Llegamos a Khajuraho desde Orchha después de varias horas de coche y 180 kilómetros. Continuábamos en el agrario estado de Madhya Pradesh y Khajuraho era nuestra última parada en nuestro periplo en India guiados por la buena conducción y amable compañía de Viru. A partir de Khajuraho continuaríamos por nuestra cuenta y volveríamos a desplazarnos en tren ya hasta terminar nuestro trayecto a lo largo del país. Se acababan los lujos y las comodidades.
Khajuraho tiene un increíble valor arqueológico y artístico al poseer uno de los mayores conjuntos de templos hinduistas-jainistas en el país, considerados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad desde el año 1986.
El conjunto monumental es impresionante y su valor histórico incalculable, abarcando el conjunto hasta 20 templos a lo largo de cerca de 6 kilómetro cuadrados, pero lo que realmente hace famoso a Khajuraho son las esculturas eróticas cinceladas que decoran tanto el interior como el exterior de los templos y que harán sonrojarse a los más pudorosos y elevará sin duda el tono de las conversaciones de aquellos que visiten Khajuraho.
Casi un 10% del trabajo escultórico de los templos está dedicado al arte erótico, y las escenas florales y de fiestas se alternan con aquellas de parejas enfrascadas en el placer amatorio, hombres y mujeres teniendo relaciones sexuales, tanto homosexuales como heterosexuales, sin demasiado lugar para la censura o la mojigatería.
Los templos fueron construidos a finales del siglo X y el motivo por el que fueron así decorados se desconoce con seguridad, aunque se cree que pudo ser con fines completamente educativos para enseñar así el Kamasutra a los más jóvenes.
Lo que sí se sabe es que los templos fueron ordenados construir por la dinastía rajputa Chandela y que ya son mencionados en antiguos textos históricos de la época.
Parece sorprendente que tras la invasión mogol de la India, que profesaban la religión musulmana, los templos de Khajuraho hayan sobrevivido a los avatares de la historia. Bien sabida es la poca querencia del Islam por las representaciones humanas en el arte y la religión y el hecho de que, como en otros lugares de la India o del continente asiático, hayan sobrevivido a su destrucción durante el periodo de dominio mogol parece casi un milagro.
Parece ser que su ubicación, lejos del río Ganges, escondidos en una región aislada y remota, contribuyó a que los templos pasaran desapercibidos. El olvido en que cayó el lugar hasta su redescubrimiento por el imperio real británico en el año 1830 fue quizás clave para su supervivencia. Aunque, en realidad, los templos nunca habían quedado completamente abandonados ya que secretamente eran usados por yoguis e hindúes anualmente para la celebración del Shivarati.
Hoy en día, Khajuharo es un pueblecito tranquilo y muy turístico, lleno de tiendas de souvenirs y de restaurantes y cafeterías para extranjeros. Me llamo especialmente la atención la limpieza, sus calles adoquinadas y el buen estado de los edificios. Se notaba que Khajuraho estaba muy preparado para el turismo y fue quizás uno de los emplazamientos en que me sentí menos en India durante todo mi periplo por el país. Era casi como una India edulcorada, casi irreal.
Lo cierto es que había bastantes turistas extranjeros y nacionales y no es para menos, los templos son una maravilla y están distribuidos en tres grupos: oeste, este y sur y todos muy cerca unos de otros y todos ellos están orientados de cara al sol.
Le dedicamos mucho tiempo a la visita, recreándonos en cada templo, dejándonos sorprender (y casi escandalizar diez siglos después de su cincelado) por cada talla, viendo como la luz de la tarde iba cambiando sobre las esculturas, cobrando éstas casi vida bajo el hechizo de las sombras y de la luz dorada del crespúsculo.
A última hora de la tarde, un grupo de militares aprovecharon el momento para hacerse con Marta y Ana un montón de fotos, convertidas ellas casi en unas estrellas de cine por momentos por el número de instantáneas que les tomaron.
Al poco, ya por fin solos, los cuatro tuvimos la ocasión de contemplar el que fue sin duda uno de los atardeceres más hermosos que haya vista jamás, con el sol escondiéndose en el horizonte sobre el que se perfilaban los mágicos templos de Khajuraho, mientras el cielo casi en llamas se tenía de un color naranja rojizo hasta finalmente apagarse para dar paso a una noche negra y tranquila conquistada por el sonido de los grillos.
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Ya era noche cerrada cuando Viru nos dejó en la estación de tren de Khajuraho. Nos tocaba despedirnos de él. El triste momento de decir adiós. Viru había sido fantástico con nosotros y echaríamos de menos su compañía durante los días siguientes.
En la estación de tren, llena de ratas, conocimos a una pareja de Barcelona. Eran profesores y los dos habían dejado su trabajo y se habían ido de viaje. Llevaba ya seis meses recorriendo el país. Ella era celiaca y lo estaba pasando bastante mal con el tema de la comida (parece ser que le estaba costando bastante hacerse entender y explicar sus problemas a la hora de sentarse a la mesa), así que no dudamos demasiado en darle lo que nos quedaba del embutido que llevábamos encima desde España. Parecía que a ella le hacía bastante más falta que a nosotros.
Eran las doce de la noche, cuando nuestro tren atestado de humanidad hizo parada en la estación de Khajuraho. Partíamos por fin rumbo a Varanasi, la mítica y sagrada ciudad de los hindúes en las riberas del río Ganges, el que sería uno de los platos más fuertes de nuestro viaje en la India.