Llegamos a Fahtehpur Sikri bastante tarde, ya a última hora del día. No habíamos salido demasiado temprano de Pushkar y, al final, los 400 kilometros que no parecían tanta distancia en un principio, resultaron bastante largos. En la India, las carreteras no son buenas en general y hay mucho tráfico y cada kilometro se traduce en el doble o en el triple de tiempo que en España.
Cuando entramos en Fahtehpur Sikri estaba atardeciendo. Ya no había demasiada gente recorriendo el recinto y he de confesar que a primer golpe de vista, me sentí impresionado por la majestuosidad del conjunto, por el juego de luces y sombras del ocaso y por el ambiente religioso de los fieles que acudían a la mezquita Jama Masjid situada en el interior.
Fahtehpur Sikri es una antigua ciudad amurallada fundada en el año 1569 por el emperador mogol Akbar que decidió trasladar su capital desde Agra a este emplazamiento y ordenó construir también una enorme mezquita en honor al santo sufí Salim Chishti, la antes mencionada Jama Masjid.
Con los años, Fahtehpur Sikri fue perdiendo espledor, y el complejo amurallado fue abandonado, trasladándose la población a vivir a los alrededores.
Hoy en día, Fahtehpur Sikri tiene el aspecto de una ciudad fantasma, con sus impresionantes torreones vacios y sus calles desiertas. A mi me pareció un lugar mágico, casi de ensueño de esos que te encuentras en la India perdidos en la nada, como evocadores espejismos de gloria de tiempos pasados. Con ésto, es una pena que quizás Fahtehpur Sikri quede un poco eclipsado por el deslumbrando fulgor del proximo palacio de Taj Mahal y que haya mucha gente que cuando visita Agra pase de largo de aquí.
En la actualidad, Fahtehpur Sikri sigue reteniendo gran parte de la importancia religiosa de antaño y la mezquita de Jama Masjid sigue siendo un destacado lugar de culto para los musulmanes.
Y es que el recinto se divide en dos partes, una secular y otra religiosa, la primera convertida casi en una ciudad-museo por la que perderse y la otra, entorno a la mezquita, que palpita al son de las oraciones de los fervientes fieles que la visitan.
Durante un buen rato, nos perdimos recorriendo la parte llamemosla secular. Era tan tarde que apenas había turistas y los guías que quedaban nos acosaron ofreciendonos sus servicios. Lo que si remoloneaba por ahí todavía era una excursión escolar y los gritos y las risas de los niños se dejaban oir retumbando por los pasillos y por los patios. Al final, un grupo de ellos se acercaron, se hicieron unas fotos con nosotrosy estuvimos hablando con ellos un ratito. A los indios, en general, les encantan las cámaras de fotos y hablar con los extranjeros. Y si son niños, más todavía.
La parte religiosa de la ciudad es todavía más impresionante si cabe que la parte secular. Desde el enorme pórtico de mármol por el que podría pasar un auténtico gigante (la puerta Buland Darwaza) hasta el enorme patio interior rectangular, también de mármol, limpio y brillante.
A un lado del patio se encuentra la mezquita en sí, elegante, impresionante y casi fabulosa y en el centro del patio, la tumba del santo sufí, en mármol blanco.
Era tarde y aún así, los alrededores de la mezquita estaban muy transitados. Pobres y méndigos pidiendo limosna en las esquinas, niños yendo y viniendo, y señores en sus chilabas blancas preparándose para la oración. La religiosidad de la India de nuevo se exhibia ante nosotros y se mostraba una vez más con naturalidad y sin artificios. Se podía casi hasta respirar la religión en aquel ambiente cargado de historia y arte.
Había caido ya la noche y eramos ya prácticamente los únicos turistas. La luna brillaba con fuerza, era una noche clara y la visibilidad era buena pero a pesar del amparo de la luna, nos sentíamos algo observados y empezamos a ponernos algo nerviosos y decidimos volver al coche y reemprender el camino a Agra cuanto antes.
Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que nos faltaba una unidad. Marta no estaba. Había desaparecido. Los tres vagamos por aquel suelo de mármol buscando a nuestra amiga, tranquilos pero inquietos. Los niños nos pedía bolígrafos y nos decían que nuestra amiga se había ido con unos hombres.
«Grrrr, Marta, la próxima vez que te vayas sóla a algun sitio, avisa»
Pero Marta seguía sin aparecer. Y nosotros cada vez estabamos más nerviosos. Y cada vez más niños aparecían pidiendonos limosna.
Y cada vez estaba más oscuro. Y Marta no regresaba…
Pasaron bastantes minutos (casi media hora) hasta que del fondo, de entre unas columnas, tras la tumba del santo sufí, surgió Marta andando tranquilamente.
A veces en la India me he llegado a sentir un poco paraoico y exagerado. ¿será el miedo a lo diferente?
Ya más tranquilos, volvimos al coche donde Viru nos esperaba para llevarnos a Agra. Al día siguiente nos encontraríamos cara a cara con el Taj Mahal… Auténtico momento cumbre del viaje.