Viaje contrarreloj rumbo al Addo National Park

La carretera que nos llevó desde Coffee Bay hasta el Addo National Park atravesó paisajes espectaculares y parajes increíbles, dominados todos ellos por la inmensidad de los espacios vacíos que caracterizaban la provincia del Cabo Oriental donde nos encontrábamos.

Fue un viaje un poco contrarreloj, casi sin paradas porque teníamos que estar en Addo National Park antes de las seis y media de la tarde porque a esa hora cerraban el parque y ya no podríamos entrar y era precisamente en el interior de Addo donde nos esperaba nuestro bungalow donde pasaríamos las próximas dos noches.

La climatología no nos ayudó. El tiempo fue horroroso y en el camino nos topamos con lluvia incesante, tormentas eléctricas y densos nubarrones que hicieron del viaje una dura prueba para Stephen quien conducía que ya de por si es bastante nervioso.

Desde Coffee Bay deshicimos el camino andado el día anterior hasta Mthatha, la antigua capital del Transkei, y desde allí dirigimos nuestros pasos hasta East London.

Allí, la carretera comenzaba a mejorar. Abandonábamos finalmente el salvaje Trankei para adentrarnos en territorio más poblado y eso se notaba en las infraestructuras.

Tras East London, atravesamos Kings Williams para llegar finalmente a Grahamstown, una ciudad muy famosa por su feria de arte , el festival Nacional de Arte, que atrae anualmente a cientos de artistas de todo el continente africano. Stephen recordaba con cariño Grahamstown y aunque no pudimos ni pararnos a tomar un café, Stephen nos comentó que era una ciudad muy bonita.

Toda esta región, vista desde el coche, era espectacular, llena de paisajes grandiosos invadidos de espacio y majestuosidad. Había algo casi hipnótico en aquella sucesión interminable de vastas llanuras y carreteras casi infinitas que se perdían en la lejanía.

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70 kilómetros más allá de Grahamstown, tomamos el desvío al Addo National Park. El sol empezaba a languidecer. Eran casi las seis y media y estábamos bastante estresados.

Si no llegábamos a tiempo, nos quedaríamos fuera y nos veríamos obligados a buscar otro alojamiento o incluso a dormir al raso en el coche sabe dios donde. Y para colmo, con el mapa en la mano, el parque parecía tener tres entradas y no sabíamos muy bien cual era la correcta. Nos la jugamos con la más cercana.

Eran exactamente las 18:27 cuando llegamos a la entrada al parque. Y además la entrada era la buena. Casi casi nos quedamos fuera. Por tres minutos, los planes seguían tal y como los habíamos previsto. Los tres respiramos aliviados. Bueno, Stephen y yo, porque Mar se había tirado todo el viaje durmiendo y no fue muy consciente del estrés que habíamos sufrido todo aquel día.

Por fin estábamos en Addo National Park. Nuestro bungalow estaba en una especie de ciudad artificial en medio del parque donde había un par de tiendas de souvenirs y productos de primera necesidad, un restaurante y unas cuantas casas para alojar a los visitantes y a los trabajadores. La verdad que me imaginaba algo un poquito más auténtico… ¡¡aquel lugar disponía de todas las comodidades!!

Nuestro bungalow, al final de un pequeño camino de asfalto, estaba en uno de los laterales del pueblo. Al fondo, la noche negra y amenazante no nos permitía ver más allá de nuestras narices ni adivinar que nos rodeaba exactamente. El silencio y la calma del lugar sólo era roto por el ruido de los grillos y de un pájaro extraño que no paraba de ulular y que a Stephen no le dejó dormir en toda la noche.

El aire estaba lleno de oxígeno, casi se respiraba la fuerza de la naturaleza al inhalar. Aquella noche y, a pesar del pájaro, yo dormí como un bebé.

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