Nueva York es sin duda alguna la capital del capitalismo. Es el motor económico de la hasta ahora primera potencia mundial y lo cierto es que Nueva York suda consumo, rezuma negocio y casi casi parece moverse al ritmo de las cajas registradoras de las que uno puede sentir casi el timbre cada vez que se realiza una compra (metaforicamente hablando, claro).
Lo cierto es que después de varios días allí yo ya estaba un poco saturado. Las luces de neón, las enormes tiendas abiertas de continuo con reclamos constantes al paseante, los paneles de publicidad, parecía que toda la ciudad se ponía de acuerdo para mandar el mismo mensaje: COMPRA; COMPRA; COMPRA!!! Algo que llegó ya en Times Square a un verdadero orgasmo de exhibicionismo comercial algo agobiante.
Nueva York encarna como ningún otro sitio el leitmotiv fundamental del sistema económico en el que vivimos y nos movemos, basado en un consumo desaforado constante y creciente que agota nuestro ecosistema y nos lleva en parte a una sociedad llena de marginalidad y desigualdades.
Desde la cara más dura de este sistema encaramado a los grandes rascacielos del distrito financiero hasta la más amable de los restaurantes y las tiendas de ropa, Nueva York vive volcada al dinero.
Yo personalmente no demasiado seducido por este aspecto de la Gran Manzana y sin pretender ir de profundo (soy un consumista como otro cualquiera, el propio viaje implica un consumo), creo poder afirmar que los mejores momentos de Nueva York para mí han sido completamente gratis (o casi gratis).
Para mí lo mejor de Nueva York no cuesta ni un duro (bueno, lo que te cuesta el vuelo, que no es poco) lo cual en cierto modo me pareció algo irónico y contradictorio y hasta cierto punto, diría incluso que romántico. He aquí mi top de experiencias completamente gratis en Nueva York:
Lo cierto es que después de varios días allí yo ya estaba un poco saturado. Las luces de neón, las enormes tiendas abiertas de continuo con reclamos constantes al paseante, los paneles de publicidad, parecía que toda la ciudad se ponía de acuerdo para mandar el mismo mensaje: COMPRA; COMPRA; COMPRA!!! Algo que llegó ya en Times Square a un verdadero orgasmo de exhibicionismo comercial algo agobiante.
Nueva York encarna como ningún otro sitio el leitmotiv fundamental del sistema económico en el que vivimos y nos movemos, basado en un consumo desaforado constante y creciente que agota nuestro ecosistema y nos lleva en parte a una sociedad llena de marginalidad y desigualdades.
Desde la cara más dura de este sistema encaramado a los grandes rascacielos del distrito financiero hasta la más amable de los restaurantes y las tiendas de ropa, Nueva York vive volcada al dinero.
Yo personalmente no demasiado seducido por este aspecto de la Gran Manzana y sin pretender ir de profundo (soy un consumista como otro cualquiera, el propio viaje implica un consumo), creo poder afirmar que los mejores momentos de Nueva York para mí han sido completamente gratis (o casi gratis).
Para mí lo mejor de Nueva York no cuesta ni un duro (bueno, lo que te cuesta el vuelo, que no es poco) lo cual en cierto modo me pareció algo irónico y contradictorio y hasta cierto punto, diría incluso que romántico. He aquí mi top de experiencias completamente gratis en Nueva York:
- Asistir a una misa gospel en Harlem: La música gospel es un estilo musical particular surgido de las iglesias afroamericanas y que alcanzó una gran popularidad durante la primera mitad del siglo XX. La liturgia de este tipo de celebraciones dentro de estas multiples variantes del cristianismo no tiene nada que ver con los ritos religiosos católicos a los que yo estoy acostumbrado y un paseo por Harlem es una buena oportunidad para acercarse a este visión diferente de la religión cristiana. Nosotros fuimos a la Iglesia Baptista de St Luke en 103 Morningside Avenue y sólo puedo decir que fue una experiencia realmente curiosa, digna de series como El show de Bill Cosby o Cosas de Casa. La ceremonia como ya digo no tiene nada que ver con las misas católicas a las que estoy acostumbrado llenas de solemnidad y algo frías, quizás. Aquí la fé de Dios se ensalza a través de la música y la alegría inunda cada esquina de la sobria iglesia, que no es más que un edificio industrial de paredes lisas sin encanto. No os dejéis engañar, al fin y al cabo no vais a ver nada espectacular. No es más que una misa con todo lo que ideológicamente implica y la ceremonia es larga, casi interminable (más de dos horas), pero lo cierto es que por momentos es dificil no dejarse contagiar por la música, la alegría, el ritmo, el sentido casi pop de las canciones y las magníficas voces de los interpretes descubriendo así un Nueva York diferente, tan cinematográfico como el Empire State, y con un aire de autenticidad dificil de disimular. Y todo esto completamente gratis. No está de más, eso sí, dejar algún dolar como donación para la congregación antes de irse. En alguna que otra entrada posterior quizás os cuente con más detalle mi experiencia personal en esta Iglesia de St Luke.
- Picnic en Central Park: Una buena idea para disfrutar de este enorme y emblemático parque neoyorkino quizás sea, si el tiempo lo permite claro está, optar por el bocadillo de toda la vida y por cuatro duros almorzar bajo las hojas de los árboles de este inmenso corazón verde neoyorkino. Algo que, por otra parte, puede resultar, como la misa gospel, muy cinematográfico. Y es que gracias al cine y a la televisión, Central Park quizás sea el parque más conocido del mundo. Su inmenso tamaño requieren de un buen calzado para recorrerlo con calma y pasear. Y su ambiente relajado y tranquilo lleno de runners, perros, músicos callejeros, niños y turistas, una forma casi gratuita de escapar del ritmo frenético de la Gran Manzana.
- Cruzar el puente de Brooklyn al atardecer: Otro celebre punto de la ciudad es el característico puente de Brooklyn que conectó en 1883 las ciudades de Manhattan y Brooklyn. Con su longitud de 1800 metros, es quizás uno de los puentes más fotografiados del mundo y su imagen se ha convertido en un verdadero icono para la ciudad de Nueva York. Una buena forma de abordar el puente es cruzarlo junto a cientos de turistas y paseantes al atardecer, cuando el sol poco a poco se va poniendo tras los enormes rascacielos de la ciudad y lentamente ésta se va iluminando a nuestro alrededor. Las vistas desde el puente de todo Manhattan quitan el hipo y ya al otro lado, con los pies sobre Brooklyn, no es dificil encontrar un buen lugar para conseguir la típica fotografía de toda la Gran Manzana y el puente reflejados sobre el río Hudson. En fin, unas vistas imprescindibles que no cuesta ni un solo dolar.
- Perderse en ChinaTown y sentir que uno ha viajado a Asia por momentos: No demasiado lejos del puente de Brooklyn, al este de Manhattan se encuentra el vecindario de ChinaTown, con una gran proporción de población china que a lo largo de su historia se han ido instalando en esta parte de la ciudad, abriendo sus negocios y dando a toda la zona un aspecto característico que nos transporta por momentos a una China edulcorada y tamizada por occidente. Aún así, perderse entre sus tiendas y descubrir sus productos (tés, medicinas, flores, especies…), disfrutar de la gastronomía cantonesa en alguno de sus restaurantes, y sentir el impulso de oriente en las calles, en los negocios y en los carteles escritos en caracteres chinos que pueblan las paredes de los edificios, es una experiencia tan alucinante como gratuita. Un pequeño viaje a Asia en pleno corazón de América sin sacar la cartera del bolsillo.
- Coger un ferry a Staten Island y ver la estatua de la libertad completamente gratis: Los ferries para ver la estatua de la libertad salen de Battery Park y cuestan 11,50 dolares, casi nada y todo el mundo nos había dicho que no merecía mucho la pena la visita, ya que una vez allí, debido a la cercanía no podías observar la estatua en toda su magnitud y, además, ni las vistas de la ciudad desde arriba eran demasiado buenas. Todo el mundo nos dijo que era muchisimo mejor coger un ferry completamente gratuito hasta Staten Island y que durante la media hora de trayecto uno podía disfrutar de unas vistas espectaculares, ya no solo de toda la ciudad, si no también de la archifamosa Estatua de la Libertad. Una vez en Staten Island, (donde no hay nada que ver), uno puede coger el ferry de vuelta a Manhattan y volver a disfrutar de una buena panorámica en el camino de regreso. Y todo esto, completamente gratis. Eso sí, no descubrimos nada que no se supiera. El ferry estaba petado de turistas. Y eso, la estatua de la libertad se ve en minuatura en la distancia.
- Pasear en el barrio judio de Brooklyn: Personalmente una de las experiencias más alucinantes y marcianas que vivimos en Nueva York fue nuestra pequeña excursión al barrio judio de Brooklyn, en Williambsburg, en torno a Borough Park. Nos costó bastante encontrarlo y cuando ya estabamos perdiendo la fé y estabamos ya pensando en volver de vuelta a nuestro pequeño apartamento en Peter Cooper Road, nos topamos al fin con el barrio judio, que además tuvimos la «suerte» de visitar en sábado, con lo que todas las tiendas y negocios estaban cerrados. Enseguida una curiosa sensación nos recorrió la espala y de sopetón nos sentimos extranjeros y completamente ajenos al entorno y fue la primera vez y la única que tuvimos ese sentimiento en nuestra estancia en Nueva York, una ciudad normalmente acogedora y acostumbrada a recibir gente de toda condición. A ver que nadie me malinterprete. No fuimos ni increpados ni mal tratados allí. Simplemente que nosotros con nuestra pinta absoluta de turistas destacabamos sin remedio al pasear aquellas calles silenciosas repletas de hombres y mujeres ataviados con los típicos trajes judios ortodoxos . Tanto ellos como ellas vestidos completamente de negro; ellos con sus pintorescos sombreros de los que sobresalían ondulados tirabuzones, ellas sin mostrar un ápice de sus pieles tapadas desde las muñecas a los tobillos por trajes oscuros que parecían sacados casi de otro siglo. Los niños nos miraban con curiosidad, seguramente preguntándose que se nos había perdido allí. Todos ellos quizás algo molestos por intentar convertir nosotros su forma de vida y su ropa en un objeto casi de consumo turístico cultural. En cualquier caso, salir del rápido ritmo de la ciudad de Nueva York y experimentar casi un viaje interplanetario hasta el barrio judio y sentir que uno se encuentra una vez más en otro país, es una experiencia además de gratuita, recomendable, interesante, diferente y alucinante que convierte la cultura ortodoxa judia en un objeto tan iconoclasta como los rascacielos de la Quinta Avenida. En otra entrada, quizás, os narraré con más detalle nuestra experiencia en este barrio judio de Brooklyn.