grecia a final del siglo XIX. El Pireo es hoy uno de los puntos industriales y de comunicaciones más importantes de todo el país ya que conecta por barco la capital con los cientos de islas que el país posee dispersas por todo el Mediterráneo Oriental. Su puerto es enorme y recibe casi 20 millones de viajeros anuales. Casi nada.
Aunque administrativamente es una municipalidad separada de Atenas, el crecimiento de ambas ciudades ha hecho que prácticamente entre Atenas y el Pireo haya un continuo urbano y la propia ciudad del Pireo está bien comunicada con la capital griega por metro y tren.
Aquella madrugada, El Pireo aparecía tranquilo y desierto, la noche era templada y el cielo aparecía cubierto de estrellas. Visto así en la quietud de la noche, no parecía que la fama de El Pireo de ciudad peligrosa estuviese justificada. El Pireo dormía en calma aquella noche estrellada de junio.
A pesar de las indicaciones de Takis, nos perdimos un par de veces y tardamos en encontrar el Hotel Anita, donde pasaríamos la noche.
Un hombre mayor, que me recordó al padre de Mi gran Boda griega, (la comedia americana plagada de tópicos sobre el país), nos recibió muy atentamente. El lugar era algo cutre, pero estaba limpio y era cómodo y el wifi funcionaba bastante bien.
Sin mucha demora, Mar y yo nos fuimos directamente a dormir. Al día siguiente teníamos que coger nuestro ferry a Naxos a las 7:25 de la mañana. Y eran las tres. Apenas teníamos tres horas para dormir.
Cuando al día siguiente nos despertamos, el sol ya brillaba con fuerza y calentaba las calles del Pireo. Había aprovechado bien las tres horas de sueño… bueno, más bien las cuatro horas…
Habíamos olvidado cambiar la hora de nuestros relojes y móviles (Atenas está a una hora más que Madrid) y era las 7:30 cuando los despertamos (no las 6:30)… Habíamos perdido el ferry…
Bueno, viajando la mayor parte de los problemas que uno se topa se pueden solucionar con dinero y al final, resignados y tomándonoslo con humor, pudimos comprar otros billetes para el ferry que partía a las 17:30. (30 euros más por persona…)
Varios días antes de lo previsto, y tras un frugal desayuno, nos lanzamos, por tanto, a conocer Atenas. Habíamos madrugado y teníamos casi una jornada entera para descubrir la que fuera una de las ciudades más importantes de la Antigüedad, Atenas, una ciudad y un país que conoceríamos bajo la conmoción que iba a suponer el corralito y cierre de los bancos, (que se decretaría esa misma tarde, unas horas después), otro capítulo más de la agónica crisis económica griega que viviríamos en vivo y en directo.