Montreal: ¿Parlez-vous English?

Montreal, Montreal fue la primera parada en nuestro periplo por tierras canadienses, un enorme país por el que nos perderíamos durante algo más de tres semanas.  Montreal, principal centro económico e industrial del Quebec, es una de las ciudades más importantes de Canadá y, lógicamente, una de sus mayores puertas de entrada desde Europa.
Montreal no puede negar su pasado francés (y tampoco lo pretende) y orgullosa de sus raíces,  exhibe y presume de francofonía desde el mismo momento en el que uno llega al aeropuerto. Pero, sin embargo,  Montreal tampoco puede ocultar que es una ciudad puramente norteamericana y en el fondo y en la forma nos enfrentamos a una ciudad esencialmente americana y con una fuerte influencia anglófona.
Digamos que los dos aspectos se combinan, o más bien compiten, (o, digamos mejor que compiten, más bien, se combinan) aquí  para convertir la ciudad en un verdadero  campo de batalla donde, recurriendo al tópico mas vomitivo, el croissant y la hamburguesa se pelean por ser los reyes del mambo. O llevándolo al terreno musical, podríamos decir que Montreal  sería un armonioso duelo entre el clásico jazz norteamericano y la seductora chanson francesa  bajo la marcada batuta del bateria de cualquier grupo de  folk-rock independiente actual tipo Arcade Fire. Casi nada.


Montreal fue fundada por los franceses allá en el año 1642, lo que convierte a la ciudad en uno de los enclaves urbanos más antiguos de Norteamérica.
Ya su nombre nos evoca y nos transporta a tierras galas: «mont-real«- «mont- royal«: traducido del francés: Monte real. Su historia siempre a caballo entre su origen y pasado francófono y la siempre presente  dominación británica le ha imprimido a la ciudad un caracter y una personalidad muy peculiares, tan palpables desde el primer momento en que uno posa un pié en sus calles.
Intrigado como estaba yo por esa naturaleza bilingüe y anfibia de Montreal, iniciamos nuestro recorrido por la ciudad en el distrito más atractivo desde el punto de vista turístico. Un solo paseo por el Viejo Montreal ya deja traslucir los origenes franceses de la ciudad y nos permite sentir el anciano corazón de piedra de Montreal que late pausadamente al ritmo de los talleres de artesanía, las tiendas de souvenirs y los cafés y restaurantes para turistas. Pasear por el Vieux Montreal es dejarse seducir por la tranquilidad de sus callejones (muy a pesar de las hordas de turistas que asolan la ciudad) y coquetear con la ciudad recorriendo su trazado rectilíneo y sencillo por el que es dificil perderse. Y es que el casco antiguo, que no es muy grande,  se recorre en una mañana. No me resultó dificil evadirme y olvidarme por unos instantes de que estaba en Norteamérica e imaginarme a mi mismo viajando por cualquier ciudad europea, aunque, cada poco, los omnipresentes
rascacielos rectos erguidos en el horinzonte rompieran la magia viniendo a recordar en todo momento que estaba al otro lado del Atlántico.

El distrito del viejo Montreal cuenta con unos cuantos edificios soberbios entre los que destacan especialmente el edificio del Ayuntamiento, el Mercado de Bon-Secours, que en su interior cuenta con bastantes tiendas de souvenirs y de ropa, pero en plan pijo y la preciosa Capilla Notre-Dame-de-Bon-Secours, la primera de toda la ciudad, erigida en agradecimiento por los marineros que se salvaron del mar (de ahi la enorme replica de barco colgada del techo).  Ya en la Place d’Armes, un poco más lejos, es donde se encuentra la Basílica de Notre-Dame de Montreal, la verdadera joya de la ciudad, un edificio magnífico y grandioso.
Es aquí en la Place d’Armes, donde más que en ningún otro sitio en toda la ciudad, se deja sentir con más fuerza ese enfrentamiento entre lo antiguo y lo nuevo que hace tan especial a Montreal y que la diferencia de muchas otras ciudades de Norteamérica. Ese contraste entre la silenciosa solemnidad de la catedral reflejada en el vidrio inerte y sin personalidad del edificio de la banca justo enfrente, hacen de la plaza un verdadero enclave fotográfico y constituye quizás una de la imagenes más iconoclastas de la ciudad en la que no nos importó para nada entretenernos un buen rato. La verdad es que no solo aquí, todo Montreal esta plagado de Iglesias, (de hecho, Montreal es famosa por ello), algunas bastante antiguas y muchas de ellas de confesión católica prueba incontestable del origen galo de la ciudad, que la diferencia notablemente, como a todo Quebec, del resto del país, de confesión protestante principalmente. La religión constituye una seña de identidad más del Quebec y se convierte en una pieza más del hecho diferencial quebequés  en el que se cimenta el sólido movimiento independentista de la región. Religión y lengua constituyen, por tanto, los  dos elementos importantes de diferenciación en los que se fundamenta el orgulloso nacionalismo quebequés.

Al sur del viejo Montreal, el antiguo puerto se ha convertido en un estiloso centro comercial, con restaurantes y cafeterías y toda la zona portuaria está, hoy por hoy, rehabilitada, destilando modernidad en cada rincón y en cada esquina, convirtiéndose en uno de esos lugares de corte «reconversión industrial-residencial-artístico» que me transportaron a otras ciudades del globo como Berlín o Nueva York. Desde ese paseo, se pueden disfrutar de unas buenas vistas de algunos de los edificios más destacados de todo el centro histórico, como los ya citados Mercado de Bon-Secours, o la capilla del mismo nombre.

Una vez fuera del casco antiguo, ya en el distrito financiero, el hechizo se rompe para siempre y la ciudad muestra su acento yankie. Rascacielos, grandes avenidas, enormes centros comerciales y tiendas abiertas en cada esquina, puestos de comida rápida, alternados, eso sí, con alguna que otra cafetería y bastantes iglesias y edificios civiles de corte más antiguo cuya pétrea presencia irrumpe en  la secuencia de rascacielos american style.

Eso sí, al modo europeo, la ciudad cuenta con una buena red de transporte público, tanto de metro como de autobuses, y cuenta con aceras en casi toda la ciudad, lo cual la hace muy cómoda para andar y desplazarse a pié.
Los barrios residenciales entorno al centro histórico, a medida que uno se va alejando, son ya bastante tranquilos. Las casas, edificadas muchas de ellas a principios del siglo pasado, son bastante peculiares y todas ellas poseen unas escaleras exteriores circulares que conectan con el piso de arriba.  Este tipo de viviendas está extendido por toda la ciudad y es muy característico de Montreal. Muchas de estas viviendas cuentan con pequeños jardines, lo que contribuye a que Montreal sea en conjunto una ciudad muy verde.
De hecho, en Montreal abundan los parques. Parques enormes, que los canadienses disfrutan, para hacer deporte (están todo el día entrenando, los canadienses son vigoréxicos), para comer al aire libre (picnics muy currados con su mantel y todo), pasear con los niños, o jugar a la petanca (de nuevo el alma francesa asoma la patita). En fin, disfrutar del aire libre en los meses de verano que es, sobre todo, cuando las temperaturas y la climatología lo permiten. El parque de Montreal es uno de los más grandes, da nombre a la ciudad y está encaramado en lo alto de una colina donde, desde arriba, uno puede disfrutar de unas magníficas vistas de toda la ciudad.
Al este del parque de Montreal se situa uno de los distritos más grandes y poblados de la ciudad, Le Plateau, que incluye los notables barrios de Mile End y McGill. Mile End es un área bien conocida desde los años 80 ya que fue el hogar de artistas, bohemios, escritores y gente del cine. Hoy en día parte de ese espíritu del laissez-faire todavía pervive en los locales, en los negocios y en la buena galería de grafitis que decoran las paredes de las casas y es una visita, yo creo, que obligatoria para quienes viajen a la ciudad.

 

En fin, si las dos corrientes, la francóna y la anglófona, se alternan y se turnan en los distintos barrios de la ciudad, una tercera realidad irrumpe con fuerza y amenaza con ganar la batalla decántando la balanza social de la ciudad hacía un bando neutral: inmigrantes llegados de todas las partes del planeta han cambiado el panorama lingüistico y cultural de Montreal convirtiéndola en una verdadera torre de babel: los barrios de  Chinatown y  Little Italy, son buena prueba de ello.
De Chinatown degustamos algunos de sus restaurantes y nos perdimos por sus mercadillos, en Little Italy, surgida a raíz de la inmigración italiana en la ciudad, pudimos disfrutar de la semana italiana de Montreal, con Laura Pausini y Eros Ramazzoti sonando a todo trapo y con exposiciones de coches italianos antiguos y comida de las distintas regiones de Italia, sin olvidar, que asistimos a un concierto para ancianos en el que una guapa cuarentona cantaba con corrección La Vie en Rose de Edith Piaf a pleno pulmón. Mas francés imposible.

Desde luego, el fenómeno de la inmigración no se reduce a chinos o italianos, de los que hay bastantes en toda la ciudad. Realmente la ciudad está repleta de personas venidas de todas las partes del globo, recibidas por el carácter históricamente acogedor e integrador del país.
Y es que hoy por hoy, la antigua Sin City (ciudad del pecado como era conocida en los años 30 por su legislación menos estricta en cuanto a la venta de alcohol) es una urbe multicultural y de vocación internacional, economicamente dinámica, con una intensa vida cultural (lo cual salta a la vista al ojear sin más la agenda cultural semanal) y bastante liberal y relajada en sus costumbres, un poco al modus vivendi europeo, sobre todo en comparación con otras ciudades del entorno. Me llamo especialmente la atención un hecho que me pareció bastante significativo y sorprendente: durante nuestro tiempo en Montreal coincidimos con la celebración del orgullo gay de la ciudad, que junto con el de Vancouver es uno de los más importantes de todo el país. Pues bien, en varias iglesias, sobre todo anglicanas, ondeaban banderas multicolor y pancartas en apoyo al colectivo homosexual, algo todavía impensable en paises como Espaňa. Un ejemplo más del carácter abierto y receptivo del país.

Aun asi, no todo es oro lo que reluce, como cualquier otro lugar del mundo Montreal tiene un lado oscuro, como muestra la enorme cantidad de indigentes que vagan por las calles de la ciudad sin mas bebiendo  cerveza y viendo a la gente pasar, convertidos en verdaderos excluidos sociales (y estos vagabundos no son necesariamente inmigrantes).  Esto es algo que observaríamos repetidamente a lo largo de nuestro viaje por todo el país, especialmente en las grandes ciudades (en Vancouver, sobre todo). Desde luego, Montreal tampoco esta libre de desigualdad y de pobreza. Canada, orgullosa de su alto estandar de vida, también es patria de ese cuarto mundo de pobreza que convive con naturalidad con el bienestar de la mayoria. La realidad de un pais o de una ciudad es siempre compleja.

DORMIR:  La verdad es que dormir en Montreal resulta bastante caro. Es díficil encontrar alojamiento asequible que se amolde a un presupuesto ajustado como el nuestro. Lo bueno es que al ser Montreal una ciudad bastante grande, la oferta hotelera es bastante grande y no es dificil encontrar donde dormir. Nosotros, como ya digo, viajabamos con un presupuesto más o menos ajustado y nos quedamos en un hostal bastante bien situado, cerca del centro de la ciudad, cerca de Saint Denis: Gîte du Plateau Mont-Real
http://www.hostelmontreal.com/
El hostal es el clásico negocio familiar y cierto es que lo tienen muy bien montado. Han reformado una típica casa de Montreal y la han adaptado a las necesidades de un hostal. Los baños son compartidos eso si y el desayuno es muy básico pero las habitaciones son limpias y la casa es muy acogedora. A la familia se le puede ver por la casa hablando su sonoro francés todo el rato y el staff, en general, es muy amable. Había una chica española en recepción (ultimamente hay españoles por todas partes) muy simpática que nos dió bastantes consejos. Ella era de Madrid y llevaba ya unos cuantos meses viviendo en Montreal.

COMER:  Comer en Montreal es fantástico. Aunque los precios no siempre son muy económicos, las raciones son abundantes y a falta de una gastronomía local muy fuerte, uno puede elegir entre los cientos de restaurantes de todos los lugares del planeta.

  • La Banquise: 994 Rue Rachel Est, Montreal. Un restaurante muy típico y recomendado en todas las guías para deleitarse con el plato estrella local, la poutine, delicatessen a la que ya le he dedicado una entrada completa y que consiste en un potente amasijo de queso, patatas fritas y salsa de carne. Aunque el plato estrella en este local es, logicamente, la poutine con sus decenas de variedades diferentes, la carta también incluye ensaladas, hamburguesas y comida un poco por el estilo. La Banquise es realmente muy popular, cuando fuimos estaba hasta la bandera y tuvimos que esperar hasta tres cuartos de hora para poder sentarnos. Sobre si la espera realmente merece la pena, todo es muy relativo…
  • Restaurant Mai Xiang Yuan: 1084 Boulevard St Laurent, Montreal. En plena Chinatown de Montreal, este pequeño restaurante sirve los mejores dumplings (empanadillas chinas rellenas de verduras o carne) que he comido en toda mi vida fuera de China. Comimos por menos de 10 euros y nos pusimos las botas. Muy recomendable aunque te tienen que gustar los dumplings, practicamente sólo sirven eso. Eso sí, los dumplings los hacen a mano allí mismo. Más home.made imposible.
  • Main Deli Steak House: 3864 Boulevard St Laurent, Montreal. Es muy famoso el local que está justo enfrente, Schwarzt y lo es por sus bocadillos de pastrami (carne roja en salmuera) , muy típico, parece ser, de la región.  Pero las colas son interminables, así que no puedo decir si realmente merece la pena ir o no porque nosotros entramos en este otro justo al lado. El Main Deli Steak House está mucho más vacio, no hay que esperar y puedo dar testimonio de que sus bocadillos de pastrami también están para chuparse los dedos.

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