Situada en pleno centro de la elegante ciudad de Copenhague, la capital de uno de los países con mayor nivel de vida de todo el planeta, se encuentran 34 hectáreas de “experimento social” o llamémosle “anomalía urbana” en forma del barrio parcialmente autogobernado de Christiania, que se hace llamar así misma Ciudad Libre, siendo me imagino todo lo libre que se puede llegar a ser en este mundo en el que vivimos.
El origen e historia de Christiania está llena de episodios épicos y de momentos históricos como si fuesen los hechos heroicos de una verdadera nación-estado.
Fue en 1971, en plena época del hipismo, cuando unas antiguas y abandonas instalaciones militares fueron ocupadas por unos padres con el fin de convertir el lugar en un parque para que sus niños jugaran. El debate social que esto generó llevó a que posteriormente el movimiento hippie local compuesto por un heterogéneo grupo de librepensadores, bohemios y veganos ocuparan el espacio y se instalaran allí definitivamente, fundándose propiamente la Ciudad Libre de Christiania.
Los primeros años, durante los primeros años 70, el movimiento fue tornando un cariz político y a pesar de varios intentos de desalojos por parte de la policía y de tira y afloja con el ayuntamiento y el gobierno local, los habitantes de Christiania accedieron a pagar por el agua y electricidad que consumían y lograron la aceptación política por ser considerados “experimento social”.
Pero esto no fue el fin de las aventuras y desventuras de Christiania. Las amenazas de desalojo del terrero continuaron durante los años siguientes y la presencia de este clave fue cuestionada y negociada a merced de los vaivenes de la alternancia policía en el gobierno de Dinamarca.
Y a pesar de todo y de tenerlo todo en contra, el proyecto Christiania continuó creciendo y ganando en población, construcciones y, sobre todo, reconocimiento social, no exento nunca de grandes polémicas: la vida comunal, las asambleas de gobierno, la producción literaria y cultural florecieron a la sombra del tráfico de drogas que atraía a Christiania a yonkis y traficantes como miel a las moscas, lo cual no hizo sino aumentar la oposición de ciertos sectores de la sociedad danesa a la existencia de esta especie de ciudad autogobernada.
Fue en 1989, tras varias negociaciones y compromisos adquiridos, que se aprobó en el Parlamento danés una ley para la legalización y normalización de la ciudad de Christiania que buscaba una base normativa para asentar un plan de estructuración de la ciudad.
Y fue precisamente en como acordar ese plan donde surgieron más problemas, problemas que no cesaron y continuaron presentes hasta hace bien poco, con manifestaciones, amenazas de desalojos, intervenciones policiales, redadas y periodos de relativa tranquilidad, pero permaneciendo Christiania siempre como un elemento contestatario dentro de la sociedad danesa, exigiendo una nueva regulación política en materia de drogas e intentando ofrecer una visión de la sociedad y el mundo alternativa a la más oficialista planteada por las instituciones.
Hoy en día, habitan en Christiania cerca de 800 personas, muchas de ellas jóvenes y familias con niños, junto con algunos supervivientes de las primeras protestas de principios de los 70 y que han permanecido impertérritos en Christiania durante sus ya 40 años de historia.
Hacía donde va Christiania en esta Europa de crisis, no sólo política y económica, sino casi también moral y de ideales, me imagino que es algo muy presente en la mente de los habitantes de la Christiania del siglo XXI.
Mientras grandes constructoras y multinacionales ponen sus ojos en el goloso terreno que ocupa, la compra-venta libre de marihuana sigue siendo evidente, algo palpable desde el primer momento en que uno pone un pié en sus calles.
Pusher street, en pleno corazón del barrio, es el mercado de marihuana más grande del mundo y la droga no es sólo la principal fuente de ingresos de Christiania sino que supone también un auténtico problema ya que atrae a numerosos grupos violentos que son motivo de preocupación para muchos habitantes de Christiania, muchos de ellos tranquilos pacifistas, artistas que aprovechan este espacio de relativa libertad para crear y desarrollar su arte o simplemente soñadores que creen que un mundo distinto es simplemente posible.
Muchos habitantes de Christiania defienden que una legalización de la marihuana mejoraría mucho las condiciones del barrio y de la ciudad y obligaría a los camellos a pagar impuestos, engrosando así las arcas del estado, redundando además en un menor índice de criminalidad asociado a un negocio que florece en la clandestinidad.
De cualquier modo, gracias a la droga, o a pesar de ella, Christiania es hoy en día el segundo lugar más visitado de todo el país (tras el parque Tivolí) y atrae a numerosos turistas durante todo el año, con lo que la amenaza de quedar el proyecto devorado por el capitalismo y el sistema que tanto critica es también una posibilidad más que presente, convirtiéndose así Christiania en una marca comercial, en una mera caricatura de lo que aquel lugar pretendió ser en los años 70, transformando su espíritu en un verdadero objeto de consumo.
Un enorme letrero que rezaba “Esta usted saliendo de la UE” nos recibió a nuestra entrada aquella nevada tarde de febrero. Toda una declaración de intenciones.
Las calles de Christiania, sin asfaltar, aparecían completamente cubiertas de nieve, y numerosos turistas rompían la tranquilidad de aquella tarde en Christiania dejando sus huellas en la nieve y machacando la nieve hasta convertirla en una masa negruzca y marrón.
Numerosos carteles instaban a los visitantes a que no sacasen fotos, especialmente en la “Zona Verde”, la parte de Christiania dedicada especialmente al mercado de marihuana.
El color de los grafiti y las paredes de las casas de madera destacaba sobre el fondo blanco de la nieve que lo cubría todo y numerosos restaurantes y cafeterías daban la bienvenida con el calor de sus calefacciones a los turistas con sus carteras repletas de dinero.
En mi anterior visita a Copenhague, recuerdo que pude hasta pagar la cuenta del restaurante con tarjeta de crédito, lo más contrario a un anti sistema que uno se puede imaginar.
Y no solo eso, muchos habitantes de Christiania reciben ayudas sociales del Estado, en un verdadero ejercicio de incoherencia, pecado del que quien este libre que tire la primera piedra. Yo no me atrevería a hacerlo.
Lo cierto es que, hoy por hoy, muchos de los christianitas pagan sus impuestos y los negocios instalados allí cuentan con licencias municipales y con todos los parabienes del Estado.
Y hace unos años algunos habitantes compraron parte del terreno para poder contar con su propiedad legal, pagando todos unos alquileres para alimentar un fondo que se invierte en instalaciones públicas y bienes comunitarios.
El proyecto de Christiania se adapta a los tiempos modernos, buscando su supervivencia tratando de encontrar nuevas fórmulas de convivencia, intentando no perder el espíritu social y alternativo pero aplacando en parte su vena más revolucionaria.
Y aunque una de mis compañeras de viaje, Beti protestaba y criticaba lo que Christiania suponía, a mí había algo que me atrapó en el lugar, aquel día como la primera vez que lo visité.
Quizás, en parte, la tranquilidad de los parques y espacios verdes de que disfruta el barrio, quizás en parte su convulsa y peculiar historia que destacan sobre manera en una ciudad, Copenhague que, para mi gusto, peca de anodina y de falta de personalidad.