Borgen, visitando a Birgitte Nyborg en Copenhague

Tengo que confesar que un momento bastante molón de nuestro viaje por Copenhague, al menos para mi amiga Cristina R y para mí, fue visitar el palacio de Christiansborg, conocido popularmente como Borgen, sede de los tres poderes del estado danés y escenario y leitmotiv de una de las mejores series de televisión que he tenido el placer de disfrutar en los últimos años: Borgen.

En ella, la bien intencionada Birgitte Nyborg (interpretada por Sidse Babett Knudsen), líder de un pequeño partido moderado de centro, alcanza de manera sorprendente la presidencia del estado danés, narrando la serie las aventuras y desventuras de Birgitte como jefa de estado, la cual debe afrontar difíciles decisiones y comprometidas situaciones familiares  derivadas de la enorme responsabilidad de su cargo.

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La serie, capítulo por capítulo, desgrana algunos de los temas de actualidad más relevantes para la sociedad danesa, (sanidad, educación, política internacional, corrupción…) a la vez que dibuja el complicado y fragmentado sistema político danés, donde se impone la política de pactos y el diálogo entre los distintas visiones de nación de cada partido (igualito que en España, vamos), todo ello sin dejar de lado el juego sucio y las tenebrosas intrigas y conspiraciones palaciegas.

El palacio de Christiansborg, principal escenario de acción de la trama,  es en realidad un imponente y sobrio conjunto monumental conformado por varios edificios, el primero de los cuales antecede al siglo XII. Christiansborg ha sido desde entonces  testigos de varias guerras, demoliciones e incendios que lo han moldeado y  han dado como resultado el aspecto que tiene actualmente.

Hoy en día, además de ser la sede del Parlamento danés, del Tribunal Supremo y oficina del Gobierno, es también de uso y disfrute de la Familia Real Danesa y su presencia en pleno centro de la ciudad es un buen testimonio del buen estado de salud de la democracia danesa.

Christiansborg está abierto a turistas y visitantes  y las vistas desde lo alto de la torre son impagables. Se puede admirar una formidable panorámica de toda la ciudad de Copenhague que se rinde a los pies del palacio.

Dinamarca es una monarquía constitucional y brinda a sus ciudadanos un sistema parlamentario con dos partidos fuertes y cinco o seis partidos más pequeños de tal forma que ni un solo  partido ha gozado de una mayoría absoluta desde los comienzos del siglo XX por lo que hay una larga tradición de pactos y cooperación entre los distintos partidos que escenifican el panorama político danés.

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La verdad es que los daneses tienen motivos para estar orgullosos de su sistema organizativo, administrativo y social que les ha llevado a poseer un envidiable estado de bienestar y a ocupar el puesto número 1 mundial el año 2015 en el listado de transparencia internacional (índice de percepción de la corrupción), el número 7 en el año 2016  de índice de libertad de prensa,  y el número 4 en el año 2015 de índice de desarrollo humano.

Dinamarca es además uno de los países del planeta con mayor nivel de conciencia y planificación medioambiental siendo un ejemplo a seguir para los países de su entorno, siendo además también un modelo en temas de igualdad de género y conciliación familiar y laboral.

En fin, con los números en la mano, bien parece que Copenhague pudiera ser la capital del paraíso. Pero no todo es color de rosa en las gélidas tierras de Jutlandia. No hay que olvidar el imparable ascenso de la ultraderecha en el país y las recientes y polémicas medidas del Gobierno danés contra los refugiados sirios que permiten al Estado apropiarse de todos los bienes de quienes entren en Dinamarca solicitando asilo político.

No sé que opináis vosotros pero a mí todo esto me recuerda tenebrosamente a la Alemania nazi de entreguerras.

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En las últimas elecciones, el Partido Popular Danés (PPD), de extrema derecha, fue el segundo más votado con un 21,1% de los votos, y como consecuencia, es precisamente el PPD el que apoya el actual gobierno liberal de Lars Lokke Rasmussen.

Se me ocurre que el miedo de un pequeño país como Dinamarca de quedar engullido por la imparable corriente globalizadora, el nacionalismo mal entendido y una creciente inmigración, gran parte de la misma de origen islámico,  pueden estar detrás de las causas de este fenómeno.

No estaría de más que Birgitte Nyborg saltara de la pequeña pantalla a la realidad, tomara las riendas del asunto y fuera quien llevara la batuta del estado danés durante unos cuantos años. y convenciera a los daneses de ser un poquito más generosos con aquellos que no tienen tanta suerte como ellos.

Pero bueno, en política al final, hay tantas opiniones casi como personas.

Personalmente yo creo que es una pena que a veces la ficción supere a la realidad.

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