Cuando le comentamos a Nikos, el señor mayor que regentaba el hostal donde nos hospedábamos, que íbamos a coger un barco para irnos a una excursión de un día a Mykonos, su cara normalmente sonriente se contrajo en un gesto de desaprobación.
Con lo bonito que es Naxos y os vais un día a perder el tiempo a Mykonos. Mykonos es demasiado turística. Naxos es más bonito-nos dijo con su voz temblorosa- Mucho más auténtica. Pero claro Naxos es su isla, que nos iba a decir.
Tampoco el conductor de nuestro barco, un treintañero bien parecido parecía demasiado entusiasmado al destino al que nos llevaba.
Le preguntamos por algún sitio para comer en la isla a lo que él nos respondió que Mykonos era muy caro y que por eso él nunca iba a comer allí y aunque era una de las islas más famosas de toda Grecia, la gente allí sólo iba de fiesta. Es un tipo de ocio que no me interesa– concluyó en su correcto inglés con acento. No sé si había algo de prejuicio en aquellas palabras.
Les guste o no a Nikos y a nuestro barquero, lo cierto es que Mykonos, a pesar de su pequeño tamaño, es una de las islas más visitadas de todo el Egeo.
Hasta los años 50, Mykonos era de las islas más pobres todo el archipiélago de las Cicladas. Era una isla árida, poco apta para la agricultura y con graves problemas de abastecimiento de agua.
Con el boom turístico de Grecia y gracias a su proximidad a la isla de Delos, mucho más importante que Mykonos en lo que a términos arqueológicos se refiere, durante la segunda mitad del siglo XX, Mykonos experimentó una transformación radical.
Hoy por hoy, la isla es conocida por su vida nocturna, el lujo de sus yates y sus resort turísticos, sus tiendas de marca y su abiertamente activa vida gay. En ese sentido, Mykonos es un destino LGTB privilegiado. Hay gente que viaja a Grecia, vuela directamente a Mykonos y no abandona la isla hasta regresar a su país de origen, pasando del Partenón, de Atenas, de Delos y de todo lo demás.
Lo cierto es que en comparación con Naxos, y a pesar de que me guste el carácter abierto y tolerante de la isla, ya desde el mismo momento de nuestra llegada, Mykonos no me gustó mucho.
Y eso que he de reconocer que cuando uno se acerca al puerto desde el barco, Mykonos impresiona.
El pueblo de Mykonos objetivamente es bonito, encaramado en lo alto de una suave colina, con todas sus casas pintadas de blanco y los típicos molinos blancos moviéndose a merced del viento, Estos molinos constituyen la imagen más iconoclasta de la isla. No en vano Mykonos es conocida con el sobrenombre de la “isla de los vientos” . Asi de entrada aquella es la estampa que uno tiene en su cabeza de una isla griega. Mediterráneo puro.
Pero lo cierto, es que ya en las distancias cortas, es cuando Mykonos decepciona. El puerto estaba masificado, lleno de chinos y japoneses haciendo fotos, plagado de tiendas muy pijas y restaurantes muy caros.
Acabamos comiendo en una taberna griega abarrotada, (el sitio más barato que encontramos y nos costó) compartiendo mesa con un homosexual suizo de 50 y tantos años y una pareja canadiense que ni nos dirigieron la palabra.
Paseamos por las calles de Mykonos absolutamente atestadas de gente, con la sensación de ser unos auténticos borregos. Mucha gente guapa, mucho mazado luciendo modelito y todos extranjeros. Mucho postureo pero “poca Grecia”.
Parecía increíble que fuese ese el país que en esos momentos estuviese viviendo un dramático corralito.
Es muy probable que para descubrir el Mykonos más tradicional, ese que se parapeta detrás de las tiendas de souvenir, las discotecas y las tiendas de Prada, allá que adentrarse más en la isla y eso requiere mucho más que la tarde que nosotros íbamos a dedicarle.
Acabamos la tarde en una bonita playa junto al puerto que fue lo más parecido a un hormiguero donde yo allá estado nunca. Una mezcla extraña y extravagante de personas se dejaban caer por allí en aquel momento: niños, familias, grupos de gais, señores mayores jubilados, turistas japoneses y guapas jovencitas.
Todos allí juntitos haciendo que ver un palmo de la arena de la playa fuese casi una misión imposible. Un reto casi hercúleo. Desde la playa se podía ver los yates de lujo y los barcos alejándose en el horizonte.
De vuelta al barco, casi agradecimos dejar Mykonos y retomar el camino de vuelta hasta la tranquila Naxos.
Nos fuimos con la sensación de haber visitado casi un parque temático.