Uno de los lugares más fotografiados del ya de por sí bastante retratado parque nacional de Banff es el lago Louise y sus alrededores, una verdadera y auténtica postal del fabuloso esplendor de la imponente naturaleza canadiense. Una especie de Taj Mahal a la canadiense.
El lago Louise, como he dicho anteriormente, está situado en pleno parque nacional de Banff y se encuentra fácilmente accesible en coche desde la interminable carretera transcanadiense que pasa por allí a muy poquitos kilómetros de distancia.
El lago toma su nombre de la duquesa de Argyll, la princesa Luisa del Reino Unido, que fue la sexta de los nueve hijos de la Reina Victoria, la que fue ésta última longeva reina durante décadas del Reino Unido, emperatriz de la India, y como no, también, reina del Canadá.
La princesa Luisa ha tenido el honor no solo de ponerle nombre al famoso lago Louise, sino que también bautizó la ciudad de Regina (de Reina) y al propio estado de Alberta (donde se encuentra el lago) me imagino que en recuerdo a su padre, el Príncipe Alberto.
Lo cierto es que la duquesa no fue tonta y no pudo elegir un lugar más hermoso para homenajearse a sí misma y bautizar con su propio nombre. Aunque el lago Louise no es especialmente grande, unos 0.8 kilómetros cuadrados, se encuentra flanqueado por unas escarpadas montañas que se elevan orgullosas en los laterales del lago, reflejándose en sus aguas, de un color azul grisáceo casi esmeralda, poseyendo el conjunto una belleza tan perfecta que resulta irreal, casi de ensueño, apabullante por momentos.
Por si fuera poco, para añadir más armonía al conjunto, al fondo del lago, se encuentra un enorme glaciar, el Victoria (en realidad son dos glaciares Victoria) que alimentan con sus hielos el lago que se drena, a su vez, a través del Louise Creek, por el Bow River. Las vistas del glacial desde el lago son impactantes.
Hasta tal punto es famosa la belleza del lugar, que Thomas Wilson, trabajador de la compañía de ferrocarriles del Pacífico y el primer hombre blanco que tuvo la suerte de llegar al lago Louise (allá por el año 1882), quedó cautivado por la belleza del lugar y exclamó maravillado mientras se fumaba un cigarrillo: “Con Dios como juez, en todas mis exploraciones nunca he visto un paisaje como éste”.
Justo enfrente del glaciar, en el otro extremo del lago, la mano del hombre se hace notar y se yergue el Castillo de Fairmont, un lujoso hotel construido a principios del siglo XX, por la compañía canadiense de ferrocarriles del Pacífico. Hoy en día, la construcción de un hotel de estas características en un lugar protegido como éste estaría sujeta a una fuerte polémica y debate, pero lo cierto es que aunque rompe el conjunto paisajístico del entorno, el edificio es muy elegante y tiene un considerable valor histórico y arquitectónico.
Desde el principio, fue concebido como una especie de resort para explotar la singular belleza del lago y así continua siéndolo hoy en día, convertido actualmente en una famosa estación de ski durante los meses de invierno.
Desde los años 30, el hotel y el lago han sido escenario de numerosos rodajes de películas y famosas estrellas de renombre se han alojado en sus habitaciones: desde Alfred Hitchcock hasta Marilyn Monroe, pasando por Christopher Reeve o John Barrymore.
Precisamente, como si fuera el guión de una película de Hollywood, durante la década de los cuarenta, además, el hotel y sus alrededores, en plena segunda guerra mundial, clausurados por la falta de suministro de gas y electricidad, fueron el escenario en el que se llevó a cabo la investigación de cierta arma secreta, bastante extraña, consistente en plataformas de hielo flotante para transportar equipos, parte de un elaborado y extravagante plan para una invasión aliada a través del Norte de Europa (El llamado proyecto Habbakuk). El plan fue descartado por Churchill a favor de formas más rápidas de acabar con la guerra y el proyecto Habbakuk fue abandonado cayendo en el olvido.
Hoy por hoy, dejando la historia a un lado, los alrededores del hotel son un buen punto de partida para explorar el entorno, ya sea a pié o en canoa.
Numerosas rutas de hiking y trekking parten del lago Louise hacía el interior de las montañas, que permiten acercarse un poco al glaciar y enfrentarse cara a cara con el gigante de hielo.
Nosotros no perdimos la ocasión. La ruta no es muy complicada, es sencillita incluso para unos paquetes como nosotros y se puede hacer perfectamente andando. Las vistas del lago desde arriba quitan el hipo y el glaciar, en la intimidad que permite la cercanía y la proximidad de las montañas, transmite una fuerza y una energía muy difíciles de olvidar.
Sea como fuere, si pasas por allí, el lago Louise es un imprescindible. Su fama está más que justificada.