Después de los tumultuosos eventos de la cena del día anterior, nos levantamos aquella mañana ya recuperados con muchas ganas de recorrer Orchha y de lanzarnos otro día más a la aventura y dejarnos sorprender por todo lo que la “Amazing India” tenía reservado para nosotros.
A plena luz del día, las casas blancas y de colores del pueblo brillaban bajo los rayos de sol de la mañana y Orchha aparecía ajetreada pero tranquila, sin demasiado tráfico en comparación con otros lugares del país.
Y es que a pesar de su glorioso pasado y de su fama como destino turístico, Orchha no es más que un pequeño pueblecito lleno de encanto en medio de la India rural del estado de Madhya Pradesh.
Orcchha sólo tiene unos 9000 habitantes, una cifra insignificante en comparación con las grandes mega urbes de India, 14000000 de habitantes en Delhi o 4000000 en Varanasi. La atmósfera que se puede disfrutar en Orcchha, como os podéis imaginar, es bien distinta de la que se puede respirar en estas grandes aglomeraciones urbanas.
Es un diminuto punto en el mapa pero Orchha en el pasado fue la capital de un olvidado principado. Fue fundada allá por el año 1501 por el primer rajá de Orchha que fue quien mando construir el impresionante fuerte de la villa. Aunque no vio la obra terminada; ese primer rajá se fue pronto y parece ser que murió intentando salvar una vaca de las fauces de un león (en un país donde la pena por matar a una vaca es mayor que la condena por matar a un hombre esta historia cobra todo el sentido).
En los siguientes reinados, la hinduista ciudad de Orchha disfrutó de gran esplendor y riqueza, siempre a la sombra del temible y poderoso imperio islámico mogol. Testimonio de este pasado de prosperidad son todos los suntuosos y fabulosos edificios que hoy en día adornan Orccha: palacios, jardines, templos que hacen de esta pequeña villa una joya de la arquitectura mogol-islámico-hinduista.
Guerras, rebeliones e invasiones posteriores devastaron el estado de Orcchha y con el ocaso del principado también la ciudad fue cayendo en el olvido para terminar finalmente bajo dominación británica como el resto de la India.
La villa de Occhha propiamente dicha es bonita, con casas bajas de colores y algún que otro tranquilo mercado. Como ya os comenté en la entrada anterior, a algún iluminado gobernante se le ocurrió hacer pasar una carretera a través del pueblo para mejorar su acceso y lo hizo haciendo pasar la calzada LITERALMENTE a través del pueblo, derribando las casas que se encontraba a su paso. Las familias no abandonaron sus hogares y parecía convivir con bastante normalidad con el hecho de que la carretera atravesase su antiguo salón mientras ellos continuaban viviendo en la habitación de al lado. Supongo que no tendrían otro lugar al que ir y lo habían aceptado con bastante resignación. Resignación era una palabra que se me vino a la mente muchas veces viajando por la India.
Obviamente las grandes joyas arquitectónicas de Orchha permanecen a salvo en una isla en el río y sus alrededores como el templo de Ram Raja, hecho construir por la mujer del raj Madhukar Shah, Ram Raja es el único templo en toda la India en el que se venera al dios Rama como un rey, (Rama es una de las encarnaciones del dios Visnu). También están los 14 Chhatris, en la ribera del río Betwa entorno al ghat de kanchan y erigidos en honor a distintos príncipes de Orchha pertenecientes a la dinastía Bundelhkand.
Pero la verdadera estrella en Orchha es el Jehangir Mahal, una ciudadela fortificada construida en la mayor época de esplendor de la ciudad. Su construcción fue ordenada en honor a Jehangir, el hedonista emperador mogol por aquel entonces. El Jehangir Mahal tenía una función puramente diplomática, ya que los rajás hinduistas de Orchha invitaban a menudo a los emperadores mogoles, de religión musulmana, a los que les gustaban disfrutar de suntuosos palacios y placeres de la carne y de esta forma, el diminuto y rico principado de Orchha mantenía la paz con sus rivales. Con el objetivo de agradar a los musulmanes, la arquitectura es la fusión perfecta del estilo artístico mogol-islámico con la hinduista.
Frente a Jehangir Mahal se encuentra un palacio derruido en honor a una bailarina y poetisa famosa por su belleza encantadora y por su música, Rai Praveen. El príncipe de Orchha, Indrajit Singh, como no, estaba enamorado de ella pero claro, la fama y la belleza de Rai Praveen alcanzaron la corte imperial mogol de Akbar. El emperador mogol Akbar la hizo traer a su corte y se enamoró de ella, y ella aunque le rechazó con sus canciones y sus poemas, él la hizo llevar a su harem. El príncipe, que era casi un gobernante vasallo del emperador mogol sólo pudo resignarse y construir este palacio en su honor, que permanece aún en pié, sobreviviendo al paso del tiempo.
Orchha se merece un largo paseo ya que el conjunto monumental es impresionante. Nosotros aquel día nos habíamos levantado pronto, conscientes de que teníamos una agenda apretada por delante antes de partir rumbo a nuestra siguiente parada en ruta, Kajuharo y sus templos eróticos.
Antes de empezar el día, nos paramos a desayunar en un pequeño local en pleno centro histórico de Orchha. El local era muy pequeño y sólo contaba con un par de mesas y unas cuantas sillas así que compartimos mesa con una regordeta y sonrojada señora de unos cincuenta años, claramente de origen europeo.
Aquella mujer resultó ser encantadora. Se llamaba Diana y era australiana pero había vivido muchos años en Madrid y hablaba muy bien español. Ahora y desde hacía ya un tiempo vivía con su pareja en Bombay, donde era profesora de inglés, igual que lo había sido en España.
Tuvimos con ella una charla más que interesante e intercambiamos opiniones sobre el país. Ella nos comentó que su novio era hindú y que el choque cultural había sido tremendo pero que lo verdaderamente fuerte a veces era la rutina en las grandes ciudades indias como Bombay y el hecho de que allí la vida humana no parecía tener demasiado valor. Los animales salvajes entraban en parques y barrios a las afueras de la ciudad y devoraban a los perros y a los niños y las autoridades, más allá de echarse las manos a la cabeza, no parecían tomar medidas, nos contó. Los trenes en Bombay viajaban todos los días atestados de gente, con personas encaramadas en lo alto de los vagones.
Cada día morían un par de personas en Bombay al caerse del tren en el que viajaban o aplastadas por la aglomeraciones humanas.
Convivir con esto y hacerlo normal, parte de tu vida diaria es lo más sorprendente– concluyó
Estábamos hablando animadamente cuando su novio apareció en aquel momento. Era un hindú bien parecido de edad indefinida pero obviamente mucho más joven que ella. El hombre nos miró sorprendido y bajó la cabeza avergonzado. Era el mismo tipo que había intentado ligar con Marta en la puerta de nuestro hostal la noche anterior.
Mantuvimos la conversación unos minutos más, pagamos la cuenta y muy educadamente nos despedimos de Diana y de su novio, que durante todo ese tiempo permaneció en silencio con la cabeza gacha y sin decir esta boca es mía.
Cada encuentro en India era una sorpresa.