El camino de Knysna a Villiersdorp fue espectacular. Seguimos conduciendo a través de la mítica N2 que recorre la famosísima Garden Route rumbo a Ciudad del Cabo.

Desde la ventanilla, podíamos admirar pasajes costeros asombrosos y lugares realmente inolvidables. Ante nosotros se abrían interminables espacios abiertos e inmensos campos que alternaban el color amarillo de la canola recién florecida y el verde intenso de las recientes lluvias otoñales.

Nos dirigíamos a Villiersdorp, el pueblo donde vivía el padre de Stephen, una tranquila localidad enclavada en los celebres Cape Winelands, la región vinícola más famosa de toda África, en plena provincia del Cabo Occidental.

Además de por el vino, los Cape Winelands tienen una significación histórica muy importante para la comunidad boer sudafricana, ya que allí se encuentran los asentamientos colonos más antiguos de todo el país.

La región, de mayoría lingüística Afrikaans, es una montañosa extensión de casi 22000 kilómetros cuadrados bendecida con un amable clima casi mediterráneo y un fértil terreno que ya por el siglo XVI-XVII debió de resultar muy atractivo a los colonos europeos que acudían a Sudáfrica en busca de riquezas.

Hoy en día, todos estos municipios, que conjuntamente constituyen la región de Cape Winelands, tienen una gran importancia turística y agrícola y constituyen uno de los principales atractivos con los que cuenta la gran urbe Ciudad del Cabo, situada a menos de dos horas en coche de allí.

Villersdorp, el pueblo de Stephen,  no es ni con mucho el pueblo más conocido de la región, al contrario, es un tranquilo rincón que pasa totalmente desapercibido al lado de sus más insignes vecinos como Stellenbosch o Franschoek.

La llegada a Villiersdorp fue una experiencia puramente emocional y visual. A la majestuosidad de los paisajes, coronada por unos arco-iris cuasi perfectos que surcaban los cielos plagados de nubes y la bravura de las aguas del embalse cercano removido por unos intensos vientos cargados de lluvia, se sumó la añoranza por un viaje a Villiersdorp hacía ya 5 años.

Muchas cosas habían cambiado en Villiersdorp desde entonces, con algún fallecimiento entre medias, y con todo, claro, para Stephen también fue un reencuentro cargado en parte de tristeza y alegría.

Aquella extraña mezcla climatológica estaba totalmente acorde con el fuerte contraste de emociones que suponía aquel regreso a Villiersdorp después de tanto tiempo.

El padre de Stephen nos recibió calurosamente aquella mañana cambiante mañana de invierno. Su casa estaba en pleno proceso de desmantelamiento.

Mar entró como un torbellino casi sanador en aquella casa y organizó rápidamente la cena cocinando una buena tortilla de patatas  y yo aporté mi granito de arena preparando una ensalada de papaya.

A cenar nos acompañó Romina, una moderna y excéntrica vecina ya entrada en años y enfundada en unos pantalones de leopardo. Romina resultó un agradable aderezo para aquella primera noche de estancia en Villiersdorp. Y aunque al padre de Stephen no parecía estar demasiado a gusto en su presencia, aquella noche, aunque en distinto grado,  ambos compartían pérdidas y los dos notaban la misma ausencia.

Terminamos la noche escuchando arias de ópera cantadas por Pavarotti.

Nos acostamos temprano aquel día. Con Romina de vuelta a su casa, ya no quedaba mucho más que hacer antes de terminar la jornada.

Desde mi habitación se podía oír el viento sonando con fuerza. Soplaba de tal forma que parecía que iba a arrancar el tejado y llevarse la casa por delante con nosotros dentro.

Comenzaban nuestros días en Villiersdorp. Aquella noche tardé en dormirme con la incómoda presencia del rápido paso del tiempo y la culpable sensación de que tenía que pasar más tiempo con mi familia.