El Valle de Toro Muerto en Perú

A tres horas de carretera de Arequipa, próximo a la localidad de Corire, en la parte más baja de valle de Majes, se encuentra, con un nombre casi de película, el Valle del Toro Muerto, una  árida, desierta y vasta extensión de tierra de un incalculable valor arqueológico.  Es allí donde se encuentran unos misteriosos Petroglifos, horadados en las rocas y que se hallan dispersos en una extensión de casi 5 kilómetros cuadrados de terreno casi marciano.

Los petroglifos son diseños simbólicos grabados en las rocas. Son obra de los hombres del Neolítico y se conoce que son el antecedente más próximo a la escritura del que se disponen datos.

Estas enigmáticas formas de comunicación de nuestros antecesores  han desconcertado y despertado durante décadas la curiosidad y el interés de arqueólogos e historiadores  que han intentado buscarles un significado y un sentido a esta curiosa expresión de arte rupestre.

Es precisamente el Valle de Toro Muerto una de las mayores concentraciones de petroglifos de todo el mundo. Se pueden encontrar hasta 6000 bloques grabados en bajo relieve. Entre las representaciones que se pueden descubrir entre las rocas de este valle se encuentran animales, aves, serpientes e incluso seres humanos cazando y no se sabe muy bien si obedecen a motivaciones religiosas, funerarias o son puramente una primitiva forma de expresión artística. Otros barajan que los grabados eran una forma de dar a conocer su modo de vida o incluso otros contemplan la posibilidad de que fueran censos de animales y población.

Como no, igual que sucede con las líneas de Nazca en Ica, Valle de Toro Muerto ha despertado la imaginación de muchos y ha levantado teorías pseudocientíficas sobre intervención extraterrestre o la existencia de antiguas civilizaciones que se comunicaban con el más allá. Valle de Toro Muerto haría las delicias de Iker Jímenez y otros que como él van a la caza del misterio a lo largo y ancho del planeta.

Con extraterrestres o sin ellos, debido a la alta concentración de petroglifos y a la  enorme variedad de los mismos, Valle de Toro Muerto fue incluido en el listado de Patrimonio Mundial de la Unesco; a pesar de lo cual, sigue pasando muy desapercibido para el Gobierno peruano y los turistas dentro del vasto patrimonio cultural del que dispone el Perú y su estado de conservación en la actualidad es más que mejorable.

No dispone de un perímetro que lo proteja e incluso agricultores de la localidad están cultivando en los alrededores amenazando con deteriorar los grabados y alterar el entorno de un incalculable valor paisajístico.

A mí el Valle del Toro muerto me llamaba poderosamente la atención y cansados como estábamos de movernos por encima de los 4000 metros de altitud, descartamos enseguida la idea de viajar desde Arequipa al valle de Colca (para lo cual deberíamos rebasar los 5000 metros, cosa que a mí no me apetecía para nada, después de cómo me sentó la altitud en Puno que “tan solo” se encuentra a 4000 m).

Fue por eso que la idea de escaparnos a Valle de Toro muerto, muy cerca de la costa,  en lugar de ir a Colca fue ganando fuerza hasta que al final acabamos en la estación de autobuses de Arequipa comprando billetes para ir hasta Corire.

No muchas compañías de autobuses viajan a Corire y mucho menos lo hacía la lujosa compañía Cruz del Sur con la que habíamos viajado hasta entonces.

Comprar billetes de autobús no es algo evidente en Perú ya que el mercado de transportes se encuentra totalmente liberalizado en el país.  Hay decenas de compañías operando, sobre todo en las estaciones grandes y escoger aquella que a uno más le conviene no es algo tan sencillo como en Europa. Uno puede estar comprando billetes con una compañía y en realidad puede haber otra que haga el mismo trayecto con menos paradas o en un horario mejor y ni siquiera enterarte.

Además no todas presentan las mismas condiciones de seguridad ni las mismas garantías de servicio, estando muchas de ellas sujetas a retrasos y accidentes inquietantemente frecuentes.

Al final después de contrastar en varios mostradores, la única compañía que encontramos que viajase a Corire fue una con el inolvidable nombre de “Rey Latino”.

Ya en faena,  montados en el autobús pudimos comprobar que nada tenía que ver el Rey Latino con la comodidad de Cruz del Sur. El autobús estaba destartalado, poco climatizado y los asientos, además de no contar con cinturón de seguridad, se movían bajo nuestros santos aposaderos de forma constante.

El vehículo estaba repleto, apenas quedaba ninguna plaza libre y durante todo el viaje un buen hombre se dedicó a regalarnos con su discurso-sermón sobre la muerte y la vida sana para acabar intentarnos vender un producto revolucionario que quemaba la grasa que la yuca frita hace que se nos acumule en el trasero.

Durante la primera hora de trayecto, aquel discurso fue relativamente tolerable pero después de dos horas de curvas y camino, sus palabras casi me parecían disparadas por una ametralladora.

Buena parte del pasaje no parecía opinar lo mismo, puesto que lo escuchaban atentamente, aplaudiendo incluso algunas de sus afirmaciones y muchos acabaron por comprarle más de un ejemplar de su milagroso producto.

En cambio, a mí, con las cerradas curvas de aquella carretera serpenteante y los barrancos que bordeaba, no era precisamente el colesterol lo que me hacía temer por mi vida. Además, tenía fiebre.

Eso sí,  aunque accidentado, el paisaje durante todo aquel camino fue una buena distracción ya que iba cambiando de forma espectacular.

Una vez más, Perú nos mostraba que todos los mundos caben en un solo país. Del altiplano en Puno, a las agrestes y verdes montañas en Arequipa para acabar terminando en el más vasto e inhóspito  arenal de la línea de la costa.

Toda la costa del Perú es una estrecha franja litoral que se caracteriza por su clima árido o semidesértico. Los Andes que actúan como una auténtica barrera geográfica convierten a la costa en una región casi semidesértica con algunos de los índices de precipitación anuales más bajos de todo el país, algo que se agudiza especialmente en la parte Sur de la costa.

Efectivamente, a medida que nos acercábamos a Corire daba la sensación de que nos adentrábamos cada vez más profundamente en el desierto, la temperatura era cada vez más alta y el ambiente con cada kilómetro estaba más seco.

No sé con que población contará  Corire, pero cuando nos bajamos del autobús, aquel pueblo polvoriento, tranquilo y olvidado no parecía ni demasiado grande ni demasiado próspero. Las calles estaban casi vacías, las casas parecían bastante pobres y solo un hombre desdentado y con un sombrero de paja en la cabeza acudió a nuestro encuentro para darnos la bienvenida a la ciudad y preguntarnos básicamente de donde éramos y que se nos había perdido por allí.

Aquel lugar parecía estar sacado del escenario de una película del oeste, un lugar casi anclado en el tiempo. El reloj parece avanzar más despacio en lugares como Corire que en las grandes ciudades como Lima o Madrid.

No nos costó encontrar un taxi, éramos los únicos turistas a la vista en kilómetros a la redonda y un hombre que dormía en un taxi se ofreció a llevarnos a Toro Muerto y devolvernos a Corire tras la visita por un precio bastante razonable. Nos preocupaba llegar a tiempo para coger el autobús de vuelta a Arequipa.

La visita a Toro Muerto es espectacular, ya no sólo por ir a la caza de los petroglifos escondidos detrás de las rocas, sino por el paisaje casi extraterrestre, inhóspito y marciano del entorno. Toro Muerto hipnotiza por lo árido, vasto y apartado que está.

Parece increíble que antiguos pobladores se perdieran en aquel valle yermo y perdido para grabar en las rocas aquellas extrañas figuras y pude entender por completo la fascinación que muchos han tenido desde siempre por los crípticos petroglifos del Valle de Toro Muerto.

Imprescindible, eso sí, es llevarse un buen gorro, agua en abundancia y crema de protección solar porque allí en Toro Muerto el sol nos golpeó sin ningún tipo de piedad. Menos mal que por una vez, había sido previsor.

Éramos los únicos turistas en Toro Muerto aquel día. El único rastro humano que pudimos ver por allí eran las pisadas en la arena de quienes habían visitado Toro Muerto antes que nosotros probablemente por la mañana (más temprano cuando el sol no pegaba con tanta fuerza) o el día anterior.

Toro Muerto fue una experiencia alucinante. Fue una auténtica pena que la fiebre y el catarro que empezaban a embotar mi mente no me permitieran disfrutar 100% de la experiencia, pero aún así fue una de las visitas que más me gustó de todo mi viaje en Perú.

Camino a Arequipa, ya en el autobús, recuperándonos de la incipiente insolación que casi sufrimos durante la visita, pudimos disfrutar de nuevo de la “comodidad” del autobús de Rey Latino. Esta vez pudimos disfrutar de la película ”Bandidas” protagonizada por Penélope Cruz y Salma Hayek.

No es la mejor película de la historia, pero las aventuras de dos forajidas en el salvaje terreno mexicano de finales del siglo XIX fueron un buen entretenimiento para el viaje. Y además  una película más acorde con el paisaje era casi imposible. Y los pasajeros  disfrutaron de lo lindo riéndose a mandíbula abierta de cada uno de los gags protagonizados por aquellas torpes pero bravas mujeres galopando a caballo y buscando venganza.

Como el viaje a Arequipa duró tres horas, hasta dos veces pudieron pasar la película (dos veces y media en realidad). La segunda proyección provocó las mismas risas (o más) que la primera vez que la pusieron. Y eso que los chistes eran exactamente los mismos. Igual de malos.

Y así fue entre las carcajadas de los pasajeros que el viaje de vuelta fue bastante más agradable que ese viaje de ida. Mejor ver “Bandidas” dos veces a que te hablen de la muerte todo el rato.

Incluso hasta pude dormir la fiebre  un rato.

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