COFFEE BAY Y EL AGUJERO EN EL MUNDO

En Coffee Bay nos alojamos en un hostal llamado Seashell Guest House cuyo nombre ya evocaba al ambiente costero y marino de la localidad. El sitio estaba regentado por Annette, una mujer blanca sudafricana-inglesa bastante entrada en años. Llevaba el negocio con su marido, un hombre rellenito y simpático de pelos blancos con aspecto de abuelito.

El hostal era muy cutre. La recepción (que en realidad no era más que el salón de la casa del anciano matrimonio) estaba muy recargada y sus paredes estaban llenas de trofeos de caza y fotos de ellos muy sonrientes orgullosos de sus hazañas. También exhibían sin pudor la antigua bandera de la Unión Sudafricana. Todo aquello no era algo que me resultase muy agradable pero, a pesar de todo, el lugar me gustó porque era muy tranquilo y se podía oler el mar que pudimos sentir y respirar durante toda la noche.

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Llegamos tan tarde que sólo pudimos cenar en una pizzería en lo alto de una colina. Annette nos acompañó guiándonos con una linterna. Los alrededores estaban muy oscuros. Un hombre se nos cruzó de camino y se puso muy pesado con nosotros. Estaba borracho. Annette le reprendió con cuatro frases en xhosa. “Coffee Bay es muy tranquilo, pero conviene no relajarse”-nos dijo-“hace poco mataron al único chino que vivía en el pueblo de un disparo para robarle”. “Muy tranquilizador”-pensé.

Desde la terraza del restaurante se podían admirar unas bonitas vistas (incluso de noche). Era el único restaurante del lugar pero las pizzas estaban buenas. Un grupo de mochileros estaba celebrando allí la noche por todo lo alto. Era un buen lugar para tomarse una cerveza. Así que cenamos bajo la luz de las estrellas, adormecidos por la brisa marina y bien espabilados por la música de Rihanna que sonaba a todo trapo.

Al día siguiente nos levantamos pronto. No teníamos mucho tiempo en Coffee Bay y teníamos que aprovecharlo.

Coffee Bay es un perdido rincón en plena Wild Coast Sudafricana. Es un pequeño pueblecito que no cuenta con más de 300 habitantes. Coffee Bay toma su nombre de los cientos de árboles de café que crecen en la bahía como consecuencia del naufragio de un enorme barco que transportaba semillas de café.

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Coffee Bay, aunque aún permanece inexplorado y aislado debido a su difícil acceso, ya empieza a aparecer en las guías de viajes y comienza a convertirse en una especie de meca para mochileros hippies en busca de lugares todavía “intactos”, atraídos en parte por sus espectaculares paisajes y por el famoso “hole in the World” (agujero en el mundo), un enorme arco de piedra en una de las playas, modelado desde hace miles de años por el mar y sus bravas olas .

Teníamos poco tiempo, así que el marido de Annette, muy amable él, se ofreció a llevarnos él mismo hasta la playa. Había estado lloviendo todo el día y el camino ya no de tierra si no de barro no estaba fácil y su enorme todo terreno nos hacía bailar con cada bache de la carretera.

Para llegar hasta “Hole in the World” atravesamos varios poblados xhosas de la comarca con sus tradicionales casas de colores circulares de adobe y con techo de paja.

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El hombre nos contó que sólo se pintaban por un lado ya que cuando cristianizaron la región, obligaron a los xhosa a pintar sus casas pero como no tenían dinero para pintarlas enteras sólo las pintaban por delante, por donde se veía y así se impuso una tradición que se mantiene hoy en día. Las construcciones eran humildes y hablaban de la pobreza y la necesidad de sus habitantes. Los xhosas parecían amigables y cuando pasábamos con el coche, nos miraban con pausada curiosidad.

Los xhosas son un grupo étnico bantú que puebla el Sur del continente Africano, especialmente en la provincia del Cabo Oriental, donde estábamos. En la actualidad constituyen aproximadamente el 18% de la población sudafricana y el xhosa, después del zulú, es el segundo idioma natal más importante del país. Muy apegados y celosos de sus tradiciones ancestrales, los xhosas han dado la luz a grandes personalidades como pueden ser el propio Nelson Mandela o la internacionalmente conocida cantante Miriam Makeba. Hoy en día, el principal medio de vida de los xhosa es la agricultura y la ganadería.

Camino de la playa, en la carretera, nos cruzamos con unos niños que fingían arreglar el camino con unas palas y una carretilla. En realidad, estaban jugando y en su inocencia nos querían hacer creer que trabajaban para que les diésemos dinero (no tenían ni 8 años). El hombre les reprendió en xhosa y los chicos se alejaron corriendo, pero al rato, metros más allá, en varias ocasiones, más niños salieron a nuestro paso sonriendo algunos, otros gritando “sweets, sweets” con la mano extendida, y los más mayores, vendiendo marisco fresco.

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Coffee Bay se mostraba con una autenticidad y sinceridad casi virgen, sin apenas turismo. La verdadera África, ésa tan difícil de ver en las grandes ciudades y en los centros comerciales de Sudáfrica, asomaba las narices en Coffee Bay.

El marido de Annette, nuestro guía, era un hombre de 71 años, un sudafricano blanco de esos a la vieja usanza. Se crió en una granja entre xhosas y por eso hablaba su idioma con fluidez. Poseía la casa desde los años 70, nos contó, en plena época de los homelands, cuando vivir en el Transkei era otra historia.

Siempre vivió a medio camino entre Johannesburgo y Coffee Bay, hasta que una vez jubilado y liberado de sus obligaciones, se instaló definitivamente con su mujer en la pequeña Coffee Bay.

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En el camino a “The hole in the World”, también tuvo tiempo para contarnos sobre los planes de expansión urbanística del Gobierno en Coffee Bay. Querían construir un puente para hacer carreteras y hacer el lugar más accesible al turismo. Al oír aquello, lo único que yo podía esperar era que preservaran el lugar intacto con la misma magia que tenía entonces. Todos nos pusimos de acuerdo en que el turismo podía hacer mucho daño y mucho bien al mismo tiempo.

Aquel hombre conocía bien a los xhosas. Los hombres se bebían el salario y las ayudas del gobierno el mismo viernes que las recibían, mientras que las mujeres, verdadero sostén de la sociedad y la familia, trabajaban durísimo en el campo. Nos cruzamos con varias mujeres que cargaban leña sobre sus cabezas y sudando como unas posesas.

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Una vez hubimos llegado y nos bajamos del coche al borde de un acantilado, descubrimos un paisaje espectacular, increíble, mágico. Me faltan palabras para poder describirlo. Me quede con la boca abierta y comprendí en un instante que los cientos de kilómetros para llegar hasta allí, todo el camino, todo el viaje a Sudáfrica ya merecían la pena sólo por haber contemplado ese espectáculo grandioso de la naturaleza: el rugido incesante de las olas golpeando con fuerza la rocosa superficie de los acantilados en el horizonte y frente a nosotros una inmensa y solitaria playa de arena frente a la cual se erguía el enorme arco de piedra, conocido como “The Hole in the World” (El agujero en el mundo).

Este mítico lugar situado antes de la desembocadura del río Mpako ha sido a lo largo de los siglos fuente de muchas legendas. Es conocido en la sonora lengua Xhosa como esiKhaleni, que significa literalmente el lugar del sonido, algo de lo que nosotros damos fe por el estruendo incesante del batir del mar sobre la tierra.

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Cuenta la leyenda que una joven muchacha se enamoró de un misterioso habitante del mar. Éste ser del mar también la amaba y su pueblo le ayudó a construir un agujero en la roca con la ayuda de un pez enorme para poder alcanzarla. No se volvió a oír nunca jamás de ella otra vez, pero son las voces y cantos de las gentes del mar la que dan nombre al lugar, esiKhaleni.

EsiKhaleni ha fascinado de siempre a los habitantes de la región y hoy en día los locales todavía creen que “The hole in the world” es un portal al mundo de sus ancestros y muchos de ellos se han hecho daño intentando atravesarlo a nado o escalándolo.

Estábamos en la playa cuando comenzó a llover con fuerza de nuevo. Nos refugiamos debajo de un árbol en un bosquecillo junto a la arena pero Mar, lejos de achantarse por las condiciones climáticas, se lanzó al mar a bañarse en las bravas aguas del Índico, atrapada por la magia del lugar.

Un pastor que se refugiaba bajo el cobijo del mismo árbol que nosotros se rió y nos miró divertido. Señaló a Mar que se perdía en la distancia, que salió un buen rato después sin quejarse ni lo más mínimo del frío, empapada y con su paraguas en la mano.

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