Orchha: Primera Parte.

En pleno estado de Madhya Pradesh, a medio camino de los templos eróticos de Kajuharo, teníamos una parada obligada para pasar la noche en el pequeño y adormecido pueblo de Orccha, pero aquella no era una parada técnica simplemente; la pequeña Orccha, antigua capital de un célebre pero ya olvidado principado, es un lugar de un notable interés turístico. Y es que como testimonio del pasado esplendor de Orccha, la ciudad está bien provista de palacios, templos y hermosas fortalezas.

El camino desde Gwalior hasta Orccha fue largo, tortuoso y lleno de baches. La carretera se podría calificar de intensa, atravesando uno de los estados más agrarios del país pero también uno de los menos desarrollados. El viaje en sí fue toda una experiencia.

La India rural se abría ante nosotros con cada eterno kilómetro: campos de cultivo, animales, granjas, sol y polvo… Las vacas andaban por donde sus santas pezuñas les daba la real gana y los agricultores colocaban la recolecta de lentejas sobre el asfalto para que el tráfico rodado al pasar aplastará las vainas e hiciera el duro trabajo de descascarillado por ellos. En India se buscaban la vida como podían.

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Los pequeños pueblos que atravesábamos estaban todos en plena celebración. Viru, nuestro conductor, nos comentó que era la fiesta por el dios Ganesh, uno de los más queridos y apreciados por los hindúes, ya que era portador de buena suerte y fortuna. Así que en cada pueblo nos cruzábamos con vistosos camiones llenos de luces seguidos por numerosos fieles (todos varones) que se lanzaban polvos de colores y bailaban al ritmo del estruendo de la música, ralentizando el tráfico y haciendo que cada kilómetro todavía durase más tiempo de lo que ya de por si lo hacía.

Con todo esto, claro, llegamos ya de noche a Orccha. Orccha olía a ganado (a caca y fertilizante natural) y era un lugar bastante tranquilo (se podía escuchar el incesante ruido de los grillos). En el pasado debía haber sido una intricada sucesión de callejuelas, pero algún gobernante local se le debió ocurrir que era una buena idea hacer Orccha más accesible y, para ello, construyó una carretera atravesando el casco antiguo, derruyendo así parte de la ciudad vieja y partiendo literalmente a la mitad muchas de sus casas.

Lo más sorprendente es que muchas casas, repito, habían quedado LITERALMENTE atravesadas por la carretera, permaneciendo parte de las mismas aún en pié continuando habitadas por sus dueños, que vivían en sus casas sin paredes con una naturalidad pasmosa (o con una resignación absoluta, no sabría que decir).

Aunque era de noche cerrada y a pesar de la escabechina que habían hecho allí, ya podíamos apreciar que Orccha continuaba siendo realmente muy bonita.

Encontrar alojamiento nos costó bastante. O era un hostal muy cutre o sucio o bien era un hostal medio derruido, cutre y sucio. Para inspeccionar alguna habitación tuvimos que escalar incluso por unas escaleras de madera ya que las escaleras originales habían sido demolidas en la construcción de la carretera.

Al final nos quedamos en un hostal muy cutre y muy sucio pero que por lo menos era bastante barato y no nos exigía hacer alpinismo para ir al baño. Viru nos comentó que Raj, su hermano, jefe y dueño del coche que conducía, estaba en Orccha y nos quería invitar a cenar.

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Así que quedamos en que viniese a recogernos al hostal una vez hubiésemos posado nuestros bártulos y descansado un poco. Yo estaba un poco de bajón aquel día, la habitación era bastante asquerosa y no me encontraba muy bien del estómago. Ana, Marta y yo nos quedamos un rato fuera del hostal, ellas fumando y yo respirando un poco el aire fresco de la noche. No me apetecía estar en aquel cuarto cochambroso.

Un hindú joven que se alojaba en nuestro hostal se acercó a nosotros y de una forma poco elegante pero bastante directa intentó ligar con Marta. Marta le dio un poco de conversación pero tampoco le hizo mucho caso. Nos dijo que estaba viajando sólo y conociendo su país, pero después de un rato y a la vista de que tenía poco que rascar, dijo que tenía sueño y se fue a dormir. Al chico tendríamos el gusto de encontrárnoslo al día siguiente… Pero eso ya es otra historia…

Minutos después Viru vino a buscarnos con el coche y nos condujo hasta un restaurante un par de calles más allá llamado Mediterráneo. (No se si habían elegido el local al azar o lo habían escogido precisamente porque éramos españoles).

Raj nos recibió con los brazos abiertos. Treinta y tantos años, mayor que su hermano, bien parecido y bien vestido. Era un tipio gracioso. Lucía un bigotillo encima del labio superior. Hablaba un español bastante correcto. Era evidente que estaba empezando su pequeña empresa turística y que quería causar una buena impresión y que recomendásemos sus servicios en España.

Nos sentamos en la terraza del restaurante a la luz de un par de endebles bombillas azotadas por los mosquitos de la noche. Era tarde ya, y nosotros y un grupo de jóvenes varones locales éramos los únicos clientes.

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La cena era sencilla, lentejas con arroz (vaya, el típico dhal) y algo de curry pero yo aquella noche tenía el estómago regular y no estaba para curris pero tampoco quería dejar nada en el plato para no hacerle un feo a Raj, que se estaba desviviendo porque estuviésemos a gusto aquella velada.

Raj empezó a hablar sobre su pequeño negocio familiar y las ganas que tenía de ganarse la vida a través del turismo, que le gustaban los extranjeros, y sobre todos los españoles, que teníamos buen carácter y buen corazón.

Viru, que también cenaba con nosotros, escuchaba en silencio y sonreía, dejando ahora, después de varios días llevándonos de un lugar a otro, que fuera su hermano Raj quien llevara la voz cantante. Al fin y al cabo, Raj, además de su hermano, era su jefe.

Lo cierto es que no recuerdo en que punto de la conversación fue, que algo en la mesa del fondo hizo que perdiera completamente el hilo de lo que nos estaba contando Raj.

Los hombres de la otra mesa empezaron a elevar el tono y a gritar, a levantarse de la mesa con muchos aspavientos. Daba la impresión de que no estaban teniendo precisamente una charla apacible entre amigos. Algún asunto serio debían estar tratando.

Recuerdo perfectamente como por encima de los gritos y la violencia verbal, en la calle, se oía de lejos la música de uno de los camiones de Ganesh que se acercaba en la distancia.

Raj, que también empezaba a darse cuenta de que algo estaba pasando en la mesa de al lado, continuaba con su charla interminable sobre no se qué, intentando distraernos.

Pero claro, era complicado prestarle atención cuando aquellos hombres estaban levantándose de la mesa y estaban empezando a sacar cuchillos, palos, armas y hasta algo parecido a un bate de baseball.

Ana gritó y tanto Marta como ella se refugiaron detrás de las sillas. Yo no reaccione y seguí sentado como si nada. No asimilaba muy bien lo que estaba pasando en aquel momento. Marcos a mi lado también permaneció sentado.

Raj decía:

Seguid sentados amigos, viva la cena, cenad”-haciendo como si no pasase nada en la mesa de al lado- “Amazing India”.

Pero claro la discusión seguía subiendo de tono y la situación cada vez era más tensa e insostenible.

Mirad a Ganesh, haz unas fotos”-me dijo Raj acercándose a mi y señalando el camión de Ganesh que pasaba debajo en la calle, intentando así que nos diésemos la vuelta hacia la calle y no viésemos la bronca.

Pero claro, no coló, Ana y Marta estaban muy nerviosas, ya debajo de la mesa e incluso una de ellas masculló un tembloroso “tengo miedo” y Marcos y yo estábamos empezando a buscar refugio con la mirada.

Mientras Raj seguía contándonos lo maravillosas que eran las fiestas de Ganesh recomendándonos que disfrutáramos de la fiesta, Viru se levantó dispuesto a intervenir y hablar con aquellos hombres, que estaban ya pegándose a ostia limpia sin piedad y tirándose sillas a la cabeza. Ni Raj ni Viru querían que aquella trifulca les jodiera un negocio. Pero cada uno usaba estrategias diferentes, claro.

No vayas Viru, no vayas”-gritaron Marta y Ana al unísono intentando retenerle.

Pero allá que fue Viru decidido a calmar la situación pero, antes de que pudiese hablar se llevo una buena ostia en la mano con un palo. No se que sonó más, la ostia o nuestros respingos de susto. Debió de doler pero afortunadamente no fue más que un golpe. Viru estaba bien a pesar del llamativo chorretón de sangre que resbalaba por su brazo. Visto lo visto, finalmente Raj cambió de táctica, se acercó a ellos y tras unos minutos de tensión y de verborrea de Raj, negociaron una tregua para que los extranjeros pudiésemos salir del restaurante ya que la pelea estaba bloqueando las escaleras de salida y no podíamos escapar de ahí.

Aquella experiencia fue surreal, salimos del restaurante a través de un “corredor humanitario”, flanqueados por aquellos hombres bañados en sudor y sangre con cuchillos, palos y sillas en la mano mientras nos sonreían y decían:

No pasa nada, amigo. Todos felices, todo está bien”-y nos daban palmaditas en la espalda como si fuésemos colegas de toda la vida.

Los seis salimos corriendo sin mirar atrás. Aliviados por salir de ella y yo aliviado también porque tenía una excusa para no acabarme la cena…Ni habíamos terminado de abandonar el restaurante cuando volvimos a escuchar de nuevo los golpes y los gritos de la pelea. No esperaron ni un minuto para retomar la violencia, ahora si, ya sin la incomoda presencia de los guiris.

Esta claro que la gente en Madhya Pradesh no es buena gente”-afirmó Raj sentencioso-“La gente de Jaipur, del Rajastán, como nosotros, somos buenas personas. Aquí en Madhya Pradesh están por civilizar. A Rajastán podéis volver las veces que queráis, es muy seguro. Allí no somos así”.

Y seguidamente Raj nos dio a cada uno un abrazo acompañado por una caja de dulces típicos del Rajastán que su madre había comprado para nosotros.

Es una pena que no hayamos coincidido en Rajastán”-concluyó compungido-“Hubiéramos cenado en casa de nuestra madre, que cocina muy bien”. Y la verdad que sí, era una pena, hubiera sido toda una experiencia.

Antes de que montarnos en el coche para que Viru nos devolviese de vuelta al hostal, Raj se despidió de nosotros pidiéndonos, por favor, que escribiésemos buenas referencias suyas en Tripadvisor. La verdad que Raj era un encanto y nos había tratado estupendamente, por no hablar de su hermano Viru, que era fantástico. Aprovecho aquí para afirmar que no pudimos haber tenido mejor guía esos días que ellos.

Ya de vuelta al hostal, dos calles más allá, vimos como dos policías muy gordos montados en una sola moto iban camino del restaurante. Por fin, alguien debía haber llamado a la policía… Las fuerzas de la ley no parecían tener mucha prisa aquella noche… En fin, sea como fuere, siempre vale más tarde que nunca. De una forma u otra, al final, cada día en India resulta sorprendente.

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