Uno de los mayores retos a los que yo creo que debe enfrentarse un viajero cuando afronta el Altiplano peruano es sin duda el soroche o mal de altura. (mal agudo de montaña).
Técnicamente, el mal de altura no es más que la falta de adaptación del organismo a la hipoxia o falta de oxígeno a la altitud y es un trastorno que puede padecer cualquier individuo habituado a vivir en tierras bajas independientemente de su edad, forma física o género, cuando viaja o se desplaza a altitudes superiores a 2500 metros.
La sintomatología incluye mareos, dolor de cabeza, falta de apetito, vómitos, agotamiento físico y elevación del ritmo cardiaco pero si los síntomas permanecen y se sigue subiendo o no se desciende, el mal de altura puede agravarse conduciendo incluso a edemas y terminar con la muerte del paciente.
Aunque las molestias debido a la altitud empiezan a aparecer por encima de los 2500 metros no es hasta los 3000-3200 metros cuando verdaderamente se deben sopesar seriamente las consecuencias debidas al mal de altura. Esto implica que gran parte de las atracciones turísticas del Perú andino se encuentran en zona de riesgo, por encima o muy por encima del límite de los 2500 metros.
Desde luego en el momento en el que la sintomatología aparece, lo más conveniente es descansar, tomárselo con calma y dejar de ascender. En la inmensa mayor parte de los casos, el propio organismo se adaptará a la altura y es cuestión de tiempo que uno vuelva a encontrarse perfectamente. No hay que alarmarse, pero no hay que dejar de estar atento.
Los incas eran gente acostumbrada a vivir cerca de las nubes y sus descendientes peruanos que actualmente habitan la cordillera andina están bien habituados a la altura y tienen sus propios trucos y remedios para hacer más fácil la vida en las montañas y recurren a un remedio natural sujeto a bastante controversia fuera del Perú pero parte inherente ya al modo de vida en los Andes y que puede sernos de gran ayuda en estos casos: la coca.
La coca de la familia de las eritroxiláceas es una planta utilizada como analgésico por las culturas andinas y como remedio para el mal de altura, aunque tiene una justificada mala fama al ser la planta de la que se extrae la cocaína.
El cultivo y consumo de coca está tan arraigado en las naciones andinas que por mucho que la legislación internacional haya intentado limitar o impedir su consumo o cultivo permanece hoy en día como parte consustancial de la vida en los Andes formando parte de la rutina diaria de sus habitantes y un elemento esencial de las relaciones sociales.
La coca se puede tomar como infusión (mate de coca) o directamente mascando la hoja. También hay disponibles en farmacias pastillas fabricadas en base de coca para tratar el soroche.
En mi viaje a Perú, yo sufrí los efectos de la altura nada más aterrizar en Cuzco. Durante mis días allí, me sentí cansado y agotado, me pesaban las piernas y moverme me costaba una barbaridad. No dormía bien y acabe, además, con un catarro de impresión debido al frío que hacía por las noches (muy importante buscarse un sitio para dormir bien aclimatado cuando se viaje por las montañas). Poco a poco y según fueron pasando los días me fui adaptando a la altitud y me fui encontrando mejor pero fue al llegar a Puno (4000 metros) cuando el mal de altura me golpeó con fuerza y realmente noté sus efectos de una forma más bestia.
Al final sólo pasamos una noche en Puno, pero la recuerdo como una noche horrible y agobiante. Me costaba respirar, me asfixiaba, por mucho que mis pulmones se hinchaban, tenía la constante sensación de que el aire no me llegaba a la cabeza. Entre el frío y la altura, no pegué ojo y al día siguiente estaba literalmente destrozado. Recurrí a la infusión de coca como remedio, con su sabor dulzón y su olor característico (la verdad, aprendí a cogerle asco durante mis días allí). Mis compañeras de viaje tomaron tanta que no les sentó bien y tampoco pegaron ojo debido a sus efectos excitantes (hay que tomar mate de coca con moderación). Yo fui más comedido pero como os digo, no pude dormir nada igualmente.
Bajamos al día siguiente rumbo a Arequipa y ya a menor altura me recuperé rápidamente. Una vez allí, a una altitud más cómoda, descartamos totalmente subir al cañón de Colca ya que teníamos que superar alturas superiores a los 5000 metros. Yo mismo era consciente de que para poder seguir subiendo me hubiera tenido que quedar varios días aclimatándome en Puno, tiempo con el que no contábamos, por desgracia.
Siempre recordaré cuando hablando sobre el mal de altura con el anciano señor que regentaba nuestro hostal el Cuzco (un hombre entrañable), antes de que viajásemos a Puno, le comentábamos lo mucho que nos estaba costando movernos por la ciudad debido al esfuerzo físico que suponía.
Él, quechua hasta la médula, nos sonreía y nos miraba con cierto aire de condescendencia. Seguro que había oído la misma queja mil veces. Nos relató historias sobre gigantes escandinavos que se desmayaron delante de sus narices al poco de llegar a Cuzco, mientras él, anciano como era, ya con el peso de los años encima, se movía por las callejuelas empedradas de Cuzco con agilidad y soltura. Lo contaba casi con orgullo.
Al fin y al cabo, concluyó, la gente de los Andes tenemos un corazón muy grande, para amar sin condiciones y para correr por las montañas.