Después de tantos días en la carretera y ya por fin con las maletas algo más aposentadas en casa del padre de Stephen nos pareció una idea estupenda quedarnos en los alrededores de Villiersdorp disfrutando de la famosa región de los Cape Winelands (la llamada región de Boland) y dejar la visita a Ciudad del Cabo para un poco más adelante, cuando ya hubiésemos descansado.
Esta región de los Cape Winelands es famosa por su vino, de los más renombrados del país y del continente y por albergar algunos de los asentamientos coloniales blancos más antiguos de Sudáfrica.
Y entre estos asentamientos quizás uno de los más célebres sea precisamente Franschoek, primera parada en nuestro recorrido por la región vinícola del Cabo Occidental.
Franschoek significa literalmente “Esquina francesa” y haciendo honor a su nombre fue fundada por hugonotes franceses allá por el año 1688 que huyeron a África de la persecución religiosa a la que se veían sometidos en su Francia natal.
No me puedo ni llegar a imaginar lo que tuvo que suponer aquel viaje en el lejano siglo XVII para aquellas devotas familias atravesando todo un continente lleno de misterios y peligros para acabar topándose con la región fabulosa, fértil y salvaje que debía ser por aquel entonces el Cabo Occidental.
Franschoek recuerda en un enorme memorial el origen galo de la ciudad. Era la segunda vez que visitaba Franschoek y en esta ocasión, igual que en la primera, el monumento honorífico aparecía completamente desierto. A nadie parecían ya importarles aquellos valientes y bravos protestantes de hace cuatro siglos. (la entrada cuesta unos 10 RAND, algo así como 2 euros).
Y aunque la ciudad aún conserva un cierto regusto francés, si hay algo por lo que se puede seguir el rastro al germen galo de Franschoek es por el vino, una verdadera forma y medio de vida para una gran parte de los 15000 habitantes de la ciudad.
Hay numerosas bodegas y viñedos diseminados por los alrededores y en el centro de Franschoek no es difícil encontrar tours turísticos que te llevan a recorrer uno a uno los principales viñedos de la comarca incluyendo una cata de vino en cada parada.
Muchos de las bodegas conservan los nombres originales que les pusieron los colonos fundadores a las granjas que construyeron por aquel entonces y que acabaron transformadas en las bodegas que son hoy en día, bautizadas muchas veces con el lugar de procedencia de sus primeros propietarios. Así tenemos la bodega Chamonix, o la Grande Provence u otra llamada La Cotte, por poner algunos de ejemplos.
Por todo lo demás, Franschoek es una ciudad bastante turística pero también con un punto hortera donde la premisa de imitar a lo europeo en su versión más kitsch es llevada a su máxima expresión.
Y es que el pueblo se afana en parecer francesa y claro resulta todo un poco forzado: las tiendas de ropa, de decoración y muebles, todas ellas de un asonrojante tono pastel, los elegantes “bistreau” y las banderas francesas que ondean en cada esquina del tranquilo Franschoek.
No visitábamos la región en temporada alta y quizás Franschoek aparecía demasiado tranquilo, todo él envuelto en un melancólico aire otoñal, nada que ver con mi primera visita a la región, en pleno verano austral, con todas las cafeterías y restaurantes a rebosar.
Tras comprobar los horarios del tranvía-bus a los viñedos y confirmar que no nos venían nada bien de horario, nos dedicamos a hacer algunas compras. Después de un rato vueltas y sin perder mucho más tiempo dirigimos nuestros pasos a la vecina y universitaria ciudad de Stellenbosch.