Algo que llamó mucho la atención en los birmanos (especialmente en los hombres) en cuanto puse el pié en Myanmar fue el color de sus sonrisas; me explico. Gran parte de los birmanos tienen sus dentaduras teñidas de un color violeta-morado oscuro bastante antiestético a la vista luciendo así todo lo contrario a una sonrisa Profident.
Esto es consecuencia del hábito ampliamente extendido en la población birmana de masticar betel a todas horas del día.
¿Y que es el betel?
El betel es la hoja de una planta de la familia de las Piperáceas cuyo cultivo es muy popular en todo el sudeste asiático.
Está planta tiene un uso muy arraigado dentro de las tradicionales culturas asiáticas y ha jugado un papel muy importante en muchas partes del continente donde posee un valor ceremonial usándose en bodas y celebraciones.
Pero es en Myanmar donde el consumo de betel alcanza unos índices de popularidad y consumo especialmente elevados. Se estima que el 40% de los hombres y el 20% de las mujeres birmanas son consumidores habituales del quid de betel.
Con la hoja de betel preparan una especie de chicle que contiene nuez de areca e hidróxido cálcico y algo de tabaco (y determinadas especies en ocasiones) que mastican continuamente durante horas o que simplemente confinan en un lateral de su boca sin masticar.
Además de la nicotina que puede aportar el propio tabaco, la nuez de areca contiene arecolina, cuyos efectos, a nivel de sistema nervioso central, son comparables a los de la nicotina.
Tradicionalmente se cree que el consumo de betel mejora y soluciona los problemas de aliento. Yo no se si será verdad pero lo cierto es que el aspecto final de la boca tras masticar el betel es realmente desagradable. Cuando uno va andando por la calle puede ver sobre el asfalto o el suelo continuamente las manchas violetas del betel que los birmanos escupen cuando han terminado ya de masticarlos.
El betel lo venden en puestecillos en la calle, en cada esquina en cualquier pueblo o ciudad. Y siempre hay gente esperando, haciendo cola en cada puesto para comprarse sus preparados de betel que se llevan guardados cuidadosamente en pequeñas bolsitas de plástico. En más de una ocasión los propios birmanos, ante el interés que mostrábamos por el producto, nos lo ofrecieron a probar, muy conscientes del rechazo que ya sólo a la vista el betel provoca entre los visitantes occidentales.
Aunque el consumo de betel sea algo muy tradicional ya inherente a la propia cultura birmana (como regalo de bienvenida a los invitados o incluso como último consuelo a los reos que van a ser ejecutados), lo cierto es que su abuso extensivo está causando verdaderos estragos en la salud de los birmanos.
Más allá del daño que el betel provoca a la vista, al igual que el tabaco, el betel incrementa tremendamente el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares o de sufrir cáncer a lo largo de la vida, especialmente cáncer de boca y diversos estudios estiman que el betel puede llegar a reducir hasta 6 años la esperanza de vida de quienes lo consumen. (En Myanmar el cáncer oral es el sexto cáncer más frecuente)
Aunque me imagino que en un país como Myanmar con una esperanza de vida de tan sólo 68 años con el tercer índice de desarrollo humano más bajo de todo el continente asiático (sólo por delante de Afganistán y Yemen), el betel no constituya ahora mismo la mayor amenaza sanitaria, si es objeto de preocupación y alarma.
Las autoridades locales están haciendo un esfuerzo por limitar el consumo de betel entre los ciudadanos birmanos llegándose incluso a prohibir en el interior de la gran Shwegadon Pagoda, el mayor templo religioso budista en Yangon, y en la cercanía de los centros escolares.
Pero por ahora no parece que el betel vaya a desaparecer del día a día cotidiano del país.