Ciudad de Quebec: América a la francesa

Si hay una ciudad en Canadá que se ha convertido en bandera estandarte de la población francófona y del nacionalismo quebequés esa es la ciudad de Quebec, capital de la provincia del mismo nombre.
Con un 96% de la población cuya lengua materna es el francés, Quebec se esfuerza en diferenciarse del resto del país y se afana por parecer europea. Y en parte lo consigue. Con sus calles adoquinadas y sus cafés, su hiperactivo ambiente cultural, sus iglesias católicas, sus boulangeries y sus casas de piedra, Quebec nos transporta a otro continente y nos hace olvidar por momentos que estamos en Norteamerica (hasta hay alguna tienda de productos navideños que me recordaron muchisimo a los mercadillos de Navidad de cualquier ciudad de Francia, tipo Estrasburgo).
Pero no hay que dejarse llevar por la magia del casco antiguo, Quebec ciudad sigue siendo Norteamerica. Nada más alejarse del centro histórico Quebec muestra su otra naturaleza y el hechizo se rompe en parte: amplias avenidas  rodeadas por construcciones y viviendas al más clasico american way , Starbucks y cadenas de comida rápida por todas partes, todo ello coronado por enormes carreteras de circunvalación.

Aún así, los hechos están ahí. Quebec se distingue y destaca diferencialmente de la mayor parte de ciudades estadounidenses o canadienses. Fue fundada por los franceses allá en el año 1608, lo cual convierte a la ciudad en una de las más antiguas de Norteamerica. Su casco histórico está perfectamente conservado y con sus casas de colores, sus calles empedradas y sus parques, los callejones y esquinas del Vieux Quebec son una auténtica postal.  El viejo Quebec está amurallado (al más puro estilo francés) y, como curiosidad, mi guía Lonely Planet dice que es la única ciudad amurallada en toda Norteamérica al norte de México. Toma ya.
Quebec, a pesar de ser la capital administrativa de la provincia, es bastante menos importante que Montreal en terminos económicos, comerciales y de población. Quebec no es demasiado grande, «sólo» 500000 habitantes pueblan esta histórica metropoli.
Estará menos poblada pero desde luego Quebec es grande en términos turísticos. Hiperfotografiada y masificada, Quebec es una auténtico imán turístico. El ajetreado casco histórico, le Vieux Quebec, se concentra dentro del entorno amurallado que reposa orgulloso sobre las riberas del rio San Lorenzo.
El casco histórico se divide en dos partes, la ciudad baja y la ciudad alta, ambas conectadas por varios callejones y centenares de escalones. (Recorrer el caso histórico es una buena prueba para los talones).

En el punto más alto de la ciudad, en el Cap Diamant, se encuentra la Ciudadela, la antigua fortaleza militar de la ciudad, construida con fines defensivos y con unas vistas increibles de los alrededores.
Desde abajo, en cambio,  desde el puerto en las riberas del río, distanciándose unos metros del casco histórico uno puede contemplar en la distancia el perfil imponente de la ciudad sobre el que destaca sobre todo el que dicen que es el hotel más retratado del mundo, el desproporcionado Château Frontenac.
Enfrente del Château Frontenac y a orillas del río se encuentra la Terrase Dufferin, un bonito paseo donde, con unas fabulosas vistas de la ciudad al fondo como marco incomparable, se pueden comprar cuadros a los pintores callejeros por allí apostados o se puede bailar al son de la música de algún acordeón recordándonos una vez más el regusto francés de la ciudad.

Aunque Quebec es muy bonito, casi un auténtico caramelo para la vista, tengo que reconocer que a mi, me decepcionó un poquito. Y eso que viajabamos a la ciudad con las expectativas muy altas (quizás precisamente por eso me defraudo un poco).
Para mi Quebec es una urbe infestada de turistas, con un impresionante casco histórico (que a mi no me sorprendió demasiado, quizás viniendo de Europa ya  esté acostumbrado a encontrarme con cascos históricos bien conservados) convertido casi en una especie de centro comercial gigante, lleno de tiendas, galerías de arte para turistas y restaurantes bastante caros.
A Quebec quizás le falte alma, o quizás el turismo haya devorado esa esencia, espantándola y alejándola del núcleo amurallado definitivamente. El turismo a veces tiene un gran poder destructivo.
Aún así Quebec merece una visita, es una parada imprescindible para quienes visiten la provincia y reconozco que como ciudad-museo no decepcionará a muchos, pero quizás desde mi punto de vista es una pena que Quebec se haya dejado la autenticidad por el camino al haberla sacrificado en el altar del comercio salvaje y el turismo de masas. La invasión llega hasta el punto de que a veces da incluso la sensación de que el casco histórico es de cartón-piedra. Una especie de Disneylandia París en Norteamerica pero sin Mickey Mouse repartiendo globos.

Nos alojamos en un hostal en el casco histórico pero en la parte baja. La ciudad es tan cara (si ya de por sí Canadá es cara, Quebec lo es más todavía) que tuvimos que compartir habitación y baño y aún así pagamos bastante pasta.
El hostal estaba considerablemente sucio y desde luego la relación calidad/precio no fue la mejor que me he podido encontrar en mi vida.
Aún así, al hostal algo le tenemos que agradecer ya que fue precisamente allí donde vimos un cartel anunciando que el Circo del Sol actuaba gratis en Quebec esos mismos días.
Quebec bullía de una actividad cultural frenética esas semanas, fruto del verano, aprovechando el buen tiempo y los largos días  estivales, y aunque el Circo del Sol tiene su base operacional en la ciudad de Quebec, la verdad es que nos costó bastante creer que pudiesen actuar gratis.
Pues bien, a pesar de nuestro escepticismo, aquella misma noche nos acercamos y pudimos comprobar que lo que se anunciaba era totalmente cierto. La compañía, que como ya digo es originaria de Quebec, actua gratis por la noche durante los meses de verano con la intención de promocionar turisticamente su ciudad natal (si es que realmente a Quebec le hace falta) a la vez que prueba nuevos espectaculos y experimenta la reacción del  público ante los distintos números acrobáticos y ver si tienen éxito o no.
Tengo que decir que el espectaculo fue sensacional e impresionante. Pudimos ver el Circo de Sol, gratis, en primera línea, tan cerca del escenario que casi podiamos sentir a los artistas respirar y escudriñar las venas marcadas del esfuerzo en sus brazos y en su piernas. Fue un lujazo y el perfecto broche de oro para unos días en Quebec. Al final de todo, no me puedo quejar. Quebec no nos trató mal en absoluto. Aún así, algo hastiado ya de la ciudad, empezamos a prepararnos  para abordar la ciudad de Vancouver en la otra costa del pais.

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