Pretoria: el poder ejecutivo

Pretoria y Johannesburgo están bastante cerca. Sólamente 60 kms separan la megaurbe Joburg de Pretoria, la sede del poder ejecutivo del país. Bien comunicadas por una potente autopista de peaje de cuatro carriles por sentido, Rh, que conducía aquel día, nos comentaba que el trayecto debería de durar poco más de media hora. Pero aquel día por la mañana el intenso tráfico, el habitual de cualquier hora punta en cualquier gran ciudad del mundo, hizo que tardáramos en llegar a Pretoria una hora y pico. Durante todo el trayecto, Rh. no paró de quejarse y maldecir sobre el infernal tráfico de salida de Johannesburgo.

Lo cierto es que el crecimiento de las dos ciudades, especialmente el de Johannesburgo, ha sido tal que prácticamente ambas conforman ya un conglomerado urbano, siendo el paisaje desde la ventanilla un desfile incesante de edificios, casas, polígonos industriales y algún que otro centro comercial, dando la sensación ya de que las dos ciudades son solo una.

Pretoria es una de las tres capitales del país junto con Ciudad del Cabo y Bloemfontein y a pesar de sus tres millones de habitantes, es bastante más tranquila y de apariencia más reposada y calmada que su agitada vecina Johannesburgo.

 

Antigua sede del poder blanco, Pretoria es bastante más apreciada que Johannesburgo por la población blanca que la recuerdan siempre con cierta nostalgia y en la que se sienten bastante más seguros y cómodos debido a sus menores índices de delincuencia.

Ya el propio nombre de Pretoria evoca a uno de los grandes héroes de la historia afrikaner del país, Pretorius, líder y general destacado en la Gran Migración de la población afrikaner al interior del país huyendo del dominio político y militar inglés. Pretorius luchó en las sangrientas batallas con los zulúes y posteriormente se convirtió en un poderoso e influyente político. Por todo esto, es considerado por la población blanca afrikaner como uno de los verdaderos fundadores de la patria boer.

La población negra, obviamente, hace una lectura completamente distinta de la historia y Pretorius es considerado casi un genocida que amasacró sin piedad en el campo de batalla a miles de zulúes. No en vano, bajo el gobierno del actual ANC, ha habido varios planes para africanizar el nombre de la ciudad, intentando rebautizar a Pretoria en más de una ocasión, como se ha hecho con muchas otra localidades, pero dichos planes, en el caso de Pretoria, no han tenido éxito hasta ahora.

Nuestro amigo St. había vivido en Pretoria durante muchos años y para él era un reencuentro casi con el que había sido su hogar, su casa. Se le veía muy emocionado. A él no parecía importarle demasiado el intenso y denso tráfico de camino y estaba de muy buen humor aquel día.

Una vez en Pretoria, y tras un copioso desayuno en un moderno centro comercial, nos dimos una vuelta por el antiguo barrio de St. Un acomodado vecindario emplazado en la falda de una colina en las afueras de la ciudad. Igual que ocurre con las áreas más ricas de Johannesburgo, el barrio era una sucesión de chalets y edificios de no más de tres plantas, rodeados de inmensos y cuidados jardines, con nombres pretenciosos y barrocos como Centurion, Crescendo o Montpellier, protegidos todos ellos tras enormes muros dotados de unas medidas de seguridad excepcionales. Las calles aparecían completamente desiertas, sólamente transitadas por algún que otro jardinero negro y coches, que como el nuestro, se desplazaban del interior de alguna fortaleza al interior de otra fortaleza.

Tras un paseo con el coche, visitamos a una antigua amiga de la madre de St. que trabajaba en una ferreteria en un pequeño centro comercial y tras un café y un emotivo encuentro entre St. y aquella buena señora, (que le dedicó unas bonitas palabras a la difunta madre de St. y que nos aprovisionó pero bien de dulces típicos boer) dirigimos nuestros pasos finalmente hacia el monumento Vortrekker, un homenaje para todos aquellos colonos holandeses, que migraron desde Ciudad del Cabo hasta el interior del país allá en el año 1835, y que Biblia en mano, dispuestos a conquistar una tierra que por derecho divino creían que era suya, sentaron las bases de la nación boer , algo que no les salió gratis en absoluto, todo hay que decirlo, ya que para ello sufrieron de lo suyo y contaron con más de una baja.

El monumento está situado en lo alto de una colina, alejada de la ciudad de Pretoria, y fue inaugurado el año 1949, poco después del final de la segunda guerra mundial, pero su construcción había llevado bastante años (había comenzado durante la década anterior, en los años treinta, muy a pesar de que la obra había sido inicialmente planificada en el año 1888, casi cuarenta años antes).

El monumento en sí es un enorme y hortera mamotreto de hormigón de 40 metros de alto sobre una base cuadrada de otros tantos 40 metros, una auténtica oda al nacionalismo exhaltado y al patriotismo mal entendido. Al monumento en sí se accede a través de un parque y unas enormes escalinatas, estando rodeado todo el conjunto por unos muros decorados con imágenes de las típicas carretas con las que los afrikaner se internaron al corazón del continente y dispuestos los muros de forma circular simulan así la formación defensiva de los afrikaner durante sus batallas contra los zulúes y que les permitió vencer más de una batalla a pesar de su inferioridad numérica (los laager, fortificaciones circulares hechas con las carretas).

El interior es todavía más grotesco con unos enormes frisos representando escenas de batallas dantescas donde unos inmensos negros vestidos con atuendos tribales amasacraban a indefensas mujeres y sus hijos ante la impotencia heroica de sus maridos y padres, que acababan triunfando finalmente a pesar de la crueldad de los «salvajes»

Se puede llegar a lo alto de la torre, subiendo unas enormes escaleras también de hormigón, y desde arriba, se pueden contemplar, eso sí, unas buenas vistas del skyline de Pretoria en la distancia. Y quizás sea eso lo que más merece la pena de toda la visita.

Algo desfasado ya, lo cierto es que aquel día el monumento Vortrekker apenas tenía visitantes. Hoy en día con su estética casi nazi alemana y con todas las implicaciones políticas e ideológicas que posee al estar vinculada su construcción al denostado regimen del apartheid, el monumento Vortrekker es una suerte de Valle de los Caidos a la sudafricana. Bajo el gobierno actual del ANC puedo entender que el Vortrekker se haya quedado ideológicamente casi huérfano, por todo lo que representa en el presente y ha representado en el pasado.

A pesar de todo, a St. y Rh. no parecía importarles demasiado y estaban bastante orgullosos de su monumento. Les parecía hasta bonito, incomprensiblemente. Para ellos, el Voortrekk momument es parte de su historia y, en el fondo, de ellos mismos, de su identidad, de su pasado y su cultura y, obviamente y no les importó en absoluto pagar los 55 Rand de la entrada. Yo, no demasiado seducido por el lugar, no podía parar de preguntarme que es lo que pensarían los jardineros, los guardianes y los chicos de la taquilla, todos negros, que se veían destinados a trabajar día a día en el cuidado de aquel monumento (con toda su significación) observando como sus compatriotas blancos lo visitaban y se enorgullecían de él, añorando éstos quizás tiempo pasados en los que la comunidad negra se veía privada de una serie de derechos fundamentales en manos de una casta blanca colmada de privilegios.

¿ odiarían aquellos trabajadores el Vortrekker por todo lo que significa? ¿Lo despreciarían? ¿O lo mirarían simplemente con indiferencia tomándolo sólo como una molesta cicatriz del pasado? ¿O lo verían directamente como lo que también es, un trabajo, una fuente de ingresos?

Después de un par de horas dando vueltas y tomando algunas fotos (MDL participaba en un concurso de fotografías de yoga y aquella no era más que otra parada en nuestro tour fotográfico que no consistía en otra cosa que fotografiarla a ella practicando distintas posturas de yoga en lugares bizarros), Rh. y St. nos llevaron al Parlament Union, la verdadera sede del poder ejecutivo en Sudáfrica.

El Parlament Union, de un estilo indudablemente británico, es un edificio imponente y simétrico, sobrio y elegante y en cierto sentido, hermoso. Está situado en lo alto de una columna y rodeado de un enorme parque desde el que se puede divisar toda la ciudad. Es una lástima pero al interior del edificio no se podía acceder aquel día y nos tuvimos que conformar con observarlo desde afuera y dar una vuelta por los alrededores.

Justo en el parque, frente a los edificios del parlamento, se yergue una enorme estatua de Nelson Mandela, de 9 metros de alto, muy sonriente él con los brazos abiertos, como dispuesto a acoger en su seno a todo aquel que pasee por el parque, en un gesto de conciliación absolutamente paternal.

El parque estaba plagado de niños. Parecía ser día de excursiones escolares. Todos los niños eran negros y todos ellos iban enfundados, muy obedientes, en sus uniformes. La mayoría no debía de tener ni 10 años y todos hacían cola en fila india, esperando su turno para hacerse una foto bajo las alas protectoras del idolatrado Madiba.

Uno por uno fueron pasando y cuando ya hubieron acabado, todos ellos junto con sus profesores (debían de ser cerca de 70 niños) entonaron una canción oda a Nelson Mandela, repitiendo dulcemente, Mandela como estribillo. “Mandelaaaa, mandelaaaaa” cantaban todos al unisono, al principio tímidamente pero cobrando fuerza con cada minuto. Fue un momento muy tierno y MLD, auténtica fan del mito Madiba, les grabó un video. Saltaba a la vista que Mandela, el gran adalid de la reconciliación nacional, sigue siendo un auténtico líder, a pesar de su muerte, y es un ejemplo a seguir para las nuevas generaciones, que tendrán la responsabilidad de hacer avanzar al país en la buena senda de la convivencia y el progreso.

St. y Rh. menos entusiasmados con las nuevas generaciones y con el futuro del país, al que veían bastante negro, enseguida nos empezaron a meter prisa anunciándonos ya el momento de regresar a casa.

Antes de volver a Joburg, Rh. quiso enseñarnos el que era el barrio donde él se había criado con su familia, SunnyHill. Hoy, SunnyHill era el hogar de cientos de familias de clase media negra que vivían en modestas urbanizaciones de cuatro o cinco plantas. Según nos dijeron, el lugar se había transformado por completo. «El SunnyHill donde me crié ya no existe, antes era un buen sitio para vivir«-dijo Rh. con cierta nostalgia. «Ahora es un lugar peligroso, ningún blanco podría vivir aquí. Sólo hay negros«. «Este país es un desastre«.

La verdad es que había niños en los parques, mujeres volviendo de la compra e incluso algún que otro blanco saliendo de algún portal (bueno, sólo vimos uno, las cosas como son). No daba la imagen de un lugar especialmente peligroso pero puedo entender la sensación de Rh sobre la no pertenencia ya a aquel lugar.

Pero había siempre algo en el derrotismo de Rh, en su cinismo hacia la población negra que me irritaba continuamente y con el que me resultaba muy dificil brindar. Yo le conteste que a mí SunnyHill no me parecía tan malo, que había estado en lugares peores que aquel.

Claramente, había equivocado mis palabras. Rh. concluyó la conversación diciendo un escueto y tenso: «Me alegro por tí«. Y el coche dió un giro y salimos definitivamente de Sunnyhill.

Puedo entender el desarraigo de la comunidad blanca en Sudáfrica, esa sensación de no pertenencia a ningún lugar, ese sentimiento casi de apátrida, totalmente ajenos a su propia nación. Y quizás por eso, para ellos, monumentos como el Voortrekker sean tan importantes. Es un recuerdo de gloria de tiempos pasados en los que ellos lideraban una tierra que ya no es suya.

Para ellos, la Sudáfrica de la reconciliación daba la sensación de estar todavía llena de agujeros y de dobleces de culpa, resignación y frustración.

Pero a pesar de mi empatía y mi comprensión hacia ellos en ese sentido, a medida que pasaba el tiempo yo sentía que la distancia ideológica con respecto a Rh y St cada vez era más insalvable.

Supongo que para mí como extranjero es muy fácil opinar y juzgar. Y al hacerlo muchas veces, me sentía como un hipócrita.

Cambiamos de tema, intentando bucear en mares menos procelosos y algo menos comprometidos y ya de mejor humor, entre risas y bromas, reemprendimos el viaje de vuelta a Johannesburgo.

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