La Route de la Traverse y Point-à-Pitre, en busqueda de los manglares

Desde Fort Delgrès, fuimos a Basse-Terre, la capital administrativa del Departamento de Guadalupe y comimos a las afueras, junto al mar, en un colorido restaurante antillano. El local estaba regentado por un padre y su hija y comimos muy bien. Yo alcancé la gloria con un suave fricassee de poulet (estofado de pollo) con piña y ñame.

Después de una placentera comida, condujimos atravesando Bailif y llegamos a la reposada Vieux Habitants, primer asentamiento colono de la isla. Los franceses se asentaron allí por primera vez en la isla en el año 1636.

De Vieux Habitants seguimos a Bouillante y nos bañamos en la plage de Malendure, una atestada playa de arena negra volcánica, que aquella tarde estaba llena de niños y familias disfrutando de aquella soleada jornada de buen tiempo.

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La playa de Malendure era lo más alejado de la típica playa paradisiaca que uno pudiese tener en su mente, abarrotada de gente, con poca arena y con embarcaciones de recreo al fondo. Apenas había un centímetro de arena donde colocar tu toalla así que nos tuvimos que acomodar junto a un destartalado chiringuito que en un lateral contaba con unos sucios y encharcados baños.

Se conoce que las inmediaciones de Malendure son un verdadero paraíso para el buceo pero nosotros aquel día no pudimos comprobarlo.

De Malendure quisimos volver al otro lado de la isla a través de la fabulosa Route de la Travesée para buscar en las inmediaciones de Point-à-Pitre,  la Mangrove, una reserva natural llena de manglares, aunque la verdad íbamos bastante justos de tiempo porque la tarde ya se nos echaba empezando a echar encima.

La Route de la Travesée, también llamada Route des Mamelles,  es la única que atraviesa de este a oeste la isla de Base-Terre por el interior. La carretera está flanqueada por un paisaje espectacular, ya que se adentra en la selva tropical del Parque Natural de la Guadalupe.

El recorrido en sí es espectacular, digno de admiración. La carretera sube y baja zigzaguea entre las montañas. La vegetación es frondosa y exuberante y los árboles reclinan sus ramas como queriendo tocar la carretera para devorarla.

El sol se oculta entre la vegetación y el día se oscurece a medida que uno va avanzando hacia  el interior del parque y se adentra en las verdadera entrañas de la selva que parece engullirse a todo el que se atreve a explorar esta parte de la isla. De repente, tuve la sensación de encontrarme muy lejos de la costa y es fácil olvidar allí que uno se encuentra en una isla, teniendo casi sensación de alta montaña.

Es algo que me ocurriría varias veces a lo largo del viaje, ya no solo en Guadalupe, sino también en Dominica y en Martinica. Son islas verdaderamente montañosas y es fácil escapar de la sensación de isla que uno tiene en primera línea de playa.

La ruta fue inaugurada en el año 1967, debido a la urgente necesidad de unir por carretera Basse-Terre la capital con el otro lado de la isla sin tener que dar la vuelta completa, un rodeo de bastantes kilómetros. Hoy en día, la route de la Traversée es prácticamente una senda panorámica y  está llena de paradas interesantes, verdaderas excusas para detenerse por el camino y disfrutar del entorno natural: el Zoo, la maison de la forêt (la casa del bosque) y la cascade aux écrevisses, muy cerquitas de la carretera.

El camino nos tomó mucho más tiempo de lo que pensábamos. Estaba empezando a atardecer cuando por fin salimos del corazón de la selva guadalupeña. Era demasiado tarde para acercarnos a la Mangrove, los bosques marítimos de los manglares, uno de los ecosistemas tropicales más ricos y característicos del Caribe (a la vez que de los más frágiles).

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Aún así, no desistimos e intentamos acercarnos aunque fuese de lejos, pero nos perdimos y acabamos atascados en una carretera alejada de la mano de dios en medio de un campo de cultivo no muy lejos de Point-à-Pitre.

Tras dar unas cuantas vueltas en círculo nos acercamos a Point-à-Pitre, ya de noche, con la intención de cenar algo o buscar algo de comida.

Point-à-Pitre es el verdadero centro económico de la isla y aunque no es la capital del Departamento, es quizás la  urbe más importante, además de contar en su cercanía con el Aeropuerto Internacional de la isla.

Así de un vistazo, Point-à-Pitre no parecía una ciudad muy atractiva. Era ya tarde y las calles aparecían desiertas y sin vida. Todo el mundo parecía estar ya refugiado en sus casas y los pocos que quedaba o estaban borrachos o parecían tener mucha prisa por volver a sus hogares.

Aparcamos el coche y dimos unas cuantas vueltas por el centro. Contaba con unos cuantos edificios coloniales en mal estado de conservación y el ambiente en la calle era un poco extraño.

Música salsa sonaba a lo lejos proveniente de algún bar no muy lejano y en los pocos locales que estaban abiertos, borrachos de aspecto desangelado eran los únicos clientes.

De uno de los locales salió una mujer entrada en carnes. Gritaba en español (y acento caribeño, probablemente dominicano) a otro hombre echándole en cara algún desaire amoroso, exponiendo en plena calle sus afrentas sentimentales. Y mientras tanto el hombre se alejaba calle arriba sin contestar ni inmutarse y sin tan siquiera  girar su cabeza.

Acabamos comprando algo de comida para llevar en un local de comida latina regentado por un hombre que también hablaba español y con unos clientes que como él, parecía provenir de alguna de las islas hispanohablantes vecinas.

Así que durante unos minutos abandonamos el francés y pudimos comunicarnos como si estuviéramos en casa en perfecto castellano.

Visto lo visto, y con la comida en la mano, no pasamos ni un minuto más en Point-à-Pitre y media hora después de haber puesto un pié en la ciudad estábamos de vuelta en el coche camino de nuestra pequeña casita en la próxima localidad de Petite-Bourge. De todas formas había sido un día intenso y estábamos agotados.

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